La paciencia de los Le Pen y la extrema derecha en Francia: medio siglo para pasar de los fusiles escondidos a las sonrisas y del 0,8% al 35% de los votos

El partido fundado por Jean-Marie y liderado ahora por su hija Marine ha tenido éxito en su estrategia de “des-demonización” y “normalización” y ha convencido a gran parte del electorado de que su sustrato racista es un invento de los medios y de sus rivales

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Marine Le Pen y Jean-Marie Le Pen. (Reuters)
Marine Le Pen y Jean-Marie Le Pen. (Reuters)

En 1987, la periodista Anne Tristan se infiltró en las filas del Front National (Frente Nacional). El partido fundado por Jean-Marie Le Pen, que había arrancado como un movimiento marginal organizado por personas con pasado pro-nazi y fascista, estaba ganando una inesperada fuerza entre los votantes de clase obrera, gracias a su discurso antiinmigración. De hecho, estaba a punto de convertirse en la cuarta fuerza política del país -lograría un 14,4% de los votos en las elecciones de 1988-, todo un éxito desde el 0,8% que había obtenido en 1974, poco después de su creación. Por todo esto, la periodista quiso conocer, desde dentro, quiénes integraban las filas de esta formación.

“Hace cuatro años, cuando Le Pen aún no aparecía en las pantallas de televisión, creía que su partido no sería más que un refugio para marginados, delincuentes de poca monta, torturadores nostálgicos de Argelia y solteronas amargadas. Desde entonces, multitudes han comenzado a aplaudir las ideas del Frente. (...) Mis estereotipos se han derrumbado: los lepenistas se han convertido en personas que me cruzaba todos los días en la calle. Al principio, los miraba como monstruos o como caricaturas de ‘patanes’. Luego quise aclararlo. Necesitaba saber de qué estaban hechos estos conciudadanos, estos contemporáneos que se adhieren a una ideología que rechazo completamente”.

Como los infiltrados de las películas, Anne Tristan tuvo un gran éxito dentro de la organización que espiaba: militante activa, pronto se convirtió en secretaria administrativa de la sección local más importante del partido, la de Marsella, una de las ciudades con más migrantes procedentes de las ex colonias francesas. En el año que pasó entre sus filas, descubrió dos cosas. La primera, que el Frente Nacional operaba más como un club de amigos que como un partido político: los militantes se apoyaban entre sí de manera “muy calurosa”, se ayudaban a superar las dificultades diarias frente a un sistema que consideraban que los estaba excluyendo. “Hoy solo he encontrado personas dispuestas a ayudarme. Uno me ha dirigido hacia una asistente social lepenista que podría ayudarme a buscar trabajo. Otro va a intentar sacarme de mi barrio. Mi mundo se tambalea: estoy entre el enemigo y el enemigo es amable”, escribió.

Pero la segunda cosa que aprendió fue que detrás de esa cara amable había odio. Odio contra todo el que no era como ellos: los urbanitas, los ecologistas, los ‘rojos’ que se habían olvidado de la situación de los franceses de clase baja. Y, sobre todo, odio contra los inmigrantes. “El Frente es una especie de cajón de sastre: cada uno entra con su propia rebelión, su rencor, su rabia de vivir en viviendas de protección oficial y sin dinero. Cada uno trae su odio bajo el brazo y, al picar de otros platos, encuentra otros odios, avivados por militantes experimentados”, cuenta la periodista.

Partidarios del Front National. (Reuters)
Partidarios del Front National. (Reuters)

“Si matas a un árabe con el 0,5% de los votos, te llaman racista. Pero si lo haces con el 30%...”

Entre esa amabilidad y ese odio, Tristan descubre también que el partido tiene una estrategia política muy clara: mostrar solo la primera de esas caras. La periodista cita a uno de los militantes, que le dice estas palabras tras mostrarle el fusil y las granadas que guarda en su casa: “El genio de Le Pen es haber elegido el camino de las elecciones. Procediendo con calma, lograremos que nuestras ideas se acepten mejor. Mira: si matas a un árabe cuando Le Pen tiene el 0,5%, inmediatamente hay un escándalo y te llaman racista. Cuando estamos en el 15%, la gente ya grita menos. Así que hay que continuar y verás que, al 30%, la gente ya no gritará. Por eso, por ahora, hay que tener cuidado con lo que dices. Si en público sueltas “el problema son los judíos” o “hay que matar a los árabes”, te corriges de inmediato diciendo que Le Pen, precisamente, es demasiado blando, así la gente no puede asociarlo con el Frente. Si quieres aprender a hablar bien, te recomiendo seguir una Universidad de Verano del Frente, porque allí se aprende a no decir cualquier cosa”.

La estrategia dio sus frutos, aunque muy poco a poco. A lo largo de la siguiente década, el Frente Nacional se estancó en alrededor del 15% de los votos, hasta que en 2004 ocurrió lo que había parecido imposible: Le Pen fue el segundo más votado, por delante del socialista Lionel Jospin, y se coló en la segunda vuelta. En ella, sin embargo, todo el mundo que no era del Frente Nacional, fuera de derechas o de izquierdas, votó contra él y Jacques Chirac obtuvo un 82% de los sufragios.

La figura de Jean-Marie Le Pen había llegado a su tope. Con su eterno rictus cabreado y sus ocasionales salidas de tono -en 2008, fue condenado a tres meses de prisión condicional por haber dicho en una entrevista que la ocupación nazi de Francia “no fue particularmente inhumana”- hacían difícil vender esa imagen simpática del Frente Nacional. Así que, tras el fracaso de las presidenciales de 2007, donde cayó de nuevo al cuarto puesto con un 10% de los votos, se hizo evidente la necesidad de un relevo generacional.

La llegada de Marine Le Pen

El relevo generacional fue literal. En enero de 2011, su hija Marine Le Pen se convirtió en la nueva líder del partido y ahondó en ese camino de “des-demonización” del que ya hablaban los militantes más de 20 años atrás. Joven -al menos para la política-, mujer y carismática, Marine Le Pen trajo otro estilo. Criticó los exabruptos antisemitas y antiárabes de su padre -que, de hecho, fue expulsado del partido en 2015-, instauró un discurso que hablaba más de emociones que de ideas e instauró “una extrema derecha con rostro humano”, como la denominó el filósofo Bernard-Henri Lévy. “¿Cómo voy a ser de un partido de extrema derecha? No creo que nuestras propuestas sean extremas”, decía ella a menudo. Incluso suavizó sus posturas sobre el matrimonio homosexual y el aborto.

Marine Le Pen, en una visita en el norte de Francia. (Sarah Meyssonnier/Reuters)
Marine Le Pen, en una visita en el norte de Francia. (Sarah Meyssonnier/Reuters)

Curiosamente, otra periodista infiltrada estuvo allí para presenciar este proceso: Claire Checcaglini, que militó durante ocho meses en el Frente Nacional en 2012. “La des-demonización del Frente Nacional es una fachada”, escribió. “En realidad, la gente está en el Frente Nacional principalmente porque está en contra de los musulmanes. Marine Le Pen sigue estando a la cabeza de un partido de extrema derecha, y muy peligroso”. (Checcaglini fue denunciada por difamación, pero ganó el juicio).

Las advertencias, sin embargo, no calaron tanto como el estilo tranquilo de Marine Le Pen. Además, la nueva líder llegó en el momento justo, cuando la derecha y la izquierda tradicionales estaban comenzando a dar señales de desgaste. En sus primeras elecciones presidenciales, esta tendencia todavía no se consolidaba, y Le Pen quedó tercera en votos, aunque con el mejor resultado de la historia del Frente Nacional, un 17,9%. “Hollande y Sarkozy, ninguno de ellos te salvará”, dijo entonces, refiriéndose a los dos rivales que llegaron a la segunda vuelta.

No se equivocó. En los años siguientes, la popularidad tanto de Sarkozy (a la derecha) como de Hollande (a la izquierda) se hundió por completo, y el bipartidismo francés, igual que estaba ocurriendo en España, se resquebrajó. En las elecciones de 2017, ni la derecha tradicional ni los socialistas llegaron a la segunda vuelta. Le Pen fue la segunda más votada, con 21,3% de las papeletas, solo por detrás de una nueva figura que había emergido en el centro, Emmanuel Macron, quien en la segunda vuelta volvió a capitalizar la oposición al Frente Nacional, pero de manera más tibia que 10 años antes (se llevó el 66% de los votos frente al 33% de Le Pen). Y esa brecha se redujo todavía más en las presidenciales de 2022, donde se repitió el resultado, pero en las que Macron obtuvo en la segunda vuelta solo el 58.5% de los votos contra el 41.5% de Le Pen.

Emmanuel Macron disuelve la Asamblea Nacional y convoca elecciones legislativas.

Agrupación Nacional, la primera fuerza política

Ahora, la paciencia del Frente Nacional -reconvertido en Rassemblement National (Agrupación Nacional) en 2018- vuelve a dar sus frutos. La popularidad de Macron, percibido cada vez más como “el presidente de los ricos”, está en sus horas más bajas, mientras que Marine Le Pen ha pasado de la “des-demonización” a la “normalización”. Las encuestas en estas elecciones legislativas le dan un 35% de la intención de voto, lo que convertiría a su partido en la primera fuerza del país.

“Es la candidata que los franceses consideran que entiende mejor ‘los problemas de la gente como ellos’. Y es ahí donde la estrategia política se complementa con una estrategia de imagen”, escriben los sociólogos Raphaël Llorca y Gilles Finchelstein en un artículo de la Fundación Jean-Jaurès. El “Frente” ha dejado paso a la “Agrupación”, el azul oscuro de su emblema se ha convertido en un azul claro “más amable, casi relajante”. Y el gesto hosco de Jean-Marie ha sido sustituido por las sonrisas constantes de Marine. “Pacientemente, Marine Le Pen ha difundido una imagen de neutralidad, contribuyendo a vaciar el tradicional argumentario anti-extrema derecha, a desactivar los ataques más agudos, a debilitar el frente republicano. Cuando otros candidatos habrían entrado en pánico al ver su erosión en las encuestas, cuando otros habrían decidido abruptamente endurecer su línea, Marine Le Pen ha mantenido tranquilamente la suya”.

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