Francia celebra este domingo elecciones legislativas anticipadas, que Emmanuel Macron convocó después del resultado de los comicios europeos, cuando la extrema derecha de Marine Le Pen arrasó y el partido del presidente se desplomó. “No puedo hacer como si no hubiese ocurrido nada”, dijo Macron esa misma noche. “Francia necesita una mayoría clara para avanzar con serenidad y armonía”.
Según todas las encuestas, ahora pueden ocurrir muchas cosas, excepto esa mayoría clara: la Agrupación Nacional de Marine Le Pen es favorita para obtener el mayor número de escaños, pero tiene difícil alcanzar la mayoría absoluta. Le siguen, en intención de voto, la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular y, en tercer lugar, el partido de Macron, con cerca de 100 diputados menos de los que tiene actualmente. Al actual presidente no le salen las cuentas para tener mayoría, ni siquiera con una alianza con la derecha tradicional (que, de todos modos, le está haciendo ojitos a Le Pen). Y el presidente de la República debe nombrar primer ministro a alguien del partido que tenga la mayoría parlamentaria. El favorito para ocupar ese puesto, por tanto, es Jordan Bardella, de Agrupación Nacional (Marine Le Pen no se presenta en estos comicios porque aspira al cargo de presidenta en las elecciones de 2027).
Todo esto provocaría lo que en Francia se conoce como “cohabitación”: el escenario en el que el presidente y el primer ministro son de partidos rivales. En el sistema francés, el primer ministro dirige la acción diaria del Gobierno -promueve leyes y se encarga de la política nacional-, mientras que el presidente se ocupa de la política exterior y de la diplomacia. Un primer ministro puede impulsar normas contrarias a los deseos del presidente, pero el reparto de roles provoca que ambos sean un obstáculo para el otro: el primer ministro no puede impulsar cambios en la Constitución con los que el presidente no esté de acuerdo, mientras que éste puede llevar las leyes a referéndum y someter así al primer ministro al juicio público.
En un escenario de cohabitación, el presidente y el primer ministro suelen colaborar mientras, al mismo tiempo, se tienden trampas el uno contra el otro. Eso es, al menos, lo que revela la historia.
François Mitterrand y Jacques Chirac (1986-1988)
Cinco años después de la elección del socialista François Mitterrand como presidente, la derecha ganó las elecciones legislativas. Su líder, Jacques Chirac, fue nombrado primer ministro, pero Mitterrand ya le advirtió que no le pondría las cosas fáciles. “No se elige un presidente para que sea inerte”, dijo.
Empezó así una “cohabitación combativa”, como se la conoce hoy, en la que Mitterrand hizo de árbitro e incluso de líder de la oposición contra su primer ministro: se negó a hacerse la tradicional “foto de familia” con el Gobierno y aireó su desacuerdo con muchas decisiones de Chirac, siempre con la vista puesta en las elecciones presidenciales de 1988. La apuesta salió bien: con un Chirac desgastado por el día a día del Ejecutivo, Mitterrand salió reelegido.
François Mitterrand y Édouard Balladur (1993-1995)
En 1993, con Mitterrand aún de presidente, el Partido Socialista se desplomó en las elecciones legislativas -con apenas el 17,6% de los sufragios- frente a la coalición de centroderecha -que logró un 45%-. En esta ocasión, se llegó a un acuerdo en la coalición similar al que ha hecho ahora Agrupación Nacional: Édouard Balladur, otra de las cabezas visibles del partido -y ministro de Economía en la anterior cohabitación- sería el primer ministro, mientras que Chirac se presentaría a la presidencia en 1995.
La consecuencia fue una “cohabitación de terciopelo”, mucho más suave que la anterior. “Desde nuestra primera conversación, le dije sin rodeos cuál sería mi comportamiento, para evitar enfrentamientos innecesarios. Goberné con una gran libertad, según lo acordado, y nos hablábamos libremente. Incluso me sorprendió el carácter abierto de las palabras que me dirigía”, contó Balladur a L’Express en 1997. Sin embargo, también tuvieron sus discrepancias. En julio de 1993, por ejemplo Mitterrand se negó a incluir en el orden del día de la sesión parlamentaria la revisión de la ley sobre la financiación de las escuelas privadas privados; y más tarde, rechazó reanudar los ensayos nucleares en el Pacífico, como pretendía Balladur.
Jacques Chirac y Lionel Jospin (1997-2002)
En 1995, Jacques Chirac cumplió el sueño que llevaba más de una década buscando y se convirtió en presidente de Francia, tras vencer en segunda vuelta al socialista Lionel Jospin y a su antiguo amigo Balladur, que decidió presentarse en su contra. Dos años después, igual que ahora ha hecho Macron, disolvió el Parlamento y convocó elecciones legislativas anticipadas porque pensaba que lograría una mayoría aún más amplia para llevar adelante sus reformas y porque buscaba una excusa para deshacerse de su primer ministro Alain Juppé, cada vez más impopular.
La decisión fue un tiro en el pie y ha pasado a la historia como uno de los mayores fracasos de la política reciente: contra lo que decían las encuestas, el partido de Chirac perdió frente a la izquierda y Jospin fue elegido primer ministro. Esto dio paso a cinco años de cohabitación en los que hubo numerosos momentos de desacuerdo. “La Constitución prevé ciertas cosas, y estas cosas otorgan la última palabra al presidente de la República”, dijo Chirac. “No hay ningún ámbito de la política francesa en el que el Presidente tenga la última palabra”, replicó Jospin. En 2002, Chirac ganó las elecciones y pasó de nuevo a gobernar en solitario, tras una campaña en la que Jospin tuvo imposible presentarse como la oposición al presidente, ya que llevaba años al frente del Gobierno...
Esa es ahora la esperanza de Macron, y la excusa de los que defienden un adelanto electoral en el que todo parece indicar que partido del actual presidente perderá estrepitosamente: la esperanza en que, si Bardella es primer ministro y la extrema derecha llega al Gobierno, el día a día de la gestión desgaste a la formación de cara a las elecciones presidenciales de 2027.