El hambre como arma a manos del bando nacional en la Guerra Civil: “Después de los militares, llegaban camiones repartiendo pan, era la propaganda más básica”

‘Infobae España’ entrevista a la historiadora Alba Nueda, autora de la tesis que analiza cómo el bando golpista utilizó la hambruna de los españoles durante la contienda para desmoralizar a los republicanos

Los niños del Auxilio Social, servidos por la Falange. (Biblioteca Nacional de España)

Nuestros abuelos y bisabuelos están marcados por el hambre y la necesidad. Nacieron antes, durante o después de la Guerra Civil, y si les preguntamos por los recuerdos de su niñez, muchos se llevarán las manos a la tripa. Esos españoles de canas, arrugas y garrota, que ahora tienen la nevera y la despensa llenas, pueden narrar la historia de un país que, en parte, se murió de hambre. Alba Nueda Lozano, nieta de manchegos que tuvieron que aguantar los crujidos del estómago durante años, decidió dedicar su tesis doctoral a hablar del ’hambre en la zona roja’, porque la hambruna que igualó a casi todos los españoles durante los primeros años del franquismo no siguió el mismo patrón durante la guerra, en la que muchos descubrieron que un estómago vacío puede adoptar múltiples formas, y una de ellas es la de la propaganda.

“El 3 de octubre de 1938, doce aviones sublevados bombardearon las calles de Madrid. Esta vez no caían obuses, sino bolsas con pan blanco que decían ‘En la España Nacional, Una, Grande y Libre, no hay un hogar sin lumbre ni una familia sin pan’. No se trataba de un acto de generosidad fraternal con los hermanos del otro lado del frente, sino de una planificada estrategia de guerra para conseguir la victoria franquista sobre la República española”, narra Nueda en la contraportada de su tesis, titulada El hambre como arma (Comares, 2024) a modo de introducción. Sin embargo, ese no fue el único episodio del uso de la escasez con fines propagandísticos. El general franquista Queipo de Llano anunciaba por megafonía el menú de las tropas sublevadas, cuyo territorio ocupado proveía de víveres más abundantes y nutritivos a los españoles que quedaron a ese lado de la trinchera.

En conversación con Infobae España, Nueda detalla que el bando sublevado se encargó de refinar sus estrategias de desmoralización del bando republicano a través de la comida. Lo hacían de forma muy sutil, cuenta. En periódicos y revistas del lado sublevado, que también llegaban a los republicanos, se hacían concursos de menús semanales y se premiaban aquellos que eran más sencillos y económicos, ajustados a los tiempos de guerra. Sin embargo, en las recetas había bacalao, rodaballo, carne, huevos, es decir, productos que la en retaguardia republicana era imposible adquirir. “Era una doble vertiente de esta propaganda. Por un lado, asentar el sentimiento de bienestar dentro de la retaguardia sublevada y, por otro, proyectar en el otro bando la deslegitimación y la pérdida de ilusión y de apoyo a la República”, explica Nueda.

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Pero, ¿realmente era tan exagerada la diferencia entre las despensas de los dos bandos? La doctora en Historia por la Universidad de Castilla-La Mancha explica que el tablero de juego que se trazó en los meses posteriores al golpe de Estado marcó la capacidad alimenticia de las dos Españas de las que hablaba Machado. Para la República, dar de comer al pueblo se convirtió en uno de los mayores problemas políticos. “La escasez se extendió como una epidemia”, donde no había pan de cada día, con complicados - y, en mucha ocasiones, ineficientes- sistemas de restricción y reparto que no cumplían con las necesidades básicas y que trataban de poner en orden a través de cartillas de racionamiento. Aun así, en las calles los mercados clandestinos y los intercambios de alimentos formaban parte de la cotidianeidad, y una vez avanzado el conflicto, la República hacía la vista gorda porque comprendía que no era capaz de mantener un mecanismo adecuado.

En el llamado bando nacional, la situación era muy distinta, al menos al principio. Bajo su poder quedaron grandes áreas productoras, como es el caso de buena parte de Castilla, y contaban con el apoyo de Alemania e Italia, que ayudaban a mantener el flujo de alimentos. Sin embargo, Nueda explica que “al final de la guerra sí que empezó a haber problemas de abastecimiento en los territorios sublevados porque tenían mucho más territorio y, por tanto, mucha más población a la que alimentar. Pero, por lo menos hasta mitad del año 38 o incluso después de la Batalla del Ebro, las diferencias sí que eran bastante notables”. “En la zona sublevada, hubo control de abastecimientos, pero no recurrieron a las cartillas de racionamiento. Sí que tenían medidas como ‘los lunes sin postre’ o ‘el día sin carne‘”, matiza.

La portada del libro

“La tripa vale más que las ideas”

El ‘hambre en la zona roja’ también era desigual. “Dependía en qué parte estuvieses. Si, por ejemplo, pensamos en Galicia, había pequeños huertos y podían acceder a casi todo, pero si pensamos en La Mancha, son grandes latifundios de monocultivo de viña y cereal. Tampoco tenían acceso a mucho más de lo que hubiese ahí, y alimentos como la carne, los huevos o la leche no les llegaban. Entonces, a lo mejor sí tenían alimento, pero era solo uno”, explica.

Nueda también subraya que la academia se ha centrado especialmente en estudiar este fenómeno en Madrid y Barcelona y ha pasado por alto otras regiones de la retaguardia republicana. Las dos grandes ciudades padecieron una mayor escasez debido al propio sistema de distribución, que desconectó las zonas productoras y consumidoras, y “por tanto, la crisis alimentaria fue mucho más grave”. Sin embargo, la historiadora apunta que “los gobiernos siempre se han esforzado en mantener estándares de abastecimiento mucho más adecuados en las grandes ciudades que en las zonas rurales o en las pequeñas ciudades, porque era donde se podían organizar alteraciones del orden público que fuesen graves”.

La historiadora subraya que una de las consecuencias de la escasez fue la pérdida de legitimidad del Estado republicano. “A mí siempre me gusta decir que la tripa vale más que las ideas. En los meses finales del conflicto, cuando estaban pasando mucha hambre, pero también se estaba viendo que no se estaban consiguiendo victorias militares, la mayoría de las manifestaciones en contra del Gobierno no eran por cuestiones políticas, sino por cuestiones de alimentación. Son muy conocidos los lemas de las mujeres madrileñas en la Navidad del 38, en las que perdían ‘Pan y carbón y, si no, la rendición’”. Reinaba la idea de ‘paz y pan’, aunque con el franquismo “no llegó ni una cosa ni la otra”.

Comida y hambrientos, “el escenario para la propaganda del régimen”

“Acabada de tomar la población bilbaína, el abastecimiento a los habitantes se organizó rapidísimo por el Servicio de Intendencia que surtió al vecindario. 20 de junio de 1937″, reza el reverso de una de las imágenes que se tomaron del día que cayó la ciudad y que muestra otra de las estrategias de los sublevados. “Justo después de los militares, cuando se tomaba una gran ciudad, lo que venía eran los camiones de Auxilio Social repartiendo pan y galletas, porque era la forma de convicción y de propaganda más básica y necesaria”, explica la historiadora.

Abastecimiento tras la toma de Bilbao, en 1937. (Biblioteca Digital HIspánica)

Una extensión de esta estrategia, que también se mantuvo tras la guerra, era la de las Colonias Infantiles de Auxilio Social, que “se gestionaban para dar de comer a la población más afectada, pero que formaban parte de un escenario para la propaganda del régimen”, señala Nueda, que añade que “eran una forma de hacer permear la ideología de la Falange, pero, sobre todo el carácter de mesías de Franco”.

El mecanismo de Auxilio Social consistía en crear comedores para que los niños de las familias más pobres tuviesen comida “a cambio de pasar por el aro de la convicción ideológica”. Nueda sostiene que parte de estos apoyos sociales del franquismo se construyeron en torno a la necesidad y el hambre, y lo ilustra con una anécdota: “Un día, estaba hablando con unos señores del pueblo que decían que habían estado en las Juventudes de la Falange, les pregunté si habían sido falangistas y me decían ‘no, es que nos daban de merendar’”.

El comedor infantil por el Auxilio Femenino, a 13 de noviembre de 1938, en Barcelona. (Biblioteca Nacional de España)

Los traumas de la escasez

En su libro, Nueda también habla del “trauma generacional” con la comida. “Cuando se producen situaciones de escasez, el valor ya no es económico ni nutricional, sino que el valor emocional de los alimentos muta”, explica, y pone un ejemplo: “Nuestros abuelos se oponen frontalmente a comer pan de centeno porque lo ven como pan negro y eso les recuerda directamente a la guerra. También asocian la pobreza con las patatas, el maíz, la algarroba o, en la zona de La Mancha, la harina de guijas con la que se hacen las gachas, que ya solo se cocinan como parte del folclore”.

El hambre se ha quedado como un recuerdo en la memoria de los más mayores, que pueden hablar de guisos en los que se incluía la carne de caballo o de gato porque no había otra, la necesidad de tener grandes despensas que permiten hacer acopio o el rechazo de todo aquello que les recuerda a la pobreza alimenticia en la que estuvieron sumidos durante toda su infancia.

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