España es uno de los países del mundo con mayor población LGTBI y uno de los que más avances sociales y despatologización ha logrado en las últimas dos décadas gracias a la aprobación del matrimonio igualitario, la legalización de adopción homoparental o la más reciente ley trans, que reconoce la voluntad de la persona como único requisito para cambiar de sexo en el registro. Sin embargo, a medida que se abren paso los derechos de las personas LGTBI, también se produce una reacción conservadora, tal y como evidencian las reformas exprés que impulsó en diciembre el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso a dos leyes regionales que hasta entonces habían protegido a esta población en la Comunidad de Madrid, normas que el Ejecutivo central va a recurrir ahora al Tribunal Constitucional.
Aunque en España cada vez hay más personas que reconocen abiertamente ser LGTBI, al mismo tiempo se enfrentan a más violencia, acoso e intimidación, tal y como señala el último estudio de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), que indica que en España un 12% de los encuestados reconoce haber sufrido ataques físicos. Por otro lado, sigue habiendo un elevado porcentaje de personas que no se atreve a hablar de su orientación sexual o su identidad de género o solo lo hace en espacios que considera seguros. De hecho, según datos de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales y más (FELGTBI+), el 70% de las personas del colectivo no ha salido del armario en su trabajo, mientras que el 57% se lo oculta a su familia. Además, el abandono temprano del hogar y la inestabilidad laboral hacen que las familias LGTBI ingresen casi un 20% menos: 26.076 euros de renta media anual frente a los 32.216 euros del resto de las familias de la población.
En Infobae España hemos entrevistado a personas de diferentes generaciones para conocer cómo salieron del armario, si ha cambiado la forma de hacerlo, y cómo viven actualmente. Independientemente de la edad, todos coinciden en algo: están orgullosos y felices de ser quién son.
Una historia marcada por el bullying
Nerea Viejo tuvo claro desde bien pequeña que le gustaban las chicas. Salió del armario cuando tenía 12 años y, salvo contadas excepciones, sus amigos la apoyaron e incluso alguno también se animó a contarle que pertenecía al colectivo. Fue un poco más tarde, con 15 años, cuando dijo a sus padres que era lesbiana y asegura que “se lo tomaron bien”, aunque cree que aún a día de hoy, ya con 21 años, su madre “sigue teniendo la esperanza de que aparezca algún día por casa con novio, cuando obviamente eso no va a suceder”, dice entre risas y medio resignada.
Donde esta joven, sin embargo, ha sufrido un auténtico calvario es en el centro educativo donde cursaba un grado de diseño gráfico, hasta el punto de que debido al acoso y las humillaciones recibidas por su orientación sexual por parte de otros alumnos, decidió dejar las clases. “Empezaron a pegarme y a grabarme incluso en los baños. Tenían un grupo para difundir vídeos míos”, explica, si bien prefiere no mencionar el nombre del centro por miedo a represalias. A pesar de que informó al profesorado sobre lo que estaba ocurriendo, “nadie ha hecho nada”, asegura. “Me dijeron que tenía dos opciones: aguantarme o irme, así que decidí marcharme, al menos durante este curso para poder cuidar mi salud mental”, señala, pues a consecuencia de ese bullying desarrolló ansiedad y agorafobia.
Nerea, que ha ido recuperándose poco a poco, asegura que su vida cambió al acudir al Colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales de Madrid (COGAM), pues se sintió “totalmente acogida”, por lo que decidió unirse al grupo de jóvenes, formado por personas LGTBI de entre 16 y 25 años. Aquí ha empezado a tener amigos del colectivo y a hacer actividades como teatro, un espacio seguro donde no solo se expresa libremente y comparte experiencias, sino que también le ha permitido ganar confianza y “mostrar orgullosa quién es”. La marcha del Orgullo LGTBI de este año será la primera a la que acude, dice emocionada.
“Dije que era bisexual con toda naturalidad”
A Clara Albacete, una joven madrileña de 22 años, también le resultó bastante sencillo contar a sus amigos que era bisexual y siempre se ha sentido apoyada, a pesar de que sigue siendo una orientación sexual que se cuestiona y se concibe popularmente como una fase de transición, y a veces incluso invisibilizada dentro del propio colectivo. Cuando a los 18 años comenzó a estudiar en la universidad, empezó a sentirse también atraída por las chicas y “con toda naturalidad” se lo dijo a sus compañeros, aunque aún no se lo ha contado a sus padres. No porque se lo vayan a tomar a mal, explica, sino porque tampoco lo ha visto necesario. “No tengo esa confianza con mis padres, porque, por lo general, apenas hablo con ellos de mis amistades o de mi vida personal. Pero no creo que hubiera ningún problema si se lo contara”, sostiene. Por esas mismas razones, tampoco ha tenido la necesidad de decirlo en el trabajo.
Aunque en su caso asegura no haber sentido discriminación, es consciente de los estereotipos sociales sobre esta orientación sexual y de vez en cuando recibe algunos comentarios al respecto. “Siempre te preguntan si te gustan más las chicas o los chicos, si ahora estás ligando con unos o con unas”, como si la bisexualidad fuera una mezcla entre homosexualidad y heterosexualidad, “cuando no lo es”, añade. Y aunque aún hay mucho camino por recorrer, Clara no tiene duda de que en los últimos años se han producido grandes avances en los derechos de las personas LGTBI y de que ahora hay una mayor “apertura y facilidad para salir del armario, para tener la pareja que quieras”.
“No sabía qué significaba la palabra maricón”
Miguel Moclán, de 42 años, nació y se crio en un pueblo pequeño de Valladolid. Cuando ni siquiera sabía qué era ser homosexual, muchos niños ya le llamaban “maricón”. Y sin entenderlo, él solo quería cambiar porque era diferente al resto. Ya en la pubertad, con 12 o 13 años, recuerda que en un libro de dibujo se empezó a fijar con especial curiosidad en las figuras masculinas, le generaban atracción, y empezó a dibujar esos cuerpos en hojas que guardaba debajo de la cama como si se tratara de documentos secretos. Seguía sin saber qué era ser gay, pero “tenía claro que eso estaba mal”.
Pasó una adolescencia feliz, bastante más preocupado por divertirse que por tener pareja, y no fue hasta los 18 años cuando decidió salir del armario con sus amigos “aunque sin haber experimentado nada ni tener ninguna referencia”. “Simplemente lo verbalicé por primera vez delante de gente en una noche de borrachera. Me sentí liberado pero aún no había asimilado qué implicaba ser homosexual”. Lo que vino después, asegura, “fue bastante más traumático”, porque su familia “no lo aceptó”. “Un día mi madre me empezó a decir que en el pueblo corría el rumor de que yo era maricón, planteándolo como algo malo y, como me preguntó insistentemente si lo era, le respondí: ¿Y, si lo soy, qué pasa? Ahí es cuando entonces mi padre me dijo que prefería tener una hija puta a un hijo maricón”, relata.
Tras la reacción de sus padres, Miguel solo quería largarse de casa y así lo hizo a la mañana siguiente para después no volver a aparecer por allí en los dos meses siguientes. “Aunque mi madre me dijo que volviera y que no pasaba nada, la relación con mi padre cambió totalmente a partir de ese momento. Fue muy impactante que me rechazara de esa manera”. Pasado un tiempo, explica, en la familia no se volvió a tocar el tema y, aunque ya había dado el paso más complicado, seguía sin tener referentes, “sin conocer a nadie como él, ni nada positivo respecto a su sexualidad”.
A los 19 años empezó a quedar con otros chicos homosexuales “a través de los chats que había en esa época en Internet”, comprobando así que “eran gente normal con quienes podía tomar un café, ir al cine y hablar a gusto”. Empezó, básicamente, a tener referentes, un espejo en el que mirarse, al tiempo que también comenzaron sus primeras relaciones sexuales. Después vendría la universidad, ir al pueblo con su primer novio — lo cual le sorprendió “para bien por la reacción de la gente” — y no tener miedo a ser quién era. Ahora, asegura, se siente tranquilo y eso “es lo más cercano a la felicidad”.
Cuando tu mundo te da la espalda
La vida de Jorge Zamora, un hombre ecuatoriano de 57 años que desde hace unos meses reside en Madrid, ha sido de todo menos sencilla. De pequeño fue víctima de abusos sexuales por parte de su hermanastro, lo cual “cambió todo su mundo”. Como fue criado en un hogar católico, explica, a los 18 años decidió entrar en el seminario y allí, en la comunidad religiosa, fue donde tuvo su primera experiencia gay, lo cual le causó “aún más trauma, porque estaba cometiendo un pecado”.
Como no quiso continuar ese camino marcado por la culpa y el miedo, “prefirió buscar una vida heterosexual” y al poco tiempo, según relata, se enamoró de una mujer con quien estuvo casado durante 11 años y tuvo dos hijos. Las cosas empezaron a ir mal porque Jorge “empezó a sentir otras cosas” y no quería seguir fingiendo. Se había enamorado de un hombre y “ese fue el impulso para divorciarse y que todo el mundo se enterase”, un mundo que le dio la espalda, asegura, y del que “fue excluido por sentir lo que era”.
Tiempo más tarde, esa relación terminó y se trasladó de Guayaquil, la segunda ciudad más importante de Ecuador, a una localidad más pequeña ubicada en la costa donde tuvo que ocultar su orientación sexual por miedo. Allí empezó una nueva relación con otro hombre, su actual pareja. “Fue muy duro que mi familia me entendiera, mis padres y mis hermanos, y también mis hijos, aunque al final lo hicieron”, cuenta ahora aliviado. Pese a la aceptación familiar, la situación en la calle no era fácil para una persona homosexual, pues las personas del colectivo LGTBI “a menudo son objeto de burla y mofa”, por lo que decidió que la mejor manera de combatir la discriminación era desde lo social, trabajando como líder barrial.
Sin embargo, tanto Jorge como su pareja, con quien tiene una relación desde hace 14 años, fueron amenazados por su orientación sexual y por liderar actividades en favor de los vecinos y alejarles así de la violencia y el negocio de la droga. Debido a ello, ambos emigraron a España hace unos meses y, ahora como solicitantes de asilo, están a la espera de que se resuelva su situación.
“Aquí he podido encontrar un grupo cristiano, Crismhom (Cristianos de Madrid Homosexuales), donde me siento muy identificado, en paz y muy tranquilo, porque sé que no he hecho nada malo”, señala. Y aunque aún quede mucho por hacer, asegura que España “es un referente en derechos LGTBI”. Y aunque cree que el auge de la extrema derecha en Europa puede poner en peligro los avances conseguidos por el colectivo, “lo importante es mantenerse en la lucha”, concluye.