La muerte ha sido, desde tiempos inmemoriales, uno de los mayores misterios de la humanidad. Su fascinación ha llevado a todo tipo de actitudes frente a ella: diseñar ritos funerarios, erigir pirámides, imaginar mundos en los que los muertos vuelven a la vida. Imaginar nuestro propio final nos fascina, y es por eso que muchos científicos también tratan de analizar cómo es ese último momento en nuestro cuerpo.
Sin embargo, hasta ahora poco se sabía de lo que, en esos instantes, ocurre en el cerebro. Un desconocimiento al que Jimo Borjigin, profesora de Fisiología y Neurología de la Universidad de Michigan, ha dedicado más de una década de su vida de investigaciones. Los resultados obtenidos después de todo ese trabajo, han transformado la idea que se tenía de lo que pasa en nuestra cabeza justo antes de la muerte.
Un descubrimiento por error
Como muchos de los grandes hallazgos en ciencia, que Borjigin decidiera indagar sobre el cerebro moribundo fue algo que llegó por casualidad. Por aquel entonces, ella estaba en un laboratorio investigando las sustancias neuroquímicas que secretaban varios ratones a los que se les había hecho una operación. Esta evaluación les hacía observar su cerebro en tiempo real, por lo que presenciaron algo sorprendente cuando varios de estos roedores se murieron.
“Una de las ratas mostró una masiva secreción de serotonina”, declara en una entrevista reciente con la BBC. Como la serotonina se suele producir de esa manera cuando se está teniendo alguna alucinación, la científica se dispuso a investigar sobre el tema, pero terminó encontrándose con que, muy a su pesar, “sabemos muy poco sobre el proceso de morir”. Una situación que ella se dispuso a cambiar.
La muerte lejos del corazón
A partir de ahí, Borjigin comenzó a realizar una serie de estudios destinados a comprender la forma de actuar del cerebro en los últimos instantes de vida de una persona. La creencia más extendida hasta sus resultados era que, al producirse un paro cardíaco, el cerebro dejaba de recibir oxígeno y por lo tanto dejaba de actuar. Se apagaba. “Parece que el cerebro no está funcionando porque no hay respuesta: la persona no puede hablar o sentarse”, explica la investigadora al describir qué es lo que ocurre cuando alguien sufre un paro cardíaco.
El primer paso fue, entonces, demostrar que pese a esa falta de respuesta, el cerebro sí que seguía funcionando. En 2013, Borjigin publicó un estudio en el que demostraba cómo en los ratones que sufrían un paro cardíaco “la serotonina aumentaba en 60 veces, la dopamina, que es una sustancia química que te hace sentir bien, se incrementaba de 40 a 60 veces, la noradrenalina, que te pone muy alerta, también ascendía”. Esto demostraba que, pese a no haber riego sanguíneo, “el cerebro estaba en un estado hiperactivo”. Pero, ¿cómo, si no parecían estar presentes?
Los resultados con humanos
Los precedentes sirvieron a la científica para lograr realizar un estudio con humanos, cuyos resultados han sido aún más increíbles. En este último trabajo, Borjigin y su equipo monitorizaron los cerebros de personas en coma y soporte vital a las que estaban a punto de desconectar del ventilador. Los resultados han sido y no han sido los mismos. Sí que se ha registrado una actividad cerebral muy alta relacionada con funciones cognitivas. Pero con algunas diferencias: en primer lugar, se han detectado también ondas gamma, que son las ondas cerebrales más rápidas de todas y tienen que ver con el procesamiento de información y la memoria. En segundo lugar, las ondas no se han dado en todo el cerebro, solo en algunas partes concretas.
Las áreas donde se ha detectado la actividad son aquellas que se asocian con las “funciones conscientes del cerebro”: percepción sensorial, sueños, alucinaciones, lenguaje, empatía. Fueron cuatro pacientes los que vigilaron y dos los que registraron actividad en estas zonas. La duda, desde entonces, ha sido conocer cómo o dónde podían estar conscientes sin estarlo.
Las experiencias cercanas a la muerte
Las teorías que han provocado las investigaciones de Borjigin y su equipo se han dirigido rápidamente a todas esas visiones que dicen haber tenido muchas personas al borde de la muerte. Por ejemplo, existen estudios que concluyen que entre una quinta y una cuarta parte de quienes sobreviven a un paro cardíaco, afirman haber visto una luz. “Algunos pacientes que sobrevivieron incluso han reportado haber escuchado lo que pasaba durante su cirugía o lo que dijeron los paramédicos que los socorrieron después de sufrir un accidente de coche” añade ella en su entrevista con la BBC.
Estas experiencias, junto con sus propios resultados, contradicen la idea de que el cerebro se apaga cuando hay un paro cardíaco, aunque hay quien sostiene que, si el cerebro no recibe oxígeno, la energía para tener esas visiones la tiene que recibir de otra parte externa al cuerpo. Sin embargo, Borgijin alberga una teoría distinta: lo que hace el cerebro en este tipo de situaciones es economizar sus funciones, es decir, deshacerse de aquellas que no necesita y potenciar las que le parecen importantes: “¿Cuál es su función más esencial? No es la que te permite bailar, hablar, moverte. Esas funciones no son esenciales. Lo esencial es respirar, que el corazón lata”.
De este modo, la científica cree que el cerebro tiene “mecanismos endógenos para lidiar con la hipoxia que no estamos entendiendo”. Descubrirlos podría tener aplicaciones muy relevantes, como hacer diagnósticos con antelación de cuando una persona se está muriendo, además de lograr entender qué es lo que vemos, sentimos o pensamos cuando llegamos al final de la vida.