El orgullo del colectivo LGTBI+ fuera de Madrid o Barcelona: “En el pueblo no había ningún referente ni nada”

Tres jóvenes del colectivo que vivían en el medio rural cuenta a Infobae España como les afectó la falta de referentes en sus pueblos: “Me hace ilusión ver que otros chavales que son más pequeños que yo y que le quedan todavía bastantes años en el pueblo lo viven con total naturalidad, que no se esconden”

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Un carroza del desfile del festival ‘Agrorgullo’, en Barcenillas, Cantabria. (EFE/Pedro Puente Hoyos)
Un carroza del desfile del festival ‘Agrorgullo’, en Barcenillas, Cantabria. (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Esta semana los informativos de las televisiones y las portadas de los periódicos abrirán con las imágenes de las fiestas del Orgullo de las grandes ciudades de España, incluso de todo el mundo. Miles de personas y carrozas multitudinarias llenarán las calles de ciudades como Madrid y Barcelona, a las que apuntarán los focos de todas las cámaras. Sin embargo, habrá también cientos de pueblos pequeños que celebren su ‘día de orgullo’ de forma mucho más humilde y menos mediatizada, pero igual de necesaria.

Hay una herencia del pasado que transmite la falsa creencia de que en los pueblos no hay miembros del colectivo LGTBI+, pero nada más lejos de la realidad: lo que sucede es que son comunidades más pequeñas, pero no por ello menos diversas. Y, aunque en el pasado han estado más silenciados e invisibilizados, con el paso de los años esa dinámica se ha ido rompiendo. Lo cuentan Malena y Noelia, dos jóvenes de 23 y 25 años que llevan juntas más de siete años y que han podido ver el cambio en sus respectivos municipios en solo unos años.

Crecer sin referentes

Malena vive en Almodóvar del Campo, una localidad de menos de 6.000 habitantes al sur de la provincia de Ciudad Real y a diez kilómetros de Puertollano (con algo más de 45.000 habitantes) donde vive su pareja y donde se conocieron. “En el pueblo no había ningún referente ni nada. Hasta que no salí de aquí no me di cuenta”, explica Malena. “Me ficharon en el equipo de fútbol sala de Puertollano, donde había más chicas del colectivo y ahí ya me di cuenta. Entonces fue como verlo con tanta naturalidad. De hecho, fue un poco abrumador al principio, pero luego me sentí muy bien”, añade.

La joven explica que al principio de su relación, cuando tenía 16 años, prefería que no las vieran en el pueblo, porque tenía miedo a que hubiera burlas, pero eso ya queda muy lejos. “Sí que es verdad que ahora hay más y está más normalizado, pero, cuando yo, es que te puedo contar con los dedos de una mano la gente que formaba parte del colectivo”, añade. Para Noelia fue diferente. Se crio en un municipio más grande, con algo más de anonimato, pero no por eso con menos miedo y vergüenza: “Con mi antigua relación sí me escondía porque no había salido todavía del armario”.

Ya no se ocultan, ni sienten miedo, ni evitan estar en un sitio u otro. Las dos cuentan como con el paso de los años han visto a más personas salir del armario a su alrededor. Ahí reside parte de la clave, en verse a través de los demás. Al igual que Malena, José Antonio, que nació y se crio en la localidad sevillana de La Puebla de Cazalla (con algo más de 10.000 habitantes), necesitó verse en el reflejo de los otros y no pudo hacerlo hasta que abandonó su pueblo.

José Antonio, a sus 24 años, cuenta que no tuvo una adolescencia sencilla. Se sentía solo y triste. No tenía amigos y le costaba confiar en los demás. En una conversación con Infobae España, cuenta que la ansiedad y la depresión habían lastrado esos años de su vida. En un pueblo, las posibilidades de socializar están limitadas, sobre todo si se entra en esa espiral de soledad donde conoces a todos y a nadie al mismo tiempo. En el instituto sufría bullying y ese pesar eclipsaba cualquier otro pensamiento, incluso, cualquier otro sentimiento. “Hasta los 18 años, cuando salí del pueblo y entré en la universidad, yo ni siquiera me había planteado que fuera, gay, bisexual ni nada, porque a mí en el colegio sí que me gustaban las niñas, pero ningún niño. Durante el instituto, simplemente estaba en esa situación de soledad, ni siquiera me lo planteaba”, narra.

En la universidad, hizo un grupo de amigos, y algunos de ellos eran del colectivo. Sin embargo, él se dio cuenta de que le gustaban también los chicos de una forma muy particular. “Me descargué Tinder para hacer amigos porque no conocía a nadie, y me lo puse para chicos y chicas porque mi intención era conocer gente en general. Llegó un punto en el que yo mismo me di cuenta de que yo le estaba dando más likes a chicos que a chicas. Y ahí ya, pues tocó uno unas semanas de reflexión y dije ‘Vale, no le estoy dando like a los chicos porque quiera ser su amigo‘. Para entonces, yo ya lo tenía normalizado”, explica el sevillano, que matiza que en su pueblo nunca había tenido un referente y que conocer a personas que hablaban de la homosexualidad abiertamente fue decisivo.

“Es algo que me he dado cuenta, que ahora cada vez hay más referentes en el pueblo que, por ejemplo, cuando yo le dije a mis padres que era abiertamente bisexual, solo conocía a un chico y ni siquiera era del pueblo porque era el típico primo de una amiga tuya que es de otro sitio. Ese era el único referente que yo conocía, el resto y yo no sabía de nadie que dijera abiertamente me gustan los tíos”, comenta.

Malena y José Antonio coinciden en que es probable que ellos hayan sido referentes en sus propios pueblos, donde fueron de los primeros jóvenes en salir del armario, aunque no lo tuvieran fácil y aunque no pudieran siquiera verlo con la misma claridad con la que lo han hecho los que han llegado detrás: “Ahora que estoy fuera del pueblo-comenta José Antonio- me hace bastante ilusión ver que otros chavales que son más pequeños que yo y que le quedan todavía bastantes años en el pueblo lo viven con total naturalidad, que no se esconden. Lo descubren antes que yo y al final pueden empezar a tener experiencia acordes a lo que ellos quieren vivir antes”.

Pero, ¿por qué son tan importantes esos referentes? “Porque algo deja de ser extraño cuando no lo hace o lo siente uno solo, sino que es común y lo viven los demás” o “porque te abre una puerta para que tú puedas ser, porque te muestra una opción que era la tuya, pero no la veías”, responden los entrevistados. Por esa misma razón, el colectivo pide visibilizar estas realidades a través de todos los medios posibles.

La fiesta del Orgullo fuera de las grandes ciudades

El Día Internacional del Orgullo es justo eso, un altavoz para las voces silenciadas durante tanto tiempo y un espejo en el que mirarse. En este sentido, las fiestas de la diversidad de los pueblos y las regiones más pequeñas son vitales, porque muestran una realidad que no siempre resulta tan cercana en las comunidades pequeñas. Barcenillas, un pueblo cántabro de un centenar de habitantes, celebra su ‘Agrorgullo’, que en esta tercera edición ha cambiado de nombre (antes era ‘Agrogay’) para ser más inclusivo. A principios de junio, los vecinos Barcenillas y de los alrededores salieron a las calles con los tractores convertidos en carrozas llenas de colores y mensajes de apoyo al colectivo.

El desfile del festival 'Agrorgullo' de la localidad cántabra de Barcenillas. (EFE/Pedro Puente Hoyos)
El desfile del festival 'Agrorgullo' de la localidad cántabra de Barcenillas. (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Pero no es el único pueblo que celebra la diversidad. El 13 y el 15 de junio, el municipio toledano de Villafranca de los Caballeros, con menos de 5.000 habitantes, se convertía en el epicentro del Orgullo Marciano-Manchego 2024 LGTBIQA+. Las fiestas y las reivindicaciones llegan a muchas regiones y pequeñas localidades de España para normalizar lo que muchos sienten, pero no identifican o no dicen en voz alta.

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