Damas y reinas de las fiestas de los pueblos, una tradición antigua pero arraigada: “Estamos cronificando estereotipos de género retrógrados”

Cientos de municipios de todo el país perpetúan esta costumbre que cosifica y sexualiza a niñas y jóvenes

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Fotos recogidas por los vecinos de Lavapiés para las fiestas de San Cayetano de 2024 en Madrid.
Fotos recogidas por los vecinos de Lavapiés para las fiestas de San Cayetano de 2024 en Madrid.

“Éramos casi todas mujeres. Había algún pueblo que tenía una pareja, pero vamos, eran los que menos. Casi todas las carrozas eran de chicas. La primera vuelta fue muy bien. Todo el mundo aplaudía y nos gritaban ‘guapas’. Pero en la segunda, había una zona donde estaban todas las peñas y ya llevaban unos años con un comportamiento que no era el adecuado. Cuando pasamos por ahí, a la reina de mi año le tiraron un cubo de agua y la empaparon. A mí me cogieron de la falda que llevaba, me sacaron de la carroza alzándome con las manos y luego me volvieron a meter dentro. Fue solo un momento, pero el suficiente para que me rompieran la falda y que yo me asustara. Tuve una crisis y cuando llegó la hora de bajarme, no quería porque estaba muy nerviosa. Sentí mucho miedo. No sé si ellos no fueron conscientes de lo que yo pasé, pero enseguida me volvieron a meter en la carroza. No se me va a olvidar en la vida. Fue un trauma”.

Ana no recuerda si fue en el 89 o en el 90, pero aún puede revivir la sensación de desprotección. Hace ya más de 30 años que fue dama en las fiestas de su pueblo -una tradición arraigada en muchos municipios de todo el país- y que asistió al último gran desfile de reinas y damas de la provincia de Ciudad Real, que no volvió a celebrarse tras de la escena que la describe la mujer y los episodios similares que vivieron el resto de jóvenes ciudadrealeñas que habían llegado con sus mejores galas hasta la capital aquella tarde.

Muchos españoles y españolas han crecido con esta costumbre, a priori, inofensiva pero que está envuelta en un halo de machismo y sexualización que reduce a las mujeres a meros maniquís con capacidad para sostener vestidos. Otros aún se sorprenden cuando acuden a las fiestas de un pueblo y ven a un grupo de chicas muy bien vestidas, maquilladas y peinadas acompañando, como lustrosos floreros, a las autoridades del municipio en todos los eventos. Esta costumbre consiste en la elección de una o varias niñas (que rondan los 10 años) y jóvenes (que no suelen pasar de los 25) que durante un año serán las reinas y damas infantiles y mayores (o figuras similares, pero con distinto nombre) en los festejos populares.

Un modelo de otro siglo

La imagen que abre este texto ha sido tomada durante las fiestas que se celebran este mes en los barrios madrileños de La Latina y Lavapiés, que en algún momento también contaron con la presencia de estas figuras en las verbenas de San Cayetano, San Lorenzo y la Virgen de la Paloma. La captura recoge un pedacito de un recuerdo del pasado que adorna, junto a más fotografías, una de las calles del recorrido que cada noche está hasta arriba de personas que no reparan en ellas. Pero los que lo hagan podrán leer: “Guapas muchachas que se presentaron al concurso para elegir Señorita Myrurgia”. Los que se fijen en ellas, en esas mujeres que mirar risueñas a cámara, las verán envueltas en una tradición de otra época, de hecho, si se fijan en los pie de foto, verán que rondan los 100 años de antigüedad.

Esta costumbre, con décadas de historia, abre un debate aún vigente: ¿Inofensiva o denigrante? Se trata de una tradición antigua y arraigada que muchas localidades han decidido eliminar, como Fernán Núñez (Córdoba), Quesada (Jaén) o Zafra (Badajóz), cuyos equipos de gobierno municipal decidieron poner fin a esta práctica por su carácter cosificador y carente de significado. No obstante, la costumbre sigue viva en cientos de municipios como Aranda del Duero (Burgos), Elche (Alicante), Mora (Toledo), Carabuey (Córdoba) o San Juan del Puerto (Huelva), entre muchos otros que perpetúan esta práctica, que si bien puede resultar ajena para todos aquellos que no crecen con la costumbre, vertebra parte de la vida social de estas comunidades durante las fiestas populares.

La huella marcada en la piel

Frente a aquellas voces que aseguran que esta tradición es inofensiva para las niñas y las mujeres, surgen muchas otras que hacer referencia al daño moral y psicológico de criarse habiendo normalizado y aplaudido la cosificación de los cuerpos femeninos. La psicóloga Valeria Sabater, que ha crecido en un entorno que le ha permitido conocer de primera mano este hábito, explica que se traduce en una “ambivalencia absoluta” ya que en la sociedad moderna en la que vivimos intenta “reformular y reinterpretar todas las dinámicas y modernizar la figura de la mujer”, mientras que con esta práctica festiva “estamos cronificando estereotipos de género muy retrógrados”.

Sabater señala que las mujeres que se desarrollan en este tipo entornos han integrado por completo estas narrativas que ya forman parte de ellas, y que son sostenidas por madres, tías y abuelas. “Ni siquiera se paran a revisar el impacto que esto tiene en ellas. Y lo tiene, porque crecen en un pueblos donde se hacen fiestas de la belleza en los que, incluso, maquillan a niñas que ya son hipersexualizadas”, explica la psicóloga que matiza que, unido al mundo de las redes sociales, la publicidad y demás escenarios donde prima la tiranía de la imagen, “van a crear mentes totalmente distorsionadas que, en el futuro, tendrán muchos problemas de autoimagen, seguridad y autoconfianza”.

“Si ya desde la infancia, los propios padres integran a sus hijos en ese mundo en el que la imagen tiene tanto poder, van a crear personas inseguras de sí mismas que no van a ver otro potencial que el de cuidar de la imagen, porque al final van a vincular imagen a éxito social”, añade. De este modo, no solo se perpetúa una creencia dañina, sino que se generan frustraciones en los casos en los que niñas o jóvenes que quieren ser una de estas figuras, pero sus familias no pueden permitiste el gasto económico. A pesar de que algunos ayuntamientos dan una ayuda monetaria, esta es casi simbólica porque se requieren muchos vestidos y horas de peluquería: “Crecen con un sentimiento de carencia que impacta en la autoestima y el autoconcepto. Y al final, llegará un momento en que si pueden, intentarán que sus propios hijas accedan a lo que ellas no pudieron como forma de intentar sanar esas heridas por las carencias del ayer”.

Es una tradición que deja a las mujeres ancladas a un siglo pasado, pero desde dentro no se ve con nitidez: “Van a construir una serie de mecanismos de defensa para que tú no desvirtúes ni hagas caer todo lo que ellos tienen preconcebido. Si tú les comentas que esa ese tipo de festividades y de actos no dejan de ser machistas y fenómenos que ahora mismo son completamente retrógrados en la sociedad en la que vivimos, van a actuar de forma autodefensiva e incluso agresiva porque están protegiendo con lo que se identifican y a lo que ellos les envuelve. Y al final, son personas muy arraigadas a la cultura de los pueblos, a la cultura de las tradiciones”.

No obstante, hay lugares donde han conseguido que la tradición evolucione. En algunas ocasiones, incluyen a hombres en este tipo de actos, a través de la figura de un rey, o mozo, o míster -de nuevo, hay tantas denominaciones como fiestas populares-, aunque esto solo le resta parte del machismo intrínseco, sin valorar el peligro de dar tanto valor social a la estética. En otros pueblos, optan por dar una vuelta más compleja y basan la decisión de la lección de una figura especial en la festividad a través de, por ejemplo, los expedientes académicos sin poner el foco en la estética.

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