La pandemia mundial del coronavirus provocó en España varios meses de cuarentena. La mayoría de nosotros nos quedamos en casa, encerrados, salvo por unas pocas escapadas a los contenedores de basura o unos pocos paseos con el perro. Un tiempo en el que muchos tampoco pudimos hablar demasiado con nuestros seres queridos, a no ser que fuera telemáticamente, y que reveló hasta qué punto necesitamos relacionarnos con los demás.
En este sentido, uno de los temas que se puso sobre la mesa, tanto en los medios de comunicación como en las distintas instituciones públicas, fue la salud mental de los jóvenes, uno de los colectivos más vulnerable frente a la situación que se estaba viviendo. Las cifras de suicidios, en los casos más extremos, asustaban, si bien algunos aspectos como la ansiedad o la depresión también preocupaban. Otro de los temas más comentados fue el aislamiento social que muchos de estos experimentaban, un punto importante, dado que hasta entonces la soledad era algo a lo que solo se le había prestado atención en el caso de los más mayores, que son quienes más pueden padecer una situación.
A pesar de ello, los ‘pequeños adultos’ son también un grupo muy vulnerable en cuestiones de aislamiento, y desde la pandemia se han sucedido numerosos estudios que lo demuestran, si bien otros trabajos académicos muestran cómo, a nivel europeo, en algunos países estamos mejor que en otros. Este es el caso de una investigación realizada por varios profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y publicado en el dosier Jóvenes, oportunidades y futuros del Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”. Sus datos, recogidos de la última Encuesta Social Europea (ESS), muestran cómo los jóvenes españoles sufren menos aislamiento social que la media europea.
Buena cantidad, aún mejor calidad
La población joven europea sufre de cierto aislamiento social en un 12,4% de los casos, es decir, en una de cada ocho personas. En cambio, este dato se reduce a un 10,9% en el caso de Portugal y aún más en España, donde el aislamiento social en la gente de entre 18 y 34 años se queda en un 9,1%, es decir, un joven de cada once. El objetivo del estudio ha sido, entre otros, identificar los motivos que podrían provocar esta diferencia.
El primero de ellos es la presencia de una red de apoyo con la que los jóvenes interaccionan, algo así como el “capital social” que les hace quedar con alguien una vez al mes o más -de no ser así, serían catalogados como aislados socialmente-.
De este modo, España sigue por encima de la media en cuanto a la proporción de jóvenes que se reúnen en su tiempo libre con amigos, familia o compañeros de trabajo más de una vez a la semana. Si la media europea es de un 52,4%, en nuestro país este porcentaje asciende hasta el 56%. Eso sí, lejos estamos de nuestros vecinos: en el caso de Francia, la proporción de jóvenes que quedan varias veces por semana o todos los días es de un 64,5%, y en Portugal los números llegan al 67,9%.
Los lusos quedan mucho más que nosotros, pero en cambio, en España las relaciones profundas son más habituales. Es aquí donde entran las redes de personas con las que hablar de temas íntimos y personales. En Portugal, el tamaño más frecuente de dichas redes es de tres personas, mientras que en España lo más habitual es encontrarse grupos ‘íntimos’ de entre 4 a 6 personas, al igual que en el resto de Europa.
Los países “familistas”
No obstante, los investigadores de la UAB han señalado otra causa como la más probable a la hora de explicar el menor aislamiento social de los jóvenes españoles. Se trata del peso que tienen las familias en nuestra sociedad, y en especial en la vida cotidiana de los jóvenes. El ejemplo más claro se encuentra en cada cuánto interaccionan estos con sus padres. En el conjunto de la Unión Europea, el 49,2% de las personas de entre 18 y 34 años lo hacen una vez al día, muy lejos del caso español, donde el porcentaje asciende hasta el 70,6%.
Una mayor periodicidad que se correlaciona también con el afecto y la “cercanía” que los españoles solemos tener con nuestros progenitores. El 56,6% de nuestros jóvenes han asegurado sentir un alto grado de proximidad afectiva hacia sus padres, de nuevo muy por encima del resto de Europa, donde se da solo en el 37,9% de los casos.
Esta situación ha hecho que tanto a España como a Portugal -allí el porcentaje es del 49,5%- se les catalogue como países “familistas”, “en el sentido de que la red familiar constituye una fuente de recursos más importante que en otros países occidentales”. Porque no es solo una cuestión emocional. Es, también, económica, ya que se refleja también en la edad (30,3) a la que los españoles se emancipan, casi cuatro años más tarde que la media de la UE.
“Podría inferirse que los valores más bajos de aislamiento en los dos países ibéricos son el resultado de la mayor sociabilidad y el peso de la familia en las relaciones personales en ambos países”, indican los investigadores, si bien reconocen la necesidad de realizar un estudio más profundo. Además, señalan que el sistema “familista” también puede tener efectos negativos: “Implica que no pueden contar con otras fuentes alternativas de apoyo material y emocional, y que finalmente se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad, en comparación con la población joven de otros países europeos”.
Cariñosos y no tan digitales
Los expertos señalan, por ende, la importancia de recordar a los jóvenes la importancia de extender sus redes “más allá” de la familia. Esto se produce... en parte: según un estudio elaborado por profesores de la Universidad de Navarra y la Universidad de Gante (Bélgica), el 81% de sus interacciones sociales se producen con amigos y familiares, mientras que solo el 16% y el 3% lo dedican a conocidos y desconocidos, respectivamente.
Esta investigación, publicada el verano pasado también por el Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”, también revela que los jóvenes de entre 18 y 25 años son menos digitales de lo que en un principio podría pensarse. El 67% de sus interacciones sociales -se analizaron un total de 12.421- que llevaron a cabo fueron cara a cara, el 19% a por mensajería y el 11% por llamada o videollamada. Las redes sociales, por el contrario, solo fueron utilizadas en un 6%. Además, en el 70% de esas interacciones cara a cara los participantes no utilizaron el móvil en ningún momento.
En cualquier caso, la interacción más frecuente fue para “pasar el rato”, seguida de aquellas cuya intención era “ponerse al día”. Las interacciones con un grado mayor cercanía, aquellas que son para “fortalecer las relaciones”, solo se produjeron en un 9% de los casos. Sin embargo, en este ámbito los investigadores detectaron que “mostrar cariño es la interacción que no solo conlleva los niveles de cercanía más altos, sino que también es de las que implican menor esfuerzo”. Las únicas interacciones menos costosas que el cariño fueron bromear, pasar el rato o mantener una conversación de pasillo. Por ello, el cariño es “la mejor interacción” para evaluar la relación entre la cercanía y el esfuerzo.