Entre los supuestos españoles infiltrados en Venezuela para desestabilizar al Gobierno de Maduro y las operaciones de película llevadas a cabo por los servicios secretos israelíes contra el grupo terrorista Hezbollah, más de una persona puede estar fantaseando con la idea de convertirse en el próximo James Bond. Sin embargo, pese a los esfuerzos de Hollywood, la vida de un espía poco se asemeja a las aventuras del agente 007. “¿Estoy dispuesto a servir a mi país? ¿Estoy preparado para jornadas prolongadas, con alto nivel de exigencia? ¿No me importa que las peculiaridades del trabajo interfieran en mi vida privada? ¿Soy una persona discreta, capaz de guardar la necesaria confidencialidad sobre el desempeño de mi trabajo?”. Estas son las preguntas que recomienda hacerse el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) antes de enviar la candidatura para convertirse en un espía al servicio de España.
El CNI pone muy fácil las cosas para aquellos que quieran ser considerados para el servicio de inteligencia español. Al ingresar a su web, el apartado “Trabaja con nosotros” se encuentra rápidamente en la parte superior derecha del ordenador. Al seguir la ruta virtual, se termina en una página en la que se nos explica que la vocación de servicio es fundamental para ser un buen agente secreto y se detallan las habilidades que más interesa a la institución: suma puntos saber idiomas —mínimo un B2—, tener conocimientos en telecomunicaciones, ser un hacker en potencia o habilidoso para obtener información mediante procedimientos no del todo legales. A partir de ahí, solo resta aplicar a alguna de las ofertas disponibles.
“Ese es un procedimiento largo y complejo porque lo que más teme un servicio de inteligencia es que se le meta un topo”, advierte en diálogo con Infobae España Jorge Dezcallar, quien dirigió el CNI entre 2001 y 2004. “Imagínese un ruso al que, de vacaciones a España, se le capta y luego se le convence para que se presente al SVR ruso. Naturalmente, ellos hacen lo posible para que eso no suceda y nosotros también lo hacemos para que no ocurra aquí. Con lo cual los filtros son muy, muy estrictos”, detalla. De hecho, en su web el CNI avisa de que la entrevista laboral se puede prolongar hasta seis meses.
“Hay muchos tipos diferentes de espías. Están los analistas, que son la mayoría; los agentes de campo, que son los que entran por las ventanas por las noches; los traductores; los que trabajan en el mundo cibernético; y los que manejan el tema de los satélites, lo que se llama la inteligencia de imágenes”, explica el antiguo responsable del servicio de inteligencia español. “Lo que buscamos en cada momento es lo que necesitamos en cada momento”, asegura, al ser indagado sobre las capacidades y características que espera la agencia de su personal.
A veces, no obstante, las necesidades de un servicio de inteligencia pueden ser tan específicas que no resulta fácil dar con el espía que se está buscando. A Dezcallar, por ejemplo, le tocó liderar el CNI durante la guerra de Afganistán y se topó con la falta de intérpretes de idiomas de aquella región del mundo. “Tras los ataques a las Torres Gemelas hubo un cambio de paradigma. Nosotros teníamos mucha gente que hablaba euskera (por de ETA), árabe y dialectos del norte de África, pero no teníamos gente especializada en tayiko o pastún”, recuerda quien fuera también embajador en Estados Unidos y Marruecos.
Ante este dilema, la solución que encontró Dezcallar fue la misma que empleaban las empresas o tiendas que buscaban personal al comienzo de este siglo: un anuncio en el periódico. “Lo hice porque hablé con mi colega, el jefe del MI6 británico, y me dijo ‘chico, a mí me pasa lo mismo y estoy anunciándome en la prensa’. Pues mira, voy a hacer lo mismo, porque dónde encuentro yo un traductor de pastún”.
Los contras de llevar una doble vida
Otra cuestión a tener en cuenta antes de solicitar empleo en el Centro Nacional de Inteligencia es que la profesión de espía implica, tal como afirma Dezcallar, “una vida muy solitaria”. “No se dice a nadie que uno trabaja en el CNI, sino que trabaja para la administración, esa es la cobertura habitual. Uno no puede en una barbacoa con los amigos comentar sobre su trabajo como hacen los demás. En muchas ocasiones tampoco lo sabe ni la familia más íntima”, explica el exdirector del centro. “A veces uno tiene que hacer un viaje y estar tres semanas fuera y al volver no puede decir dónde ha ido. No se puede hablar no solo ya por razones de seguridad de la propia misión, sino para no complicar la vida a las personas a las que uno quiere”, afirma Dezcallar.
Además, si ya es complicado convertirse en agente secreto, lo es más aún dejar de serlo. “Primero, porque es un tipo de vida muy especial y no es fácil adaptarse a otros modos de vida; y segundo, porque es algo tremendamente vocacional que se hace por convencimiento y patriotismo”, asegura Dezcallar. “Naturalmente, si uno quiere salir, tiene que cumplir también ciertos compromisos de confidencialidad y no puede hablar de lo que haya hecho durante sus años de servicio. Eso también está controlado”.
Quizá cuando mejor se entiende la soledad de un espía es el momento en el que su verdadera identidad queda al descubierto. Si bien a veces los espías gozan de inmunidad diplomática, especialmente cuando se trata de agentes de países amigos, estos suelen ser simplemente expulsados del país víctima de espionaje, como fue el caso de los espías estadounidenses a los que, en 2023, España exigió abandonar el territorio nacional tras descubrir que habían conspirado con un agente doble del CNI. Sin embargo, en otros momentos el país no puede reconocer que el espía apresado era uno de sus agentes. “La persona que está haciendo ese trabajo sabe que, si le cogen, no se le puede defender porque eso implicaría reconocer que se estaba haciendo algo ilegal”, sostiene Dezcallar.
Estas situaciones conducen a los países involucrados a sentarse a negociar un intercambio de espías, como el protagonizado recientemente por Estados Unidos y Rusia. “Las negociaciones no suelen ser fáciles, es algo que se hace en secreto y, muchas veces, estos intercambios ni siquiera salen en los periódicos”, explica el exdirector del CNI. “A todo el mundo le interesa recuperar a su gente y todos los servicios de inteligencia tienen un deber de lealtad para sus espías”.