Aquellas vacaciones de la infancia en las que el verano parecía eterno suponen, al mismo tiempo, un rompecabezas para las familias. Los ritmos escolares no encajan con los laborales y sin campamentos o alternativas, los madres y padres se enfrentan a la encrucijada del tiempo. ¿Donde dejar y qué hacer con los hijos cuando no se está de vacaciones? En esta cuestión, la de la conciliación veraniega, España suspende.
Desde el 2 de agosto, España se enfrenta a un incumplimiento de la directiva europea que obliga a retribuir cuatro de las ocho semanas del permiso parental para hijos de hasta 8 años. La normativa, aprobada en 2019, iba encaminada a reforzar la conciliación entre la vida familiar y laboral, para la que ya se tramitó la Ley de Familia a principios de este 2024. El incumplimiento de esta con las directrices de Europa no solo acarreará una sanción de al menos siete millones de euros: también evidencia el actual desajuste de nuestro país respecto a una parte fundamental de los derechos del trabajador.
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“Si quieres un titular, el resumen es que el tema de la conciliación está mal”, afirma la doctora en sociología Livia García Faroldi. Esta profesora de la Universidad de Málaga lleva años investigando cómo los padres y madres cuidan a sus hijos pese a las exigencias de su jornada. Sobre esto mismo tiene un libro, Haciendo malabares. Conciliación y corresponsabilidad de las parejas trabajadoras españolas, donde analiza pormenorizadamente una problemática para la que “falta dinero y faltan plazas de guarderías públicas”, por no hablar de que “los horarios no están muy bien sincronizados y las vacaciones son muy largas”.
Este último punto indicado por Livia resulta especialmente pertinente, dado que el incumplimiento de España con la directiva europea llega en la que quizá sea, para muchas familias, la época más difícil para conciliar: el verano. “En otros países las vacaciones de verano no duran dos meses y medio, sino que se va troceando las vacaciones en varios periodos y entonces las vacaciones duran alrededor de un mes”, explica la socióloga, que ve cómo estos dos meses y medios pueden hacerse muy largos para aquellos padres que trabajan durante julio y agosto.
La necesidad de tener un plan
Para Mónica, cuyo hijo acaba de terminar su primer año en el instituto, el verano “realmente se hace muy largo”. “Sobre todo el mes de julio y la última semana de junio. Ahí tienes que buscar opciones, porque yo no puedo cogerme vacaciones hasta agosto”. Mónica tiene poco más de 20 días laborables sin tener que ir al trabajo, los cuales utiliza para dividirse a la mitad con su expareja, el padre del niño, las vacaciones escolares. “Contamos los días y nos los repartimos”, explica, algo que durante el verano se traduce en “tandas de dos semanas, aunque por motivos varios puede ser que vayamos alterándolo. El padre tiene otras dos hijas y yo tengo que adaptarme para que el niño pueda estar con sus hermanas”.
Una situación “un poco tetris”, pero con la que van “tirando” cada año. Así, cuando a Mónica le tocan las semanas de verano tiene que matricular a su hijo a algún campamento de verano. “Normalmente se queda corto porque por las tardes te encuentras otra vez con qué puedes hacer”, explica ella. Durante el curso, su horario es hasta las seis y media, dos horas más tarde de que el niño termine las clases. Así que los recursos son siempre los mismos: “Actividades extraescolares, con el dinero que supone, aprovechar la flexibilidad que me dé la empresa, combinar horarios... Necesitas buscar un plan para que el niño esté atendido y que puedas seguir trabajando”.
La postura de la empresa en la que Mónica trabaja es vital para favorecer la conciliación. “Desde el primer momento me dieron facilidades y puedo adaptar mi horario de entrar y salir, teletrabajar si hay necesidad de ir a buscar a mi hijo al colegio o en las vacaciones”. Considera que tiene suerte, puesto que “no todas las empresas tienen esta capacidad de ofrecer flexibilidad”. De hecho, ella misma lo vivió cuando, hace ya varios años, trabajaba en otra compañía en Barcelona. Entonces, “no había opción que se saliera del horario que hacía el resto de trabajadores”.
Ayudas y “trampas”
Una situación distinta viven Marta y Raúl. Tienen tres hijas, la pequeña con parálisis cerebral, lo que les obliga a estar muy presentes en su cuidado y adaptarse a las distintos imprevistos que puedan ir surgiendo. Pero también cuentan con una ayuda importante, que es su trabajo como profesores. Ambos tienen más vacaciones en verano y hacen jornada intensiva, un horario de ocho de la mañana a dos del mediodía que les facilita mucho las cosas durante el curso. Eso sí, muchas veces, para prepararse las clases, ya en casa, esperan a que todas duerman. “Nuestro teletrabajo es nocturno, nosotros dormimos menos que otras familias”.
Además, como dice Marta, “si una de ellas se pone enferma, pues a ver si podemos irnos. Como trabajamos con clases no hay sustituciones inmediatas o es muy difícil que las haya, entonces siempre procuras solucionarlo de otra manera que no sea yéndote”. Ella tiene menos horas lectivas que Raúl, puesto que el Gobierno le ofrece una ayuda por el cuidado de menores afectados por cáncer u con enfermedad grave. Gracias a ello, trabaja 20 horas a la semana cobrando un sueldo de jornada completa, aunque la reducción pueda llegar a ser incluso del 95%.
En verano, no trabajan ni en julio ni en agosto, pero quedan tres semanas ‘críticas’, si juntamos los días de junio y septiembre, en los que tienen que ir a trabajar y las niñas siguen de vacaciones. “Hemos trampeado mucho ahí”, confiesa Raúl. Ahora las dos mayores son quienes se encargan de cuidar a la pequeña, pero antes se turnaban para “escaparse” del centro y asistir a su hija, que necesitaba agua, comida, cambiar de posición y que le cambiaran el pañal. Una rutina para la que fue clave mudarse: “Hemos conseguido trabajar prácticamente a cinco minutos de nuestra vivienda”.
Las redes de apoyo
Para estos periodos concretos en los que las hijas están de vacaciones, pero los padres no, a esta familia le hubiera venido de perlas la ayuda de otra persona cuyo trabajo fuera cuidar de la pequeña. Hasta ahora, sin embargo, ha sido imposible: “Es difícil encontrar una persona que te cuide una niña con discapacidad, que sea de confianza, que tenga la formación y que acepte trabajar 20 días al año”.
Su hija sufre ataques epilépticos, por lo que se requiere una formación específica que asegure la mejor actuación posible en esos casos. “Hemos tenido algunas personas, pero no hemos conseguido a nadie de confianza o a quien poderle ofrecer un trabajo digno”, cuenta Marta. Algunos veranos, la niña se ha puesto mala y no les ha quedado más remedio que pedir la baja para “poder cuidarla en condiciones”. Pero esto ha ocurrido muy pocas veces, ya que además han contado con el fundamental apoyo de la familia.
“Los abuelos son muy importantes en nuestro sistema”, afirma Livia, que explica cómo estos son la parte con más influencia en “las redes de apoyo informal de la familia”. Aún así, la experta advierte que esos típicos abuelos a cargo de los niños cada día “se ve cada vez menos”. “Los abuelos están ahí, más para las emergencias: si el niño se pone malo, o si llegan las vacaciones”.
Un cambio de tendencia que se debe a que “la gente mayor cada vez tiene más sus propios planes, está habiendo un cambio en los valores”. Así, estos están para echar una mano, pero ya no es tan frecuente ver una familia donde los mayores estén siempre presentes. En cambio, “el 41% de las personas que viven con niños menores de 16 años han pedido favores a padres o madres del colegio”. Las redes de apoyo siguen estando ahí.
Los sesgos en la conciliación
El tema de los abuelos y el cuidado de los hijos también sirve para reflejar las diferencias económicas y sociales. Quienes más hacen uso de ellos, informa Livia, es “la gente con peores contratos, es decir, quienes no trabajan a tiempo completo o no tienen trabajos indefinidos”. “El sector público, por ejemplo, acude mucho más a actividades extraescolares y gasta mucho más dinero al mes”.
En el caso de las familias con menos ingresos y jornadas más extensas, puede darse el caso que tampoco cuenten con una red familiar cerca o que no conozcan a nadie que pueda echarles una mano. “En esas circunstancias están dejando a los niños solos, pero ahí hay una vulnerabilidad muy grande en verano”.
Algo que podría servir a todos los padres que se vieran en una situación así serían los permisos parentales. Solo que los permisos, como advierte Livia, solo funcionan “cuando son retribuidos”, algo que España, pese a la directiva europea de que se debe dar el sueldo durante ocho semanas, no ha hecho todavía. “Podría ayudar a mucha gente en las vacaciones de verano, porque podrías planificarte con el padre, que tendría otras ocho semanas”. De nuevo, hasta ahora esto solo se lo pueden permitir los padres con mayor poder adquisitivo, al igual que los mejores campamentos -los que tienen aire acondicionado, por ejemplo- o algún cuidador.
El tiempo marca la diferencia
Al final, las familias logran salir casi siempre adelante, como diría Livia, haciendo malabares. Aunque por el camino también tienen que renunciar a otras cosas. Si ya cuesta compaginar la vida laboral con el cuidado de los niños, queda aún por resolver el tiempo que se le puede dedicar a una pareja. “Inevitablemente, tener hijos resta tiempo para eso”, considera Mónica, que ve cómo los pequeños “necesitan que estés mucho con ellos”.
Parece una ley sencilla: cuantas más horas demanda un hijo, menos tiempo tienen las parejas. Lo cual, si se prolonga en el tiempo, puede acabar desgastando el núcleo familiar. “Hemos visto muchos padres de niños de discapacidad que se habían divorciado”, destaca Marta, que insiste en que “muchos” es, en realidad, “la gran mayoría”. Ella y Raúl llegaron a pedirle a la directiva de sus centros que les pusieran la misma mañana libre a ambos durante el curso. “Poder coincidir cuando no hay niños es casi un milagro, y en el trabajo nos han echado una mano con eso”.
El otro gran riesgo es que, además, también falte tiempo para uno mismo. Paradójicamente, la separación fue lo que, en el caso de Mónica, supuso la oportunidad para encontrar esos ratos que antes le faltaban. “desde entonces ha habido momentos y días en los que no me tocaba tener a mi hijo, lo que me dio el espacio para hacer lo que quería”. Antes, cuando convivía con el padre, no tuvo nunca la sensación de que esto se produjera.
“En las entrevistas que he hecho para mis investigaciones, sobre todo las mujeres dicen que les falta tiempo para cuidarse a sí mismas”, concluye Livia, que pone un énfasis en el papel que juegan los roles de género. “Aunque los dos trabajen y los dos tengan ingresos similares, incluso a veces ganando ella más, ellas suelen ser las principales cuidadoras o responsables de organizar los cuidados”. Una organización y responsabilidad que, a la postre, hace que “ellas sean las que sufren más el cansancio y que sean las más insatisfechas con el reparto de tiempo”.
En otras palabras, reaparecen los sesgos. Diferencias que pueden afectar al bienestar de los padres y madres, pero en última instancia también a los más pequeños. Mientras tanto, la normativa europea sigue sin cumplirse y el Gobierno ya ha anunciado que las modificaciones se incluirán en los próximos Presupuestos. En el mejor de los casos, las nuevas medidas llegarán en 2025, sin evitar aún así que España siga muy por detrás de otros países europeos en el campo de la conciliación.