De las noches tropicales a las tórridas e infernales: las olas de calor amenazan el ambiente nocturno y la salud en las ciudades mediterráneas

Así lo constata un trabajo realizado por la Unidad de Cambio Global-IPL de la Universitat de València, que ha analizado los efectos de isla de calor y ola de calor en las principales urbes del Mediterráneo. Las brisas nocturnas, que son un factor de confort térmico, prácticamente desaparecen en estas zonas

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Tres mujeres se protegen del calor con unos paraguas en Valencia. (EFE/Ana Escobar9
Tres mujeres se protegen del calor con unos paraguas en Valencia. (EFE/Ana Escobar9

Los episodios de calor extremo en las ciudades son cada vez más largos, frecuentes e intensos, debido al efecto ‘isla de calor’ que se produce en las urbes cuando el hormigón y el asfalto acumulan el calor durante el día y lo liberan por la noche. Y si bien el número de noches muy cálidas ha aumentado en toda España, es especialmente llamativo en las zonas mediterráneas, lo cual afecta a la salud de la población, según se desprende del trabajo de un equipo de la Unidad de Cambio Global-IPL de la Universitat de València (UV), que acaba de publicar en International Journal of Applied Earth Observation and Geoinformation el primer mapa de zonas climáticas locales de alta resolución en esta ciudad basado en datos de satélites.

Aunque la principal causa del aumento del calor está relacionada con el cambio climático, no es la única razón, explica a Infobae España el jefe de Climatología de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en la Comunidad Valenciana, José Ángel Núñez. “Hay también una causa de origen antrópico, relacionada con la actividad humana, que es el crecimiento de las islas de calor de las grandes ciudades, que ha contribuido al incremento del número de noches tropicales —aquellas donde se superan los 20 grados—, ya que la propia estructura urbana impide la circulación de aire de las típicas brisas de tierra nocturnas, que aunque muy débiles, refrescan las noches de zonas de playa o de fuera de la ciudad”.

También los materiales que componen la estructura urbana, como el asfalto, el tráfico y los edificios “contribuyen a una mayor concentración del calor en el centro de la ciudad durante el día, calor que luego resulta más difícil disipar a lo largo de la noche”, señala el experto. Además, los materiales de construcción de la ciudad evacuan muy rápido la humedad, lo cual impide “el enfriamiento por evaporación que se produce en zonas de huerta fuera de la ciudad donde abunda la vegetación”.

Aumentan las pulsaciones

Teniendo en cuenta ambos factores, tanto el cambio climático como la estructura urbana, “lo cierto es que un habitante de una gran ciudad mediterránea como Valencia, Barcelona, Alicante o Palma sufre muchas más noches tropicales y tórridas que hace sólo medio siglo, lo que supone un riesgo para la salud”, añade Núñez, que aclara que en este tipo de urbes la correlación entre la temperatura de la superficie del mar y la temperatura nocturna en verano es muy alta. El aire en estas zonas, explica, se desliza sobre un mar muy cálido, de forma que no sólo adquiere su temperatura, sino que “se carga de humedad”, de forma que el cuerpo reacciona “sudando más para lograr enfriarlo”.

 Dos personas disfrutan de un helado junto a una fuente. (EFE/Ana Escobar)
Dos personas disfrutan de un helado junto a una fuente. (EFE/Ana Escobar)

Otra de las respuestas del organismo al calor húmedo es el “aumento de las pulsaciones”. “Las noches con mínimas superiores a 25 grados y humedad superior al 80 o 90% son las realmente adversas y es dificilísimo conciliar el sueño”, indica el portavoz de Aemet.

Contrarrestar estos efectos, señala el estudio de la Universitat de València (UV), requiere no solo comprender sus causas, sino también diseñar estrategias de adaptación a las condiciones climáticas cambiantes como consecuencia del calentamiento global. “Los responsables de las políticas deben monitorear de cerca los edificios y las superficies más afectadas durante las olas de calor y proponer las medidas de mitigación correspondientes para mejorar el ambiente”, señala José Antonio Sobrino, catedrático de Física de la Tierra y Termodinámica de la UV e investigador principal de este trabajo, cuyos resultados muestran la relación entre presencia de vegetación y enfriamiento nocturno, según informa Europa Press.

Decir noche tropical “ya no tiene sentido”

Por otro lado, Núñez asegura que hablar de noches tropicales en el Mediterráneo “ya no tiene sentido, porque casi el 100% de las noches del verano tienen estas características”. El portavoz de Aemet pone como ejemplo el aeropuerto de Barcelona, cuya estación de observación meteorológica registró un promedio de 19 noches tropicales entre 1950 y 1980, mientras que en los últimos diez años ese mismo observatorio ha registrado un promedio de 80. “De los cuatro años con más noches tropicales, el primero es 2022, con 104, el segundo es 2018, con 94, el tercero 2021, con 89, y el cuarto 2023, con 86″.

En Valencia, tal y como evidencia un observatorio urbano, el promedio entre 1950 y 1980 era de 46 y en la última década el promedio es de 92, con el máximo absoluto en 2022, con 113.

Noches tórridas en Valencia hasta 2023. (Aemet)
Noches tórridas en Valencia hasta 2023. (Aemet)

Debido a ese nuevo escenario con cada vez más noches tropicales, los meteorólogos han comenzado a utilizar el término de noche tórrida, que son aquellas en las que la mínima no baja de 25 grados y “son las más adversas actualmente”. Es más, añade Núñez, “ya se ha empezado a usar el término de noche infernal” cuando la mínima no baja de 30 grados, como ocurrió dos veces en Málaga en 2023, que registró una mínima de 31,6 en el aeropuerto el día 20 de julio y una mínima de 30,3 el día 2 de agosto, aunque el término infernal, aclara, “todavía no se puede considerar que esté adoptado oficialmente”.

Aunque la mayor parte de noches tropicales se dan en el Mediterráneo, también en el interior sur del país han aumentado significativamente, tal y como muestra la estación de observación meteorológica del aeropuerto de Sevilla, que ha pasado de registrar 25 noches por encima de los 20 grados entre 1960 y 1990, a 54 en los 10 últimos años, recuerda Núñez. Por otro lado, en la meseta norte estas noches son poco habituales, de forma que “apenas se registran una o dos a lo largo del año” y en la cornisa cantábrica en años excepcionales como el 2022 o el 2023 se superaron las 10, “pero son valores muy lejanos a los del Mediterráneo y el sur”.

La tendencia es que, a medida que vaya avanzando el siglo, las noches cálidas sigan aumentando porcentualmente, con un aumento promedio que puede oscilar entre el 20 y el 50%, dependiendo de si las emisiones de gases de efecto invernadero se reducen significativamente o no.

Las olas de calor son cada vez más frecuentes. Sin embargo, la AEMET confirma que aún no hay evidencia para sostener si cada vez son más graves o no, pero los picos de temperatura cada vez son más altos
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