Las elecciones al Parlamento de Cataluña darán de qué hablar más allá del día de las urnas. Salvo sorpresa mayúscula, el PSC, encabezado por Salvador Illa, ganará las elecciones en votos y en escaños, pero necesitará del apoyo del resto de formaciones para obtener la mayoría absoluta, fijada en los 68 escaños. “Vamos a dejar que hablen los catalanes en primer lugar y luego hablaremos entre todos”, afirmó el líder socialista, en relación a su política de pactos.
“Vigile, no se le vaya a quedar cara de (Alberto Núñez) Feijóo”, replicó el líder de ERC y actual president de la Generalitat, Pere Aragonès, quien hizo una referencia al resultado electoral de las pasadas elecciones generales, cuando el líder popular no consiguió formar una mayoría ante la falta de apoyos en la Cámara.
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ERC sabe que será la llave del nuevo Govern, aunque será el resultado de las urnas el que determine su ventaja en los pactos, y sobre todo, su posición en el bloque independentista. De momento, el último barómetro del CIS publicado este lunes, en consonancia con lo ya publicado en los sondeos para El País y la Cadena Ser, vaticina que Junts podría confirmar el sorpasso frente a ERC y se colocaría como segunda fuerza. Aún más importante, sería la primera fuerza en el bloque independentista con un escasísimo margen respecto a los republicanos: un 16,8% por el 16,6% de ERC.
Ante este escenario, se dibujan dos alternativas para ERC en el día después del 12M: concurrir en coalición con el PSC y Comuns Sumar para investir a Illa -y con ello poner fin al sueño independentista-; o tratar de retomar la fluctuosa amistad con sus antiguos socios, la cual acabó con el anuncio del president de un adelanto electoral tras dos años de gobernanza en solitario. No obstante, aumenta la posibilidad de que una alianza independentista no sea suficiente para gobernar en mayoría absoluta, aunque el líder juntista Carles Puigdemont no esconda su voluntad de intentarlo con una mayoría simple.
Aliados antes del ‘procés’
En el primero de los escenarios, un tripartito progresista sí alcanzaría la mayoría de los escaños, y esta táctica no es algo nuevo en el territorio. Hay que retroceder ocho años para encontrar en el histórico una coalición entre socialistas y republicanos. Por entonces, en el año 2006, ERC otorgó la confianza hacia una investidura del candidato del PSC José Montillla con el apoyo de la coalición Esquerra para la Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa (en sus siglas, ICV-EUiA). Aquel acuerdo nacional fue el resultado inercial de lo ya pactado en 2003, esta vez con el socialista Pasqual Maragall como cabeza de lista.
Siete años después, la mayoría simple obtenida en el segundo mandato del “tripartito” desembocó en un adelanto electoral que puso fin a esta alianza. Artur Mas, de Convergencia Democrática de Cataluña, salió victorioso en aquellos comicios, dando paso a 14 años de gobiernos regidos por el independentismo.
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Ahora ERC ha dado algún que otro guiño que muestra cierta sintonía con los socialistas, aunque, en medio de la contienda electoral, Aragonès se muestre reacio a aparentarlo. Lo cierto es que gracias a sus votos -y bajo ciertas premisas-, lograron investir a Pedro Sánchez en 2023. En la alcaldía de Barcelona, el socialista Jaume Collboni abrió la posibilidad de ampliar su gobierno con ERC tras perder la cuestión de confianza a la que se sometió en marzo.
El problema central es que las formaciones encabezadas por Pere Aragonès y Jessica Albiach son partidarias de la celebración de un referéndum, entendida como el pilar fundamental de los primeros; mientras que Illa ha rechazado tajantemente esta opción. En un momento en el que el sentimiento independentista ha perdido fuerza entre los votantes, será interesante ver si ERC estaría dispuesto a cavar la tumba del proceso independentista para ser determinante en otras políticas sociales.
La amnistía llega a tiempo
Sin embargo, también existe la posibilidad de que Aragonès luche hasta el final, incluso en los últimos coletazos del “mandato del 1-O”, y opte por pactar con sus socios antiguos, Junts. Lo cierto es que primero ha de poder formarse una mayoría independentista que por el momento no está garantizada, especialmente desde el “no” de Puigdemont a gobernar con la CUP, quienes han sido desde 2015 la llave del Govern. Si se toma como referencia los estudios del CIS, La Ser y El País publicados en abril, la suma entre las dos grandes fuerzas secesionistas lograría alrededor de 58 escaños -55 en el escenario más pesimista-.
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También será importante la entrada en vigor de la ley de amnistía, que permitiría el regreso a territorio español de Carles Puigdemont, asentado en Francia durante esta campaña electoral. Hasta ahora, el Senado -controlado en su mayoría por el PP- ha retrasado al máximo su entrada en vigor, pero no podrá demorar el proceso más de dos meses, como dicta el proceso de tramitación por la vía ordinaria. Visto esto, todo apunta a que la amnistía llegará a tiempo para la investidura, ya que la norma estará para su aprobación en el Congreso -ya sin intervenciones- a finales de mayo.
Junts y Esquerra, una relación volátil
Sin embargo, esta legislatura ya ha demostrado que una alianza entre Junts y Esquerra no es la apuesta más segura. Las dos formaciones se desviven por la independencia de Cataluña, y precisamente ese es el único nexo común entre dos formaciones muy distintas ideológicamente. Hay que recordar que Esquerra llegó a la presidencia de la autonomía gracias al acuerdo con la formación que preside Jordi Turull, a pesar de que las urnas diesen como vencedor a Salvador Illa.
Tres años después, las relaciones estallaron por los aires, lo que acabó con la ruptura de Junts y el poder de ERC reducido a solo 33 de los 135 diputados del Parlament. “Las líneas rojas y los bloqueos de unos a otros han llevado a que los Presupuestos de la Generalitat con más recursos de la historia hayan sido rechazados”, explicó el president de la Generalitat. Tras estas palabras, el líder republicano anunció un adelanto electoral con el objetivo de sacar ventaja de un PSC herido y Junts con un líder exiliado.
El divorcio entre Junts y ERC ha venido marcado principalmente por la imposibilidad de acordar una hoja de ruta para dar continuidad al procés, que tomó como proyecto común por primera y única vez en 2015 bajo las siglas de Junts pel Sí, con Puigdemont como presidente y Oriol Junqueras como vicepresidente. Casi una década después, y tres gobiernos distintos, la realidad es que la convivencia entre los dos independentismos es volátil, especialmente con la cúpula de ambos partidos en prisión o exiliados. Bajo un mismo objetivo, Junts aboga por la confrontación total con el Estado, mientras que ERC ha optado por una vía de diálogo con el Ejecutivo Central. Por parte de Junts, solo existe un plan de Gobierno: sin el PSC, aunque sea sin apoyos. Ahora la bola está en el tejado de los republicanos.