Marta Asensio entiende perfectamente el infierno que sufrió -y aún sufre- Gisèle Pelicot, la mujer francesa que fue drogada por su marido, Dominique Pelicot, durante una década y violada por decenas de hombres cuando estaba inconsciente. Ella también fue víctima de sumisión química por parte de su entonces pareja, aunque en su caso sí fue consciente de que su cuerpo había sido utilizado sin su consentimiento. “Había días en los que me despertaba con semen reseco entre las piernas o sin ropa interior”, recuerda, pero tampoco sabía qué había ocurrido durante esas supuestas horas de sueño, era incapaz de identificar que lo había ocurrido era una agresión sexual, pues las sustancias y fármacos empleados para reducir el grado de consciencia no solo provocan alucinaciones o desinhibición, sino también amnesia.
Con el paso del tiempo, Dominique Pelicot había impuesto toda una seria de normas para evitar que su mujer se enterase de que estaba siendo violada por hombres desconocidos en su propia casa, normas que incluían no fumar ni usar colonia o calentarse las manos para que el tacto frío no la despertara. Además, con el objetivo de borrar toda evidencia posible, el septuagenario francés limpiaba el cuerpo de su esposa al final de cada noche en la que era abusada sexualmente. En el caso de Marta, tal y como relata a Infobae España, aunque existían algunas evidencias físicas de que algo estaba ocurriendo sin su consentimiento, en su día no se atrevió a denunciarlo. Al fin y al cabo, pensaba, “era su novio” y “quién iba a creerla”. Además, como les sucede a tantas otras víctimas de agresiones sexuales, se sentía culpable “por dormir de esa manera tan profunda sin saber qué pasaba realmente”.
Incómoda y disgustada con lo que había ocurrido, Marta pidió a su pareja que no volviera a repetirlo, dejándole claro la importancia del consentimiento sexual, del acuerdo mutuo, y “aunque al principio entendió que eso estaba mal”, pasado un tiempo volvió a amanecer con “una eyaculación entre sus piernas”. “Me llegó a decir que en realidad tenía que estar contenta de que me deseara tanto. Era muy manipulador y y mi autoestima era muy baja en ese momento. Yo estaba en shock y no sabía que me estaba drogando, ni siquiera podía imaginarlo”, explica. Y a pesar de su mente era incapaz de recordar, el cuerpo de Marta fue el que dio la voz de alarma al desarrollar vaginismo, una contracción de los músculos de la vagina que puede provocar que se cierre de forma parcial o total, lo cual causa un intenso dolor cuando hay una práctica sexual.
A partir de ahí, comenzó una época en la que tanto el sexo como su propio cuerpo “le daban asco” y, tras decidir dormir en habitaciones separadas, acabó poniendo fin a la relación en 2013. Marta cree que fue agredida sexualmente por su novio en seis ocasiones a lo largo de los siete años que duró la relación, aunque nunca podrá saber con certeza que pasó realmente durante el tiempo que estuvo inconsciente.
“Todavía a día de hoy está en el inconsciente colectivo el débito conyugal que había antaño, esa obligación de ceder a los deseos sexuales de tu pareja, pero esto no puede ser así. La sexualidad tiene que nacer del deseo sexual de ambos, del acuerdo común y, si no lo hay, es obviamente una violación. Más aún si es bajo los efectos de un químico que te impide dar el consentimiento”, asegura Marta, que critica la escasa credibilidad que, por lo general, se les da a las víctimas de agresiones sexuales, más aún en el caso de que se haya producido sumisión química. Ella sostiene que de poco le habría servido denunciar en el pasado, pues algunas sustancias psicoactivas desaparecen en sangre a las 48 horas o incluso antes, lo que complica demostrarlo. Además, añade, a veces tampoco hay un hospital cerca para que a la persona afectada se le realicen ciertas pruebas, sobre todo si vive en el entorno rural.
Después de mucho tiempo, Marta entendió que el vaso de leche con Colacao que su novio le servía algunas noches contenía otro tipo de sustancias. “Me decía que le encantaba porque cada vez que me lo daba me quedaba dormida súper rápido. Era el Colacao de la somnolencia”. “Son cosas que al pensarlas te ponen los pelos de punta porque te preguntas con qué clase de persona has estado tanto tiempo, qué has vivido realmente”.
No fue la única víctima
Con el paso del tiempo Marta también averiguó que no había sido la única víctima de su pareja, sino que también había agredido sexualmente a más mujeres, si bien algunas no pudieron denunciar porque el delito había prescrito. Y es que, según el Código Penal, los plazos de prescripción de los delitos sexuales varían entre los cinco y los 20 años, dependiendo de las penas máximas que corresponden a cada delito en cuestión. Aunque ella denunció las violaciones de su expareja en 2020 junto a otras víctimas, “no pudieron presentar pruebas suficientemente sustanciales para que fuera juzgado y condenado” y teme que a día de hoy pueda seguir agrediendo sexualmente a más personas.
Según datos del Ministerio del Interior, en 2023 los delitos contra la libertad sexual denunciados ascendieron a 21.825, de los que uno de cada cinco fueron violaciones y un 42% de las víctimas de esa violencia sexual fueron menores. Y aunque solo se conoce un mínimo porcentaje de las agresiones sexuales que se producen, el Ministerio de Justicia estimó que una de cada tres agresiones sexuales ocurridas entre 2017 y 2021 podrían haberse producido “con la víctima bajo estado de sumisión química” por efectos del alcohol, las drogas u otras sustancias.
Dar voz a quienes no la tienen
Marta, a quien “se le revolvieron las tripas” al escuchar cómo los violadores de Gisèle Pelicot decían que el consentimiento lo daba su marido, entiende perfectamente que la mujer decidiera testificar en público con el objetivo de dar voz aquellas víctimas de sumisión química que no han tenido oportunidad de hacerlo. Pero para poder abordar el problema, sostiene, los poderes públicos deben tomar más medidas, no solo para que las personas afectadas tengan más facilidades a la hora de denunciar y que la justicia crea su testimonio, sino para que sean mejor atendidas a todos los niveles, sobre todo psicológico, por lo que destaca la importancia de los centros de crisis 24 horas para la atención integral de la violencia sexual.
En España, sin embargo, a pesar de que la Ley de Libertad Sexual, conocida como la ley del ‘solo sí es sí’, exige que a finales de año cada provincia cuente al menos con uno de estos centros de crisis, de momento, apenas hay una decena en funcionamiento en todo el país. Como apenas quedan tres meses y medio para que termine 2024, la ministra de Igualdad, Ana Redondo, ha enviado esta misma semana una carta a las comunidades autónomas instándolas a que “hagan todo lo que esté en su mano” para poder abrirlos.
Marta, que a día de hoy desconoce si su expareja “ofreció su cuerpo a otros hombres o si lo grabó y algún día esas imágenes aparecen en una página de pornografía”, asegura que le llevó muchos años de terapia “poder entender lo que le había ocurrido”. De hecho, fue cuatro años después de haber dejado la relación, al hablarlo con otras mujeres que lo habían sufrido, cuando fue realmente consciente de que su exnovio la había drogado para después violarla. Esos años de terapia la ayudaron a convertirse en otra persona y ahora es sexóloga y terapeuta de parejas. También tiene abierta una recogida de firmas en Change.org para adaptar los protocolos de actuación cuando se producen casos de sumisión química.
Confía en que el ‘caso Pelicot’ sirva para que haya más conciencia social sobre este tipo de agresiones sexuales y espera que a partir de ahora más mujeres se atrevan a denunciarlas.