Fecha: 19 de octubre de 1469. Lugar: Palacio de Don Alonso Pérez de Vivero. No parece una vivienda muy acogedora. Situada a las afueras de Valladolid, está rodeada por una muralla, un foso, un gran torreón orientado hacia la iglesia de San Pedro y cuatro garitas defensivas. Más que una residencia privada, parece una fortaleza. Es un edificio apartado, relativamente discreto, ideal para lo que está a punto de suceder entre sus muros.
Desde hace cerca de un mes y medio, concretamente desde el 30 de agosto, hay una joven que vive escondida en este lugar: Isabel, la infanta de Castilla, hija del rey Juan II (fallecido 15 años antes) y de su segunda esposa, Isabel de Portugal. Tiene 18 años recién cumplidos. Está allí para casarse con Fernando, hijo y heredero de Juan II de Aragón [sí, el padre de ambos se llamaba Juan y tenía un II tras el nombre], a quien acaba de conocer y que tiene 17 años.
Los dos han llegado al palacio de manera clandestina y en medio de una situación muy tensa que no desentonaría en Juego de Tronos. Isabel aspira al al trono de Castilla, pero tiene rivales. El actual monarca es su hermanastro -hijo también de Juan II- Enrique IV, y su sucesora es su hija Juana, aunque una parte de los nobles castellanos, enfrentados al rey, apoyan a Isabel. Son quienes han difundido los motes de Enrique IV El Impotente -destacando los 20 años que había pasado casado sin engendrar descendencia- y Juana La Beltraneja -en alusión a Beltrán de la Cueva, la mano derecha del rey... y su supuesto verdadero padre- y quienes han empezado a mover los hilos para organizar el enlace matrimonial que está a punto de producirse.
En este contexto, Isabel no es una marioneta, una doncella dócil y servil. Tiene grandes aspiraciones propias, y pasan primero por consolidar su posición uniendo su destino al de la corona de Aragón, y después por esperar a la muerte de Enrique IV para proclamar su derecho al trono. Ya ha rechazado varios intentos de su hermanastro para casarla con personas cercanas a él -Alfonso V de Portugal, Carlos de Valois, Pedro Girón, que murió por causas desconocidas mientras viajaba para encontrarse con su prometida-, y ahora ha encontrado un candidato inmejorable.
El interés es mutuo: para Fernando y su padre, es una ocasión de meter el pie dentro del reino de Castilla y ampliar su territorio de influencia.
Excusas y disfraces
El encuentro se organiza en secreto. Isabel se escapa de Ocaña, donde el rey de Castilla la tenía vigilada de cerca, con la excusa de visitar la tumba de su hermano Alfonso, en Ávila. Para Fernando, el viaje es bastante más arriesgado: el camino está plagado de castillos de nobles partidarios de Enrique. Por ello, se disfraza de mozo de mula de unos mercaderes y parte de noche y con una comitiva muy pequeña. Pasa por Ariza, Monteagudo, Verdejo, Gómara, Osma, Gumiel y Dueñas, y por fin se dirige a Valladolid. Entra en el palacio de Don Alonso Pérez de Vivero por la puerta de atrás.
“Ese es; ese es”, dice la leyenda que Gutierre de Cárdenas le dijo a Isabel para señalarle a su futuro esposo (tras ello, el escudo familiar de Cárdenas pasó a estar compuesto por dos ‘eses’). Los jóvenes se causan buena impresión, aunque algunas fuentes señalan que Isabel estaba nerviosa por la perspectiva de la noche de bodas. Fernando, no tanto: llegaba a ese momento ya con dos hijos ilegítimos, a pesar de no tener aún ni 18 años.
Sin embargo, las dificultades no han terminado. La boda es ilegal. Por un lado, Isabel se está saltando la Concordia de los Toros de Guisando (1468), que la había nombrado Princesa de Asturias -y heredera al trono-, pero que establecía que su matrimonio debía realizarse con el consentimiento previo del rey, y con el candidato elegido por él. Y por otro lado, tampoco tenían la bula papal necesaria para validar el enlace. Isabel y Fernando eran primos, aunque lejanos: los dos eran bisnietos de Juan I de Castilla y Leonor de Aragón. Con esta excusa, el Papa Paulo II se negó a conceder la bula, evitando así involucrarse en el conflicto sucesorio castellano.
Papeles falsos
La solución que encuentran los séquitos de Isabel y Fernando es muy sencilla: falsificar una bula papal. Sobornaron a Antonio Jacobo de Véneris, nuncio apostólico, para que fabricara una bula firmada por Pío II, que había muerto cinco años antes y que, supuestamente, permitía el matrimonio entre primos hasta el tercer grado.
Y así, el 19 de octubre de 1469 Isabel y Fernando se casaron en una ceremonia ‘discreta’ ante la presencia de unas 200 personas. Esa misma noche, consumaron el matrimonio, dándole la publicidad habitual en la época: los testigos entraron en la alcoba nupcial tocando trompetas, flautas y timbales, y mostraron la sábana manchada con sangre.
A partir de este momento, el secreto no pudo mantenerse más y el escándalo fue inmediato: ambos fueron excomulgados por el Papa y Enrique IV declaró nulos los acuerdos de los Toros de Guisando y volvió a nombrar heredera a Juana. El resultado, pocos años después, sería la guerra de sucesión castellana, en la que saldrían vencedores los llamados Reyes Católicos, que con ello consolidarían su poder y darían paso al reino más poderoso de la época... Pero esta, como se suele decir, es otra historia.