“All you need is love”. Esta frase que cantaban una y otra vez los Beatles, como tantas otras de tantísimas canciones, nos recuerda cómo a la mayoría de los seres humanos nos encanta el amor.
Lo identificamos con las pasiones, pero también con la compañía y la plenitud, lo pensamos en clave de pasado -el primer amor es por su propio nombre un concepto pretérito-, lo vivimos con intensidad en el presente y lo proyectamos, casi siempre, hacia el futuro.
Tanto es así, que nuestra sociedad analiza este sentimiento desde todas las disciplinas del saber, intentando comprender mejor cómo es que somos capaces de querer a alguien, llegando a un punto en el que queremos pasar el resto de nuestros días junto a la persona. ¿Es algo completamente natural o se ha adquirido con el desarrollo de la sociedad en la que vivimos?
Uno de los ámbitos desde el que contestar esta pregunta es la zoología, pues interesa mucho descubrir si los animales también tienen esa capacidad, y cómo modifica sus hábitos el hecho de haber encontrado una pareja. Y en este estudio de los animales, el caso de los guacamayos es, sin duda, uno de los más conocidos.
Las aves que permanecen unidas toda su vida
Los ara, más conocidos como guacamayos, son un tipo de loro de gran tamaño que se encuentra sobre todo en zonas neotropicales, especialmente en América Latina. Son aves esencialmente sociales, puesto que siempre forman bandadas de varias decenas de miembros.
Su comportamiento amoroso es muy llamativo puesto que, una vez encuentran pareja, siguen con esta el resto de su vida, hasta alcanzados los 70 u 80 años de edad e incluso si uno de los dos muere, existen casos documentados en los que el otro decide quitarse la vida. Así, no se puede tener un solo guacamayo, puesto que siempre se requiere, como mínimo, albergar y mantener a una pareja para que no esté triste y no provocarle estrés emocional.
Son, además, una unidad familiar de rutinas fijas, con un ciclo reproductivo sin alteraciones en el que ponen entre uno y tres huevos cada dos años en los últimos cuatro meses del año. Esto condiciona su día a día, puesto que mientras el macho sale a cazar y a encontrar alimentos, desde insectos a frutos secos y semillas, la hembra se queda a cargo de los huevos, de donde nacerán las crías alimentadas por los dos ejemplares adultos.
Esta vida sencilla y cargada de costumbres no evita, sin embargo, que se pierda el afecto. Es habitual encontrarlos compartiendo comida y limpiándose entre ambos, en un cariñoso gesto que se les puede ver continuamente. También se dejan acariciar por los humanos, una vez hayan adquirido la confianza suficiente para ello. Eso sí, una vez se cree el vínculo, habrá que atenderles con frecuencia, puesto que también son muy celosos.
Los motivos por los que permanecen siempre unidos
Los pájaros siempre se han visto como animales esencialmente románticos, ya que aproximadamente el 90% de las aves son monógamas. Este fenómeno se asocia al hecho de que, al incubar los huevos fuera del cuerpo, las hembras necesitan a un compañero adecuado que pueda buscar la comida y proteger también a la familia.
Sin embargo, este tipo de monogamia es de carácter social, que cumple con una serie de funciones como la crianza, la nutrición o incluso la proximidad. La “monogamia sexual” ya es otra cosa. En estos animales, incluidos los guacamayos, existe también la posibilidad muy alta de que pese a vivir juntos, se sean infieles e incluso decidan tener relaciones y descendencia con otros ejemplares.
De este modo, se aprecia cómo en los guacamayos ese “juntos para siempre” es verdadero, pero no se asemeja tanto al ideal que podamos tener nosotros, los seres humanos, que en muchos casos también esperemos exclusividad sexual de nuestras parejas.