El mundo necesita enfermeros y España, también. Sin embargo, el sector parece condenado a la alta temporalidad (del 30%, según datos del Consejo General de Enfermería), gran carga asistencial (actualmente existen 6,3 enfermeras por cada 1.000 habitantes) y un escaso reconocimiento, que se refleja en los bajos sueldos. Por eso, no es de extrañar que el país haya perdido más de 1.000 enfermeras en el año 2023, que cruzan las fronteras en busca de mejores condiciones laborales. Las que se quedan, no tienen tan claro que quieran continuar.
Después de una década de experiencia en hospitales españoles, Laura Martínez confiesa a Infobae España: “Yo ya no sería enfermera, pero no sé hacer otra cosa”. La sanitaria trabaja ahora en el área de Traumatología en el sur de Madrid, si bien está más preparada para las Urgencias. “Acabas trabajando donde te llaman”, admite.
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“Yo ya no sería enfermera, pero no sé hacer otra cosa”
Todo empezó para Laura con una vocación latente de ayudar a los demás, necesaria para enfrentarse a cualquier empleo relacionado con la salud. “Son trabajos que se hacen desde el corazón”, explica. La enfermera ha pasado varios años en la sanidad privada, que le ofrecía una mayor estabilidad y facilidad para acceder a la unidad que más le gustaba, a pesar de tener peores salarios y condiciones más exigentes. Dio su paso a la sanidad pública durante la pandemia. “En ese momento justo a mí se me acababa la baja maternal y es verdad que mis compañeras me decían ‘no vuelvas, está fatal’. ¿Pero cómo me iba a quedar yo en mi casa? Yo quería estar ahí, ayudando”.
Sin embargo, el coronavirus dejó sus secuelas. “Después de la pandemia, desde luego te planteas buscar otro trabajo donde te valoren más, donde ganes más dinero o tu situación sea más estable”. “Al final te estás comiendo un montón de cosas que psicológicamente te terminan por afectar, pero no está reconocido ni pagado”, lamenta. “En España, tú eres enfermera y la gente no sabe muy bien ni lo que es, piensan que eres la ayudante del médico”.
Beatriz Zazo es algo menos pesimista. Ella lleva 17 años practicando la Enfermería en distintas unidades (Urgencias, Geriatría y Oncología) y ha tenido algo más de suerte en cuanto a movilidades y horarios: fue saltando de contratos de seis meses en seis meses hasta encontrar uno como interina, que mantiene desde 2008. A pesar de que siente que hoy tomaría la misma decisión que hace ya 20 años, cuando comenzó la carrera, admite que el trabajo es cada vez más duro. “Cuando yo entré (a Oncología) en el 2014, podía ver unos 50 pacientes a la semana. Ahora hay 50 pacientes al día. La ratio ha subido mucho y el personal es el mismo”. Con la carga física, viene la psicológica, especialmente dura con pacientes con cáncer. “Si no sabes llevarlo ni cómo tratarlo, el impacto es muy fuerte y llega a ser hasta malo”, comenta. Al menos, entre sus compañeras han logrado lidiar con ello. “Hemos sabido dar buenos consejos, educación sanitaria con los pacientes... pero para eso tienes que llevar una unidad muy buena y no sobreexplotar a la Enfermería”, señala.
“Si no coges el teléfono, te penalizan un año”
Con las necesidades del sistema, la Enfermería es un área en el que nunca falta empleo. Los cálculos de la OMS y el Consejo General de Enfermería evidencian una falta de seis millones de profesionales en el sector, que podría alcanzar los 30 millones en los próximos años con las jubilaciones y el abandono de trabajadores saturados.
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En España, el sector público mantiene a sus profesionales en una bolsa de trabajo y acude a ellos en el momento en el que hay una vacante. No obstante, nunca se sabe cuáles serán las condiciones ofertadas: contratos de días o de horas, en ciudades distintas o en la otra punta del país, turnos de noche o en materias para las que no se está preparado... Pero la respuesta debe ser siempre “sí”, o llegan las penalizaciones. “No tienes otra opción”, denuncia Laura, “si no coges el teléfono, te penalizan un año”.
Son las novatas las que suelen aceptar este tipo de trabajos más precarios, que luego suman puntos en la bolsa y aumentan las posibilidades de conseguir un puesto fijo. Por eso Nerea Alba, tras graduarse en 2017, encadenó durante años contratos precarios que se reducían a los meses de verano, a cubrir bajas o días libres. “Al final dedicas tu alma y tu esfuerzo en aprender cómo trabajar en un lugar en el que siempre eres nuevo, para que luego se te acabe el contrato y tengas que empezar de cero en otro sitio diferente”, recuerda.
Las horas largas, fines de semana y nocturnidades traen una conciliación “malísima” o inexistente. Esto hace que, para Laura, cuidar de sus cuatro hijas sea tarea complicada. ”Ahora mismo voy a empezar un turno de tarde, me voy a las 14:00 horas y vuelvo a las 22:30 horas de la noche, no veo a mis hijas. Ya no es que no tenga con quién dejarlas, es que no las voy a poder criar yo”, relata. “Al final te ves obligada a una reducción de jornada, renunciando lógicamente a parte del sueldo, y eso si te lo puedes permitir”.
Nerea no se plantea ser madre por el momento, pero sabe que su profesión “se convierte en una prioridad sin darte cuenta, y si no prestas atención en mantener un área de tu vida en el ámbito personal, casi que la pierdes sin querer”, lamenta Nerea. “Trabajamos cuando la gente no trabaja, dormimos cuando la gente no duerme, si te dejas llevar por la ola de la vida laboral, es una profesión que acaba por aislarte de lo personal”.
Por su parte, Beatriz reconoce que a ella le cuesta mucho desconectar una vez llega a casa. “Yo lo intento, pero tenemos tanta carga de trabajo que al llegar a casa nos escribimos mensajes entre nosotras: ‘Oye, ¿qué tal el paciente que se ha ido hoy? ¿Le has puesto la medicación a este paciente?’”.
“Los médicos tienen cientos de especialidades, pero una enfermera tiene que saber de todo”
En un punto, Nerea se cansó de dar vueltas y empezó a prepararse para la Formación Sanitaria Especializada (FSE). En su caso, en Pediatría. Un proceso largo que, al igual que el MIR, pasa por aprobar un examen, el EIR, y realizar años de residencia. Pero su labor no está tan reconocida como la de sus compañeros médicos, y muchos ni siquiera saben de su existencia. “Los médicos tienen cientos de especialidades, pero una enfermera tiene que saber de todo”, denuncia Laura.
“La FSE nos permite escoger un campo un poco más cerrado para profundizar en el área de conocimiento y ejercer la profesión de forma más responsable”, defiende Nerea. No obstante, reconoce que “a día de hoy es una cosa que todavía está empezando a rodar”, algo que demuestra el mapa sanitario español. Apenas hay comunidades que oferten plazas para las siete especialidades en Enfermería que existen, la mayoría tan solo reconocen una o dos, o las engloban en una categoría general de “Enfermera especialista”.
Con este panorama, Beatriz considera que hacer la especialidad “no merece la pena”. Primero, porque la que ella desearía hacer (Enfermería Oncológica) “no sale” en las plazas públicas. Y segundo, porque no se compensa económicamente. “Por ejemplo, si yo ahora hiciese la de Geriatría, tendría que estar dos años (de residencia) cobrando 1.000 euros al mes y si acaso luego me cogen, creo que el sueldo son unos 50 euros más al mes”.
“La vocación no lo es todo”
“La gente está empezando a entender que la Enfermería no es una profesión en la que todas las personas tengamos que saber de todo”, apunta Nerea, en un tono más optimista. De hecho, su especialización le ha llevado a un contrato de interinidad, de tres años de duración, con más estabilidad que aquellos trabajos precarios de sus inicios. Pero el ritmo de trabajo y la carga asistencial no desaparecen: CSIF calcula una ratio de 12,7 pacientes por enfermera en el sector público. “A día de hoy no me planteo dejar de ser enfermera, pero sí que me he sentado a pensar que no sé si quiero serlo para el resto de mi vida”, admite. La joven busca “tener alternativas por si llega el día en que esta profesión me supere”.
“Todos pasamos por momentos difíciles y aún así decidimos quedarnos aquí. Pero la vocación no lo es todo”, expresa. Nerea sabe que la solución no solo pasa por el plano económico, sino también por ofrecer “mejores condiciones desde el principio”, mayor estabilidad y mejor trato de las bolsas de empleo. Para Laura, se necesita “más reconocimiento, que al final implica que se dé más importancia a nuestra labor”. “Si aumenta ese reconocimiento, aumentaría el personal y habría mejor trato en la plaza”, argumenta. Bea también ve el reconocimiento como algo clave, pero lo primero para ella sería “mejorar las estructuras de los hospitales”, “dar formación, dar más educación sanitaria” e incentivar la investigación.