Los abusos sexuales han estado tan presentes en la vida de Patricia que desde bien joven normalizó las violaciones de su padre, un hombre autoritario que hacía y deshacía a su antojo y que no dudaba en propinarle una paliza si se atrevía a desobedecer cualquier orden. Patricia, que prefiere no desvelar su verdadero nombre, nació en 1970 en una familia mallorquina muy católica y adinerada, y aunque le dijo a su madre que estaba siendo víctima de esas agresiones, “ella no estaba dispuesta a renunciar al nivel de vida que le proporcionaba su marido”, por lo que siempre hizo caso omiso. Sin saber a quién acudir, Patricia terminó refugiándose en la Iglesia, y ahí empezó otro nuevo infierno, uno que se prolongó durante más de tres décadas.
Patricia acusa a dos jesuitas del Colegio Montesión en Palma de Mallorca, Fernando Meseguer y Luis Añorbe, y al sacerdote diocesano Julià Cifre, de haber abusado sexualmente de ella y violarla entre 1985 y 2021, “aprovechándose de su discapacidad”, pues padece un trastorno límite de personalidad (TLP), “provocado por las violaciones que sufrió por parte de su padre” durante la infancia y juventud. En el caso de Meseguer, asegura que los hechos comenzaron cuando era menor de edad, a los 15 años, tras apuntarse al coro del colegio. Primero lo denunció ante un Tribunal Eclesiástico, y aunque después de mucho tiempo la Compañía de Jesús admitió las agresiones sexuales de los tres religiosos y le pidió perdón, no fueron expulsados del sacerdocio, que es la máxima pena en los procesos canónicos. Por ello, y con el objetivo de que “nadie pueda sufrir algo parecido”, Patricia también les denunció ante la justicia ordinaria.
La semana pasada, Cifre reconoció ante el juez que “acarició, besó y abrazó” a la denunciante durante años, al tiempo que defendió que fueron encuentros sexuales “consentidos”, mientras que este pasado miércoles fue el turno de Añorbe, quien también reconoció ante el juzgado besos y caricias “mutuos y consentidos” y negó haber forzado a la víctima.
“Cuando yo entré al coro del colegio y le conté a Meseguer lo que me hacía mi padre, él empezó a hacer lo mismo. Yo ni siquiera sabía qué significaba la palabra violación, estaba convencida de que eso ocurría en todas las casas, obedecía a mi padre y punto, era una norma de la casa. Y lo mismo hicieron después los otros dos curas”, cuenta a Infobae España Patricia, que ha intentado suicidarse en varias ocasiones. De hecho, no ha sido hasta muchos años después que se ha reconocido como una víctima de abuso y violencia sexual, como suele ocurrir en estos casos, pues las personas que sufren estas agresiones tardan tiempo en verbalizarlo y les resulta complicado denunciar.
La terapia ayudó
Patricia, que ahora tiene 54 años, ni siquiera le contó al psicólogo por todo lo que había pasado, y fue hace apenas cuatro años cuando pudo verbalizarlo. Lo hizo en una sesión de musicoterapia. “Un día, escuchando música clásica con los ojos cerrados, conté la violación. Después me pasé todo el curso llorando en una esquina, mirando la pared”, relata, al tiempo que recuerda que ya desde hacía tiempo se había empezado a hablar en los medios de comunicación de los abusos sexuales cometidos por curas pederastas en el seno de la Iglesia católica y que, aún así, ella no se veía reconocida. “Estaba completamente anulada, traumatizada”.
Con cada violación, explica, su cuerpo quedaba totalmente paralizado, como en estado “catatónico”. De ahí, asegura, que en el peritaje encargado por la Iglesia “hablaran de una relación consentida cuando lo único que quería era que aquello terminara” lo antes posible. Patricia llegó a considerarse una persona “especial” para la Iglesia, “como si eso fuera un enchufe a Dios” que de alguna manera le iba a “ayudar a superar el cáncer” que padece desde 2017. Pero después se dio cuenta de que nada de eso era verdad.
Muchas víctimas son mujeres
En el ámbito religioso, la mayoría de las víctimas de abusos sexuales en España por parte de curas pederastas son niños (siete de cada diez), pero las mujeres, tal y como evidencia el caso de Patricia, son quienes más agresiones han sufrido en la edad adulta, de acuerdo a los datos recopilados por la asociación Betania, organización que se creó en 2019 con el objetivo de acompañar a los supervivientes de esta violencia en contextos institucionales religiosos.
Además, el informe sobre abusos en la Iglesia que presentó el pasado mes de octubre el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, estimó que 440.000 personas podrían haber sufrido abusos sexuales, un 1,13% de la población adulta.
El único motivo por el que Patricia finalmente denunció a sus agresores, asegura, es para evitar que a otros niños, niñas y adolescentes vulnerables les pueda ocurrir lo mismo, y anima a todas las víctimas a que hablen “porque no es normal lo que hicieron tantos sacerdotes”. “Solo les pido que abran los ojos, que chillen y rompan su silencio”.