Cabía esperar que Pedro Sánchez tomara la palabra este jueves en el histórico pleno que aprobó la amnistía, o que en su lugar lo hiciera el ministro de Justicia, Félix Bolaños, o en su lugar Patxi López, portavoz del PSOE. Lo hizo un desconocido Artemi Rallo. El presidente entró al hemiciclo ya acabado el debate, votó y se marchó. Por el PP intervino Alberto Núñez Feijóo. La respuesta reside en las elecciones europeas, como residía en las catalanas que Sánchez volcara su discurso y diera la cara por la amnistía y el desaparecido fuera Núñez Feijóo: no la mencionó. El perdón a los delitos del procés, ambos lo saben, favorecía en aquellas y no lo hace en estas.
La votación cayó de hecho en una fecha inoportuna para el Gobierno. Fue un aterrizaje forzoso en España después de dos semanas en la órbita internacional, primero frente a Javier Milei, después con Palestina, por último con Ucrania. Con la mente en los comicios del 9 de junio, el ejecutivo se ha visto fuerte y hasta cómodo en la escalada con Argentina e Israel, copando portadas que dejaban en un segundo plano las novedades sobre la causa que contra viento y marea, o contra UCO y Fiscalía, ocupa al juez Juan Carlos Peinado y apunta a Begoña Gómez. También el caso Koldo, que, sumado, sirve a la oposición para censurar al Ejecutivo por “corrupto”.
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La última semana
Así las cosas, y salvo nuevo golpe de efecto de Sánchez, el terreno hacia el 9-N debiera ser favorable para el PP, pero los precedentes invitan a la prudencia en esta afirmación, dados los errores no forzados a los que acostumbra el PP en la recta final a las urnas, con las generales como paradigma. Se señalan ya como tales haber escondido a la candidata Dolors Montserrat en el gran acto contra la amnistía en Madrid el pasado domingo o abrirse a pactar con Giorgia Meloni al no considerarla “homologable” con otras fuerzas de extrema derecha, pero admitir que no tienen “información suficiente” sobre ella.
Solo la recta final explica que el PP, pese al empeño en la “corrupción” del Gobierno, haya renunciado a la bala de sentar a Sánchez en la comisión de investigación del Senado la próxima semana. Lo que para Génova es un punto débil, para Ferraz es hoy una fortaleza, también con las generales como paradigma. Sánchez bajo presión, en tierra hostil televisada, sea ante Ana Rosa Quintana o el Grupo Popular de la Cámara Alta, saca escaños. Otro fenómeno paranormal fruto del momento es Núñez Feijóo exigiendo elecciones ya. Hace 365 días propuso legislar para que nadie nunca más pudiera convocar unas en verano. La política.
Milei y Netanyahu
Vox no ha querido quedarse fuera y ha apostado fuerte. Su campaña comenzó con el sonado Viva 24, que dejó la fotografía de Santiago Abascal con Milei, y ha continuado con la de Abascal con Benjamin Netanyahu. Asume o debe asumir este partido que no penaliza la también instantánea con Marine Le Pen, quien, contra el campo español, promete “impedir la entrada a Francia de los productos agrícolas de otros países”, o, tras la defensa de la hermandad con Argentina, los insultos de la bancada de Vox este jueves al diputado hispano-argentino Gerardo Pisarello al grito de “sudaca” y “tucumano” en pleno hemiciclo. Es de Sumar.
Y Sumar tenía también que desmarcarse, este del PSOE, aunque sea a costa de mostrar su debilidad en el Gobierno, y lo ha despachado en apenas dos frases. Una, “Palestina será libre desde el río hasta el mar”, un “llamamiento antisemita” que Israel ha situado en la misma escala de gravedad que el reconocimiento del Estado palestino por parte de España. La segunda, la acusación de Yolanda Díaz a Sánchez por el acuerdo de 1.129 millones para que Volodímir Zelenski haga frente a Rusia. El presidente no contó con sus socios ni con el Congreso para recibir el aval al material y a la cuantía sin precedentes. Para Díaz, se trata de “una falta de lealtad muy grave”.
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Ribera y Montserrat
Entretanto, Montserrat y Teresa Ribera hacen campaña con silenciador, siendo las protagonistas. Su resultado dependerá de lo agitado que esté el avispero nacional, de lo movilizado que esté el electorado en las elecciones que menos movilizan. Por esto las decisiones que parecen espasmódicas y contradictorias, pero son calculadas y puntuales. En las últimas, en 2019, un 60,70% salió de casa, un dato con trampa, ya que coincidieron con autonómicas y municipales. En 2014, libres de otros compromisos, la participación fue del 43,81%. Según el CIS, un 34,8% de los españoles está “poco o nada interesado” en lo del próximo domingo.
Hasta que llegue, seguirán ocurriendo cosas en apariencia extrañas, como que al PSOE le interese retrasar la aplicación de la amnistía que tanto le ha costado aprobar. Al PP, que la ocultó en las catalanas, elevarla. Y la supuesta corrupción, pero sin Sánchez, al que le conviene señalar pero no dar la palabra. O que no haya prisa por la investidura en Cataluña, paralizada por imposible hasta el día 10. Nadie quiere mostrar acercamiento a un oponente. O que los grandes asuntos en juego en las europeas estén enterrados en el debate en los únicos 15 días cada cinco años en los que se presenta la oportunidad de poner el foco en la Unión, sus instituciones y sus -nuestros- representantes.