Cataluña lleva una semana rodando después de largas negociaciones para alumbrar un Govern. Es el de Salvador Illa, primer president no independentista en 14 años gracias a una holgada victoria y a un acuerdo con ERC, una de las fuerzas que alimentó y llegó a pagar con cárcel la vía unilateral. Hoy, débil, el partido fía su rearme al congreso de otoño. También Junts, donde Carles Puigdemont trata de apagar las voces que ven errática la estrategia de confrontación y señalamiento a un enemigo político que, advierten, se ha desvanecido. Algunas de las principales demandas se han visto satisfechas y las pendientes son escuchadas, pero ha huido por segunda vez al grito de “represión”. Su número maestro firmó el epílogo del procés y teloneó una impecable sesión en el Parlament hacia la investidura y un nuevo tiempo.
El diálogo, al que han seguido controvertidas concesiones, las últimas la amnistía y la promesa de una reforma del modelo de financiación que ha soliviantado al resto de regiones, ha fortalecido una forma de hacer basada en la aceptación del otro en una tierra que llevaba tiempo enfrentada. Illa ha montado un equipo en el que además de estrechos colaboradores y representación de la política local hay técnicos y también nombres de la antigua CiU -Miquel Sàmper y Ramon Espadaler- y de la propia ERC -Francesc Xavier Vila y Sònia Hernández-, dando continuidad y en señal de respeto al proyecto del saliente Pere Aragonès. Y una figura clave para la proyección de esa Cataluña: Jaume Duch, de director de Comunicación y portavoz del Parlamento Europeo a conseller de Unión Europea y Acción Exterior.
Los Mossos
Fue el jueves 8 de agosto un día para la historia en Cataluña que visto días después cobra mayor relieve por el contraste. De un lado se recuerda un ejercicio de escapismo que otorga tanto mérito a su ejecutor -y no pocos colaboradores- como sume en el “ridículo” a un cuerpo policial como el de los Mossos d’Esquadra, que tuvo sobre un escenario a la persona que debía detener. Antes había entrado a España sin ser detectado por la Guardia Civil, que guarda las fronteras, si bien porosas cuando se trata de Schengen. Pero tampoco lo vio salir. Interior ha admitido al juez Pablo Llarena, encargado de llevar a Madrid al escurridizo expresident, que solo activó “los recursos operativos y de inteligencia extraordinarios” cuando se perdió su rastro por las calles de Barcelona. La excusa oficial de la policía de Cataluña, que persiguió el ya popularizado Honda blanco, fue más de andar por casa: “Hay una fase semafórica que cambia y no tenemos la posibilidad de poder detener el vehículo”.
Al otro lado de lo que analistas han coincidido en definir como meme o bochorno, el calendario institucional ha cumplido cada uno de sus pasos sin altisonancia, tampoco sin reproche. Illa no busca estridencia en la transición, una ruptura. Tanto es así que en su primer acto oficial como presidente visitó el cuartel central de los Mossos, en Sabadell, para mostrar su apoyo o garantizar refuerzos en la plantilla. Se fotografió con sus máximos responsables en sus semanas más bajas. Esto no quita que el momento político favorezca: la nueva consellera de Interior, Núria Parlón, ya trabaja en la remodelación de la cúpula. Illa desveló en campaña que designaría a Josep Lluís Trapero como director general. Se trataría de una restitución. Trapero, uno de los rostros del referéndum ilegal por supuesta cooperación, fue absuelto por la Audiencia Nacional, donde declaró por sedición. Su expediente está limpio.
Cataluña 2017-2024
Hoy, Puigdemont se encuentra en Waterloo ya desprovisto de foco a menos de una euroorden o hasta el cónclave de Junts. Solapó la investidura con su aparición y desaparición y la toma de posesión, con un vídeo a los pocos minutos desde su mansión y denunciando ser perseguido. “No fue fácil. La policía provocó el caos por toda Cataluña intentando arrestarme”, respira aliviado. Relata -en un artículo en Politico- que cruzó a Francia sentado en el asiento trasero de un “vehículo privado”. Huía de un “golpe de Estado híbrido” del que culpa a jueces. Será el Tribunal Constitucional el que dictamine si la malversación es o no amnistiable. Hasta entonces, sin escaño en Europa ni en Cataluña, lejos de España y con un Govern en marcha que no necesita sus votos, le resta un único lugar de influencia, si bien no menor: el Congreso de los Diputados. El obstáculo ahora es su propio partido, corrientes que dudan de la seducción del veto, el rechazo sistemático, la coacción. Ven, sí, en los jueces un enemigo, pero ahora difícilmente pueden identificar como tal a Pedro Sánchez, que ha lavado casi toda huella del 1-O.
Cuando Puigdemont huyó de España la primera vez, en octubre de 2017, dejaba atrás una mayoría separatista cohesionada en el Parlament. Según el CEO, un 48,7% de los catalanes ansiaba la independencia y un 43 la rechazaba. A su regreso, agosto de 2024, ha encontrado un separatismo fraccionado en cuatro fuerzas que apenas suman entre ellas 61 escaños, a siete, lejos, de la absoluta. Y, según ese mismo CEO, hoy es un 42% el partidario de la independencia y un 51 el que la rechaza. El jueves 8, en el paseo Lluís Companys, al convocado gran acto de bienvenida al por siete años “exiliado” acudieron apenas tres mil personas, en buen número afiliados y simpatizantes. En 2017 también eran distintos los protagonistas. No había mesa de diálogo sino Poder Judicial y Cuerpos de Seguridad del Estado. Una después conocida supuesta ‘policía patriótica’. En los últimos meses, un president, Aragonès volvió al Senado para defender sus postulados, o dejó de apartarse de las fotografías junto al rey. El propio Puigdemont llega a defender un nuevo referéndum ya bajo los cauces legales, amparado por la Constitución.
Claro que también aseguró que dejaría la política si no volvía al cargo del que le apartó el artículo 155. Comparte Puigdemont con Sánchez una resistencia puesta a prueba en numerosas ocasiones, si bien el contexto catalán llama a confiar en que se ha tratado del truco final. Aguarda en Bélgica los próximos pasos, ante un enemigo que ya no es el que fue y un dilema de grandes proporciones. En el mes en el que no ocurre nada a Cataluña le ha pasado de todo, para volverse a detener. Será en otoño, con Puigdemont y Oriol Junqueras de nuevo protagonistas, ante sus filas, cuando termine de definirse la frágil estabilidad sobre la que camina Illa, pero sobre todo si el independentismo también ha pasado página.