Miles de personas salieron a la calle en diferentes puntos de Francia durante el pasado fin de semana contra la violencia sexual y bajo un mismo lema: “La vergüenza debe cambiar de bando”, de las víctimas a los agresores. Era la forma en la que, principalmente mujeres, expresaban su rabia y angustia ante la brutalidad sufrida por Gisèle Pelicot, la mujer que fue drogada por su marido, Dominique Pelicot, durante una década para que decenas de hombres la violaran en su propia casa y cuyo juicio se está celebrando ante un tribunal en Aviñón. Era la forma de apoyar a esta mujer de 72 años que decidió testificar en público, mostrando su rostro mientras sus agresores lo cubren, “en nombre de tantas otras víctimas que quizás no sean reconocidas como tal” y para evitar que se produzcan nuevos casos de sumisión química. Ella agradeció este lunes esas muestra de apoyo y envió un mensaje a todas las víctimas para recordarles que “no están solas”.
Su valiente petición de que la vergüenza cambie de bando, sin embargo, está lejos de ser una realidad en una sociedad donde las agresiones sexuales cometidas por hombres ocurren con frecuencia y se siguen justificando por el comportamiento de las víctimas, mujeres que aún se topan con numerosos obstáculos para que la Justicia, y el sistema en general, crea su testimonio. Por eso es fundamental abordar la violencia de género como un problema estructural, señalan los expertos, y no solo de forma puntual cuando ocurren casos de extrema violencia contras las mujeres, como este último en Francia que ha conmocionado al mundo.
En ese sentido, Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba, destaca el papel de la educación para prevenir la violencia de género y la necesidad de aplicar una “pedagogía prolongada en el tiempo” a todos los niveles, no solo institucional.
“Nos falta reflexionar más, porque cuando estos casos de violencia sexual dejan de estar en el debate público, nos olvidamos pronto de ellos. Lo interesante sería aprovechar ese tipo de referencia tan mediática para que tanto a nivel institucional como los medios de comunicación o quienes tenemos responsabilidad educativa desarrolláramos una acción pedagógica para hacer un trabajo con los hombres, sobre todo con los más jóvenes, en torno a la responsabilidad que tenemos en la continuidad de esta violencia, en la relación que tiene con el machismo, para que nos sintiéramos interpelados por este tipo de casos”, señala a Infobae España el jurista, miembro también de la Red Feminista de Derecho Constitucional y del Comité de Expertos del Instituto Europeo de Igualdad de Género.
Los datos, por otro lado, hablan por sí solos. La última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019 reveló que el 57,3% de las mujeres residentes en España, más de 11,6 millones, ha sufrido algún tipo de violencia machista a lo largo de su vida. También indicó que del total de mujeres de 16 o más años, el 6,5%, más de 1,3 millones, ha sufrido violencia sexual en algún momento de sus vidas de alguna persona con la que no mantienen ni han mantenido una relación de pareja y casi la totalidad, el 99,6%, de las mujeres que han sufrido violencia sexual la experimentaron por parte de un agresor hombre.
En cuanto a la violencia de género ejercida por la pareja o expareja, del total de mujeres de 16 o más años residentes en el país, el 14,2% ha sufrido violencia física y/o sexual de alguna pareja, actual o pasada, en algún momento de su vida.
Además, en lo que va de año 35 mujeres han sido asesinadas en España a manos de sus parejas o exparejas, lo que eleva el número total de víctimas mortales a 1.279 desde 2003, cuando se empezaron a recopilar estos datos. Sin ir más lejos, esta misma semana un hombre amputó una mano a su pareja en Barcelona tras una discusión y después se dio a la fuga, aunque ya ha sido detenido. Ella aún se encuentra en un centro hospitalario.
No son monstruos ni enfermos
A pesar de todos estos datos, Salazar asegura que cuando habla sobre violencia de género y violencia sexual “con hombres en general, y jóvenes en particular, tiene la sensación de que es un tema que no va con ellos” porque creen que se trata de “monstruos” o individuos que padecen patologías mentales, cuando por lo general, tal y como ha sucedido en el caso Pelicot y en tantos otros relacionados con la violencia sexual, quienes cometen ese tipo de agresiones son hombres corrientes que forman parte de una cultura que deshumaniza y cosifica a las mujeres. Y es precisamente esa idea de que los agresores son “enfermos” o “monstruos” la que impide afrontar el machismo estructural, apunta el docente.
“Esto hace que los hombres desvinculemos la raíz de esas violencias con el origen, que es la cultura machista, cómo entendemos la sexualidad con las mujeres, nuestra relación con las mujeres”, sostiene. “Ese es el trabajo que no se está haciendo”, a pesar de que la ley del solo sí es sí, que puso el consentimiento en el centro y eliminó el tipo penal de abuso sexual, “también contempla, aunque sea de forma tímida, el desarrollo de políticas públicas dirigidas a hombres y chicos jóvenes”. “No solo tendríamos que ponernos las pilas a nivel institucional, sino toda la sociedad para que efectivamente esto no se quede en una reflexión o un debate que dure una semana”.
<i>Not all men</i>
Los hombres acusados de violar a Gisèle Pelicot que ahora están siendo juzgados tienen edades comprendidas entre los 26 y los 74 años y entre ellos hay bomberos, policías, periodistas o enfermeros. Perfiles muy variados de hombres comunes que no dudaron en seguir las indicaciones del marido, como guardar silencio, no oler a tabaco o perfume para no dejar rastro de su presencia, para después aprovecharse de la mujer, que se encontraba en un estado cercano al coma a causa de los fármacos que le suministraba durante la cena. Dominique Pelicot, que contactaba con ellos en foros de Internet, grabó todos estos encuentros y los almacenó en una carpeta titulada “abusos”.
En realidad, la policía detuvo a Dominique Pelicot en 2020 por grabar por debajo de las faldas a mujeres en un supermercado sin su consentimiento y después encontraron en su ordenador más de 2.000 vídeos e imágenes donde se veía cómo su esposa era agredida sexualmente. Algunos de los perpetradores han llegado a decir que “no sentían que violaran”, sino que “seguían las instrucciones del marido”. Nadie denunció las acciones de Pelicot a pesar del rechazo de algunos hombres a su oferta. Todos optaron por el silencio ante la violencia de género. Todos fueron cómplices.
Este martes, el propio Dominique admitió en su declaración en el juicio que “era un violador, como el resto de acusados en la sala” y admitió los hechos en su totalidad, aunque intentó justificar la barbarie explicando un supuesto episodio de violación que sufrió cuando era niño.
También en estos últimos días, al igual que ya ha sucedido en otros casos de violencia sexual, ha habido una reacción masiva por parte de sectores masculinos que, a través de la expresión “not all men”, han defendido en redes sociales que “no todos los hombres son iguales” y que no todos ejercen violencia machista. Una reacción frente a los discursos feministas que, en opinión de Salazar, significa que “no haber entendido dónde está el problema”.
“Tiene que ver con una dimensión más colectiva, esto no son problemas individuales de sujetos que de repente cometen un crimen y hay que reinsertarlos, ahí no está la clave. Se trata de un problema que la sociedad y, sobre todo el hombre, no acaban de entender y eso no quiere decir que tú seas un agresor, pero tú eres parte de una cultura, de una estructura de poder, de unas reglas del juego que se han ido prorrogando siglo tras siglo y donde a veces de manera cómplice, silenciosa, has amparado ese tipo de machismo, ese tipo de violencia”, explica el docente, por lo que destaca la importancia de una reflexión más profunda y de que los hombres hagan autocrítica.
Esa reflexión, aclara, es especialmente compleja porque plantea a los hombres que se cuestionen muchos aspectos de sí mismos y eso “les va a colocar en un lugar de incomodidad que supondrá también renegociar espacios en los que se desenvuelven”. “Es un proceso complicado porque tienes que desaprender casi todo lo que has aprendido en estos temas desde pequeño y hay que aprender a comportarse de otra manera, pero es que tenemos que hacerlo. La pelota está en nuestro tejado, tenemos que asumir esos procesos y ser críticos con nuestra propia masculinidad”, concluye el jurista.