Rodrigo Cortés se disculpa por ser Rodrigo Cortés. Dice que lo hace siempre que le piden que se presente porque se siente absurdo diciendo su propio nombre. Pero lo que no hace es disculparse por lo que escribe, ni tampoco por lo que rueda, porque su afán de perfeccionismo siempre está ahí presente. Hasta que no está seguro de que lo que ha hecho no es un buen trabajo, no para.
Después de la novela de aventuras Los años extraordinarios (2021) y de Verbolario (2022) regresa a la actualidad literaria con Cuentos telúricos (Random House), mientras acaba de terminar la que será su próxima película, Escape, protagonizada por Mario Casas y producida, nada y más y nada menos que por Martin Scorsese.
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“Soy como un ebanista que hace una silla, y que trata de hacer la mejor silla posible, con todo el amor del mundo”, dice Rodrigo Cortés a Infobae España.
Pasión por la fabulación y el lenguaje
Lo que ofrece Cuentos telúricos es una antología de relatos en la que el escritor vuelve a poner de manifiesto su pasión por la fabulación, por la creación de universos y su gusto por el juego con las palabras.
“No escribo de forma intelectualizada, cuando abordo un relato, parto sin planificación, sin mapa, sin brújula, más bien tirando los dados. Muchas veces escribo una frase cualquiera que me lleva a otra y esta a otra y empiezo a moldear esa energía que se va creando”, dice Cortés sobre su proceso de creación. Porque para él, lo importante, es la revisión, la depuración.
Eso no quiere decir que su prosa no sea caudalosa. A Rodrigo Cortés le gustan tanto las oraciones subordinadas en sus libros, como los planos secuencia en sus películas. “Nunca lo había pensado en esos términos, pero es verdad que, en ambos casos, lo que intentas es que el armazón sea invisible, que todo tenga un ritmo y una musicalidad interna a través de los movimientos y las coreografías de la cámara o de la sintaxis. Ambos recursos deben servir para aclarar las cosas, no para oscurecerlas”.
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Para Cortés, lo importante es el lenguaje, tanto el cinematográfico como el literario. “Apuesto por el valor de la palabra, de la sensorialidad que encierra”.
En ese sentido, ¿se considera más cerebral o emocional? “Soy menos cerebral de lo que pueda parecer”, bromea. “Porque me gusta la libertad absoluta a la hora de crear”.
“Un telediario es ficción, una ‘autoficción’, es ficción”
En Cuentos telúricos se reivindica la fantasía. En una época en la que predomina el material confesional, el autor se aleja completamente de esa vertiente para componer cuentos alegóricos que nacen del absurdo, de la magia, de la imaginación. “Luis Mateo Díez usa un término muy bonito que es ‘el irrealismo’, y que básicamente tiene que ver con lo que siempre ha sido la literatura, inventarse cosas y contar mentiras. De modo que soy un narrador poco interesado en la realidad. Supongo que tengo una filosofía al respecto que proviene de haber leído a Kafka, a Maupassant, a Cunqueiro”.
Y es que, para Rodrigo Cortés, incluso los documentales son ficción, porque no tienen una visión inocente de la realidad. “Un telediario es ficción, una autoficción, es ficción”.
El autor define Cuentos telúricos como un álbum de canciones. Algunas son cortas, rápidas, otras más lentas, o más extensas. “Pero creo que todas corresponden a un criterio sonoro y una producción musical concreta para emprender un viaje a través de ellas o, lo que es lo mismo, hay una intención a través de la organización”.
En cuanto al título, “telúrico”, comenta que todos los relatos surgen de una especie de energía invisible prematura, del centro de la tierra. Como una especie de vibración. Encontramos bocados irónicos, otros agridulces, incluso de lo más crueles. Pero nunca hay una intención moralizante. “Jamás escribo para opinar, para dar lecciones porque si algo llevo mal como espectador, como lector o como ciudadano, es que me den lecciones”.
Tampoco escribe con intenciones sociales o políticas. “Son cuestiones que resultan relevantes hoy, y que pierden vigencia cuando pasa ese momento. Descreo del término ‘necesario’ y me aseguro muy mucho cada vez que hago algo de que sea innecesario, porque creo que ahí está el verdadero alcance. ¿Cuál es la verdadera fuerza de la 9º Sinfonía de Beethoven? Que no sirve para nada, que es radicalmente inútil y su única función es mejorar el mundo”.