¿Por qué perdemos la memoria? Hay un proceso biológico: el cerebro se deteriora y apaga, hasta que la caja de recuerdos queda completamente vacía. Pero, por otro lado, también hay un proceso social, un paso del tiempo para todos en el que los edificios caen, las fotografías se pierden, los libros se queman.
Finalmente, también hay una tercera forma de olvido, a medio camino entre las dos. La gente muere, y cuando lo hace, se lleva consigo todo lo vivido. Hay cosas que ha contado, cosas que perdurarán, pero inevitablemente la experiencia, una parte fundamental de la verdad, se acaba perdiendo. Un ejemplo: en 2024, la persona más joven en España que estuvo en la Segunda República tiene 88 años. La persona que la recuerda, en sus inicios y su final, a punto estará de cumplir los 100.
Esto significa que, dentro de una década, puede que dos, no quedará nadie que pueda contarnos lo que ocurrió durante esos años. Dentro de tres décadas, ocurrirá lo mismo con la Guerra Civil, de modo que entonces, cuando alguien cuente algo sobre cómo hubo de ser ese conflicto en el que medio millón de personas perdieron la vida, no tendremos a quién acudir para que nos diga lo que es verdad y lo que no. Estaremos solos, desorientados, seremos vulnerables; y tal vez entonces sea cuando nos preguntemos, de nuevo, ¿por qué perdimos la memoria?
Un artículo en un periódico
Esta es una cuestión que, inevitablemente, se habrá hecho Luis Vivas muchas veces. Primero por su profesión, profesor de historia, que le ha llevado a resucitar cada día en las aulas algunos hechos que, paradójicamente, no aparecen en los libros. Lecciones como la que él mismo descubrió un día cualquiera, cuando le enviaron un artículo publicado en el periódico local La Opinión de Zamora, las dos rosas zamoranas: el tiro en la nuca a la inocencia.
“Esa historia es de las dos hermanas de mi abuela”, explica Luis. A esas zamoranas de 15 y 17 años, nada más empezar el golpe de Estado, las detuvieron y las fusilaron. “Allí no hubo ni guerra, solo represión”. Él no supo nada hasta 2008, cuando leyó el artículo. Nadie en su familia conocía lo que a esas chicas les había ocurrido realmente. Y fue, precisamente, este hecho, el que motivó a este docente que actualmente reside en Valencia, a invitar a sus alumnos a que hablaran con sus abuelos para que les contaran lo que ellos habían vivido. No solo en privado, también en las aulas, donde los mayores fueron invitados para compartir con los más jóvenes sus recuerdos.
Esta era una actividad que, dados los temas que se iban a tratar, podía generar conflicto y malestar. “Nosotros teníamos que enfocar todo eso desde el respeto”, recuerda Luis. “Había que darse cuenta de que no solo había un punto de vista que era el de tu familia, sino que ocurrieron muchísimas cosas en muchísimos sitios”. Por eso, no les pedía a sus estudiantes que opinaran sobre lo que sus abuelos les contaban, sino que “argumentaran”.
Esta actividad, realizada cada año con sus alumnos de cuarto de la ESO, se prolongó hasta 2020, cuando llegó la pandemia. “¿Y ahora qué hacemos?”, se preguntó el profesor entonces. La respuesta llegó cuando entró en contacto con la Fundación Editorial Vinatea, una entidad que publica libros para luego donar los ingresos que estos generen a proyectos solidarios. “Nos plantearon la posibilidad de publicar un libro con una recopilación de las historias del alumnado”, cuenta Luis. El confinamiento, así, se convirtió en la oportunidad para que todos esos jóvenes de 16 años que quisieran participar plasmaran sobre el papel esas Lecciones de nuestros abuelos.
Libros con memoria
Este fue el primer proyecto -bastante exitoso, con dos ediciones agotadas- de otro más amplio, llamado Libros con memoria, al que Luis dedica gran parte de su tiempo. El segundo paso que ha dado en este viaje tiene que ver con una inquietud profesional. “A mí se me planteaba la situación de que la memoria, que en muchos casos son recuerdos, no está totalmente documentada”, lamenta el profesor. “Yo tenía que poner esos recuerdos en contexto, explicarlos bien”.
Una tarea difícil, puesto que, ¿cómo explicar por qué algunos abuelos y abuelas dicen eso de que “con Franco se vivía mejor”? “No había ningún libro que yo pudiera recomendar a mis alumnos”, motivo por el que decidió hacer “un libro que fuera explicativo, de investigación, que contara las cosas como fueron”. Un trabajo que, debido al rigor que necesitaba, requería de personas más adultas que sus estudiantes, por lo que decidió contactar con personas ya adultas que, eso sí, también hubieran pasado por sus clases. “Pusimos por primera vez en un libro todos los temas de nuestra memoria histórica para que no solo yo, sino cualquier colegio, instituto o universidad en España lo pudiera recomendar”.
“Nos llamó y nos dijo: ‘Tengo un proyecto, ¿queréis participar en un libro?’. Y dijimos ‘vale’. Fue muy fácil”, recuerda Carmen Moya Gijón. Ella y su hermana Amparo formaron parte de esa primera promoción de estudiantes que empezó a traer a sus abuelos a clase. Es esta última quien concreta el objetivo que tenían en mente: “Luis quería trabajarlo de una manera más profesional, hablando con expertos, buscando documentación, un poco ese trabajo periodístico o de documentación de historiadores, para ya ponerle un poco de contexto”.
Este libro ha sido titulado Lecciones robadas. ¿Por qué perdimos la memoria?, y es el motivo por el que tanto Luis como sus exalumnos han recorrido toda España para hablar, en más de 150 presentaciones, sobre todos esos aspectos que el franquismo enterró en el olvido: los bebés robados, los nazis refugiados en España, las fosas comunes, la represión contra la mujer. Unas presentaciones a las que han asistido muchas de las personas con las que contactaron: desde testimonios directos hasta familiares, pasando también por figuras públicas como el juez Baltasar Garzón o los historiadores Soledad Luque y Ángel Viñas.
Trauma y responsabilidad
A Carmen le tocó por sorteo otro tema de los que no se habla mucho en los institutos. Cómo muchos españoles y españolas acabaron siendo prisioneros en campos de concentración. “Yo no lo quería”, se ríe ella, “porque yo no veía ninguna película de la Segunda Guerra Mundial. Después tenía muchas pesadillas con los campos”.
Aún así, acabó aceptándolo, y decidió enfocarlo a través de algunos de los temas que, como psicóloga, más le interesaban: “La herencia del trauma”. Es decir, cómo la historia familiar acaba dentro de cada uno de nosotros. “Forma parte de tu realidad y de tu personalidad. Si le pegaron un tiro a tu padre y ni siquiera lo conocen tus hijos, existen las ausencias y los traumas heredados.
Pudo indagar en ello entrevistando a varios familiares de los supervivientes, conversaciones disponibles en el libro a través de un código QR -cada capítulo tiene uno con materiales similares para quienes quieran indagar más-. Esas charlas, para las que solo encontró buena disposición, fueron una de las lecciones más valiosas que se llevó. “Podían estar enfadados con el mundo y en cambio no”, rememora, “tenían una forma muy cálida de hablar de algo tan horrible”.
Carmen se encontró con el respeto, “sin odio y sin rabia”, pero “con mucha responsabilidad de ‘con esto yo tengo que seguir el legado, tenemos que pasarlo a otros y no dejar que se repita”. En otras palabras, historias familiares que encierran algo más grande e importante: “Es la historia de una sociedad y de un país”.
“Luis habría sido un represaliado”
Amparo, por su parte, se quedó con la “depuración” que el franquismo realizó en los centros educativos. Uno de cada cuatro maestros fue represaliado por el régimen. Se trasladó, inhabilitó, expulsó e incluso asesinó a todos aquellos docentes que no interesaban al régimen. “Todo lo que no casaba con el los principios de la dictadura, todo aquello que era de izquierdas o simplemente extranjero, fue censurado”, resume ella.
Sin embargo, la implantación del nuevo sistema, destinada a mantener el orden y a adoctrinar con nuevos valores, barrió consigo algunos elementos que no han sido recuperados hasta hace bien poco. “Ahora hablamos del método Montessori y otros que están de moda. Todos quieren llevar a sus hijos a centros así”, indica Amparo. “Y en la Segunda República ya estaban implantándolos, pero cuando llega la dictadura dicen ‘fuera, esto es extranjero y esto el orgullo patrio no lo tolera’”. Como bien indica ella, este tipo de cuestiones no se conocen a día de hoy, pero de haberse mantenido “llevaríamos un adelanto educativo importante”.
El tema de Amparo está muy relacionado con la propia naturaleza del proyecto: un profesor intenta enseñar aquello que otros, durante mucho tiempo y aún a día de hoy, intentan que no se conozca. “A mí no me cabe duda de que a Luis lo habrían señalado como una persona de izquierdas y después lo habrían exiliado o represaliado de alguna manera”.
Tampoco ha dejado de aprender durante las investigaciones. “Tu ves cómo cambian en clase el uso de las palabras: enseñan un ‘levantamiento’ y no un golpe de Estado, es una ‘guerra de España’ y no una ‘Guerra Civil’”. Cualquier opinión diferente solo acarreaba problemas para los profesores. “Eso provoca todas esas falacias y demagogias que se hicieron y se han hecho, porque ganaron los que ganaron, y eso también sirve para educar”.
Frente a esto, considera Amparo que lo que ella y sus compañeros han hecho ha sido “recuperar la memoria, plantear que estamos hablando de una ciencia”. Y es que, para ella, “la historia se estudia, tiene documentos, de la historia se aprende”. “Esto ha pasado y lo tenemos que hablar y que normalizar, se tiene que mostrar lo que pasó, seas de una ideología o de otra”.
Concordia y censura
El problema es que, en la actualidad, el significado de las palabras de Amparo se pone también en discusión desde varios gobiernos, entre ellos el de Valencia, que este mismo verano han aprobado las famosas -y discutidas- Leyes de Concordia. “Me llamaron de algunos grupos políticos para poder intervenir en las comisiones previas”, revela Luis. “Para dar nuestro punto de vista sobre la educación en esa ley”.
No obstante, Luis se encontró con que “en esa ley no aparece para nada la palabra educación”. “¿Cómo se hace una ley que tiene que hablar de historia cuando no habla para nada de educar la historia?”. El profesor opina que, así, se omite algo que es “de cajón”. “Trabajar desde la base y educar para que la gente conozca la verdad y luego, cuando sean ciudadanos, puedan decidir libremente qué quieren hacer con su vida, con su voto y con todo”.
De hecho, a él le da igual hablar de concordia, memoria histórica o memoria democrática, “gobierne quien gobierne, lo que tenemos que hacer es enseñar historia”. Y, en cualquier caso, “Desde que acabó la dictadura se han perdido 40 años de oportunidades para rehacer esa concordia de la que se habla ahora, pero de una forma honesta que no ha acabado de hacerse”.
“¿Es que de qué estamos hablando?”, añade Amparo, “Qué es la concordia? Aquí hubo un golpe militar y eso no es bueno. Aquí hubo gente en la cárcel y no se ha pedido perdón, como tampoco se reconoce gente en cunetas”. El término es confuso, pero porque todavía no se ha empezado a “reconocer a las víctimas”. En vez de eso, “todo se ha quedado enterrado después de 40 años de dictadura”.
De lo local a lo global
De este modo, mientras los que tienen el poder siguen discutiendo sobre si contar o no contar lo que ocurrió, Luis y sus antiguos estudiantes siguen recorriendo España. Centros culturales, actos institucionales y, sobre todo, muchos centros de enseñanza: “Son proyectos increíbles, que además estamos viendo que se están haciendo a todos los niveles educativos”, considera Carmen. “Al final es acercar la historia real y objetiva”, y es que, tal y como le dijo una de las personas a las que entrevistó, “saber el pasado no es ni siquiera para el presente, es para el futuro”.
El libro ya ha agotado todos los ejemplares de la primera edición, por lo que muy pronto sacará una segunda. Aún así, Luis tiene claro que todavía “queda mucho por hacer”. “Ojalá que las asociaciones y la sociedad civil achuche a los partidos políticos para que den un paso adelante con firmeza y no tengan ningún tipo de complejo a la hora de cambiar algunas cosas”, reflexiona, “porque, como hemos visto, la derecha y la ultraderecha tampoco tienen complejos para hacer aquello para lo que se les ha votado”.
Uno de los próximos pasos que dará el proyecto será dar el salto a Europa. “Vamos a trabajar con otros países de la Unión Europea para exportar un poco esta pedagogía de la memoria, y enseñar en otros sitios cómo trabajamos todo esto con todos los matices”. Seguirán, por supuesto, con los “simposios o jornadas a nivel local”, solo que esta vez también lo harán “a nivel nacional e incluso internacional”.
No será fácil, pues entre otras cosas, en muchas ocasiones es difícil conseguir el dinero para poder moverse de un sitio a otro, aunque “cada vez más son las organizaciones o instituciones que nos pagan prácticamente la gran mayoría de los gastos”. Probablemente, no tarden mucho en constituirse como una asociación, una forma de obtener financiación para seguir luchando por enseñar la historia tal y como sucedió. Para que, en un futuro no muy lejano, quienes sigamos aquí y quienes están por venir no perdamos la memoria.