Más de 170.000 saharauis viven en los campamentos de refugiados en Tinduf, en el sur de Argelia, desde hace 49 años, cuando Marruecos ocupó su territorio y se vieron obligados a huir, después de que España los abandonara a su suerte. Adaptarse a uno de los lugares más inhóspitos del planeta como es el desierto del Sáhara, con temperaturas que superan los 50 grados en verano y una aridez extrema, resulta más que complicado, por lo que viven en condiciones de pobreza y vulnerabilidad.
Los cinco campamentos, que se componen de wilayas y llevan el mismo nombre de las provincias del Sáhara Occidental -Dajla, El Aaiún, Ausserd, Smara y Bojador-, se levantaron en la llamada hamada argelina, un terreno pedregoso donde no hay árboles ni pastos, tampoco ríos ni lagos, y en el que se suceden las tormentas de arena. Infobae España viajó hace unos días hasta este lugar junto a otros medios de comunicación con motivo de la celebración del Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara), por lo que a continuación explicamos cómo vive el pueblo saharaui, que no pierde la esperanza de regresar algún día a su tierra y dejar los asentamientos “provisionales”, aunque cada vez todo parezca más permanente.
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Sin apenas agua
La escasez de agua es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el pueblo saharaui. Como no cae del cielo, se obtiene de la perforación de pozos profundos, generalmente a las afueras de los campamentos e incluso a varios kilómetros de distancia. Cada familia saharaui dispone de cinco toneladas de agua al mes para su consumo y su uso, aunque esa cantidad puede aumentar dependiendo de los miembros que la compongan, y cuando no alcanza, se ven obligados a recurrir a la ayuda humanitaria.
El agua es transportada desde Rabuni, la capital administrativa y política de los campamentos, y una vez allí es tratada en una planta potabilizadora y un camión cisterna la reparte. Los depósitos donde el agua queda almacenada son unas enormes bolsas de polietileno que cubren con telas para evitar la evaporación. Pero a pesar de que el agua esté tratada, su calidad no es buena y, de hecho, provoca numerosos problemas de salud a la población saharaui, además de afectar a su esmalte dental debido al exceso de flúor.
Las familias hacen vida en las casas, precarias construcciones de adobe o de ladrillo, que suelen tener varias habitaciones donde descansar y poder comer, siempre decoradas con alfombras sobre las que duermen. Por lo general, la cocina y el baño suelen estar en una estructura en el exterior de la casa. En lugar de inodoros, para hacer las necesidades hay un agujero a ras del suelo, y lo mismo ocurre para poder ducharse, pues la mayoría de familias no dispone de plato de ducha y solo hay un agujero sobre el que echarse un cubo de agua.
Salud y educación
Los campamentos cuentan con pequeños centros de salud que apenas disponen de material y recursos humanos, y cuando los pacientes tienen una urgencia, acuden al hospital regional de cada wilaya. En Rabuni se encuentra el hospital nacional que, si bien dispone de más servicios, tampoco cuenta con aparatos ni medicinas suficientes. Para convertirse en médicos, los saharauis se forman principalmente en Argelia y Cuba, aunque también en España y Venezuela y, aunque su salario es mayor que el de cualquier otro profesional en los campamentos, cobran alrededor de 350 euros cada tres meses (un profesor recibe 75).
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En cuanto a la educación, actualmente existen centros en todas las dairas (los municipios dentro de las wilayas) tanto guarderías para edades entre 3 y 6 años, como centros de primaria o madrasas que forman a los menores de entre 7 y 13 años. La escuela de secundaria Simón Bolívar, que empezó a funcionar en 2012 con la ayuda de los Gobiernos de Cuba y Venezuela en colaboración con la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), se encuentra en Smara y no puede cubrir las necesidades de todo el alumnado.
En los campamentos también existe la formación profesional, aunque con escasos recursos, por lo que no suele ir más allá de talleres de mecánica, peluquería o carpintería. En cuanto a la enseñanza superior, la ciudad de Tifariti, localidad del Sáhara Occidental controlada por el Frente Polisario en los territorios liberados, cuenta con una universidad donde hay dos escuelas de Enfermería y una de Magisterio. Normalmente, los estudiantes que terminan la secundaria suelen desarrollar sus estudios universitarios en Argelia.
El papel de las mujeres es clave
En los 49 años de resistencia del pueblo saharaui, las mujeres siempre han jugado un papel muy importante. Ellas son quienes construyeron principalmente los campamentos cuando los hombres estaban en la guerra (1975-1991) y, a día de hoy, siguen siendo un pilar fundamental. Además de encargarse de las tareas domésticas y del cuidado de los hijos, ocupan los cargos administrativos en ciudades y barrios. De hecho, solo ellas pueden ocupar la alcaldía.
El pueblo saharaui sigue dependiendo de una ayuda internacional que cada vez es más escasa. A las familias les facilitan una cesta básica de alimentos que resulta insuficiente tanto en cantidad como en diversidad y a nivel nutricional. Como consecuencia, más de la mitad de los menores de 5 años y más de la mitad de las mujeres sufren anemia. Además, el aumento de la inflación vinculado a la pandemia y la guerra en Ucrania, así como el conflicto entre Israel y Hamás y otras crisis humanitarias, han reducido el impacto de los recursos disponibles para cubrir sus necesidades básicas. Pese a todo, la resistencia diaria del pueblo saharaui continúa y no solo desde los campamentos de refugiados, sino también desde otras dos realidades geográficas: los territorios ocupados por Marruecos y la diáspora internacional.