Han pasado 12 años desde que el fuego arrasó con 30.000 hectáreas en la comarca del Valle de Ayora-Cofrentes (Valencia). Originado en Cortes de Pallás por una negligencia en una empresa de energía solar, el fuego se propagó por 13 municipios y tres áreas protegidas, hasta convertirse en el segundo incendio más grande que ha vivido España en el siglo XXI. Durante una década, la vegetación ha recuperado terreno, pero se ha perdido una gran parte de los hábitats que allí resistían. Para poder recuperar la biodiversidad perdida y prevenir que se vuelvan a repetir episodios tan devastadores, WWF comenzó en 2021 un proyecto de restauración en la zona.
Liderado por el técnico David Fuentes y la responsable de bosques Diana Colomina, el nuevo “bosque cortafuegos” persigue la creación y mantenimiento de un paisaje “mosaico” que consiga minimizar la propagación y severidad del fuego en nuevos incendios. Y es que todos saben que, pese al trabajo y el esfuerzo puesto por vecinos y voluntarios, la zona se volverá a quemar. “Estamos abocados, por desgracia, a sufrir cada 15 o 20 años, ya lo damos por hecho”, expresa Miguel Tórtola, alcalde de Yátova, uno de los municipios afectados por el incendio de 2012. El pueblo tiene apenas 2.000 habitantes, pero una gran extensión de terreno: se encuentra de hecho entre los cinco términos municipales más grandes de Valencia, pero se enfrenta de forma cíclica a “incendios de forma bestial”.
Los vivieron en 1993 (5.000 hectáreas) y 1994 (25.000 hectáreas), pero el de 2012 ha quedado especialmente grabado en el recuerdo. “Era doloroso, porque nosotros tampoco podíamos hacer gran cosa”, cuenta el edil a Infobae España. “Lo primero que se hizo fue correr, cortar todo el territorio y accesos y dejar trabajar a las fuerzas [de seguridad], la UME, bomberos y demás; pero la verdad es que fue muy triste”.
Tórtola asegura que los ayuntamientos de la zona se han “puesto las pilas” respecto a la prevención de incendios, pero lo que de verdad necesitan son mayores fondos públicos y políticas en las que se tengan en cuenta a los vecinos y su sabiduría. “Tenemos 400 kilómetros de caminos, más que de aquí a Madrid. Llegar [a proteger] eso con un presupuesto de apenas un millón y medio es imposible”, lamenta. El alcalde lanza “un grito de socorro” a las administraciones regionales y nacionales. “Se necesita que vengan más aquí, que pisen el terreno y que nos ayuden a los municipios, sobre todo pequeños” para que los proyectos de prevención en el entorno rural no se queden “a medias”.
De esa idea nacieron organizaciones como la Asociación de Municipios Forestales de la Comunidad Valenciana (AMUFOR), iniciativa que lucha por recuperar “la gestión forestal”, que ahora “está determinada por despachos, en este caso de Valencia”, explica su presidenta, Chelo Alfonso.
Restaurar “pensando en el próximo fuego”
La falta de ayudas e incluso obstáculos que imponen administraciones y organizaciones exteriores hizo que los vecinos no se uniesen al principio al proyecto de WWF, pero eran clave para lograr restaurar la zona, pues la mayor parte del territorio dañado estaba en manos de particulares. Colomina confiesa que fue complicado ganarse su confianza, pero que un día un gran propietario decidió arriesgarse con ellos y el resto de ciudadanos pudo ver lo positivo del trabajo que planteaba la organización. El objetivo es restaurar 125 hectáreas para 2025 entre los municipios de Yátova y Dos Aguas, y esperan que se pueda replicar en otras zonas incendiadas.
Este 2024, explica Fuentes, ha sido una buena prueba para el proyecto, pues “hacía 33 años que no teníamos una sequía como esta”, lo que ha hecho que parte de la vegetación se seque. “En esta zona no ha caído ni siquiera el 30% de lo que tendría que haber caído”, expone. No solo afecta a la flora, también a la fauna: los animales apenas han encontrado agua y comida durante el otoño y el invierno y han llegado a invadir zonas de cultivo, como los viñedos. “Lo que planteamos es un proyecto de restauración pensando en el próximo fuego”.
El objetivo, por tanto, es recuperar la heterogeneidad en la vegetación de la zona a través de un “plan mosaico” agroforestal: reducir la densidad de la masa arbolada (de 190.000 pinos por hectárea a 600-650) y lograr que crezca a diferentes alturas, para dar al ecosistema mayor resiliencia ante la sequía y menos “combustible” al fuego en próximos incendios.
Pero para que la estrategia funcione es fundamental recuperar las actividades tradicionales de la zona: la agricultura, la ganadería y el pastoreo. El abandono del territorio rural juega un papel peligroso en la extensión de estos siniestros debido a la falta de cuidado de las tierras. Y sin embargo, con apenas 40 cabezas de ganado se puede lograr mucho.
Así lo tiene comprobado WWF, que ha trabajado de la mano de Carlos Betés, un pastor que pasó de trabajar “con máquinas cien de toneladas” a trasladarse al campo, “al paraíso”. Lleva siete años en Yátova y cuida de 40 cabras, con las que ayuda a la organización a recuperar y mantener el terreno. Sabe que la mayoría de los incendios “vienen por culpa del abandono”, tanto de la propiedad como “de la burocracia”, que impone trabas al entorno rural. Reconoce que la actividad tampoco sale rentable. “Si ahora mismo yo estoy vendiendo un cabrito a 60 euros y voy a la carnicería y un kilo de chuletas me cuesta 25, ¿quién se está llevando el dinero?”, cuestiona. Por ello, insiste en la necesidad de la vuelta de actividades como la ganadería extensiva para cuidar el monte, y el cooperativismo para lograr suficientes beneficios. “El monte será rentable cuando se venda en condiciones y se cuide en condiciones”.