La viudedad da mucho juego en la literatura -“la muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas”, escribió Jardiel Poncela-, pero en la vida real perder al ser querido suele ser un drama, que a veces se ve acompañado por otra tragedia: el reparto de la herencia. Y es que la pareja del fallecido queda en un segundo plano frente a los hijos, según marca la ley: mientras que estos tienen derecho a recibir la mayor parte de los bienes -la llamada ‘legítima’, el derecho del cónyuge viudo se limita al usufructo de esos bienes, lo que significa que puede hacer uso de ellos, pero no tiene la propiedad plena.
Por ejemplo, en el caso de una vivienda, el viudo o viuda puede vivir en ella, recibir los frutos de una propiedad o, en algunos casos, arrendarla para obtener ingresos. Pero no puede venderla ni disponer de ella como si fuera de su propiedad, ya que la titularidad de los bienes heredados sigue perteneciendo a los herederos forzosos (los hijos del fallecido y, en ausencia de descendientes, los padres).
Este marco legal está diseñado para proteger a las familias, asegurando que los bienes de la herencia no se desvinculen del grupo familiar directo, pero dejando al cónyuge viudo en una situación en la que, aunque puede beneficiarse de los bienes, no tiene control total sobre ellos. Esto puede generar tensiones, sobre todo cuando los herederos desean tomar decisiones que puedan afectar el uso o el valor de los bienes heredados.
Frente a esto, sin embargo, existen algunos métodos de para mejorar el usufructo que la ley otorga por defecto al cónyuge viudo, brindándole mayores derechos sobre los bienes de la herencia. Mediante el testamento, el difunto puede aumentar la porción de bienes de la que el cónyuge viudo podrá beneficiarse. Esto puede incluir, por ejemplo, ampliar el usufructo sobre más propiedades, otorgando el llamado usufructo universal, es decir, permitiéndole hacer uso y disfrutar de la totalidad de los activos heredados.
La herramienta que beneficia a los viudos
Además, el testador puede incluir cláusulas que restrinjan la posibilidad de impugnar su voluntad ante un tribunal, protegiendo así al cónyuge viudo de posibles conflictos con los herederos. Una de estas cláusulas es la cautela sociniana, que permite condicionar los derechos de los herederos a cambio de ampliar el usufructo del viudo, con el objetivo de salvaguardar sus intereses. La cautela sociniana, también conocida como cláusula Socini, permite al testador (la persona que hace el testamento) otorgar al viudo un usufructo universal y vitalicio sobre la totalidad de los bienes, más allá del tercio de mejora al que tiene derecho por ley. A cambio, los herederos forzosos, generalmente los hijos, deben aceptar esta disposición o, de lo contrario, su parte de la herencia se verá limitada a la legítima estricta.
En su aplicación más común, la cautela sociniana funciona de la siguiente manera: el testador deja el usufructo universal al cónyuge viudo y la nuda propiedad a los hijos. Los hijos no tendrán el pleno control de los bienes hasta que fallezca el cónyuge viudo, pero recibirán un beneficio mayor si respetan la voluntad del testador. En caso de que alguno de los hijos no acepte esta cláusula y decida impugnar el testamento, su herencia se reducirá solo a la legítima estricta (dos tercios de la herencia), mientras que la parte que deje de recibir será redistribuida entre los herederos que sí respeten la voluntad del testador.
La cautela sociniana es ampliamente aceptada por la jurisprudencia en varios países, aunque no se encuentra regulada explícitamente en todos los Códigos Civiles, lo que ha generado debates sobre su legalidad. Sin embargo, el Tribunal Supremo ha respaldado la validez de esta cláusula, argumentando que no vulnera los derechos de los herederos, ya que estos conservan la opción de aceptar la legítima estricta sin mayores restricciones.