“El 99,9% de los jóvenes saharauis están pensando en comprar un coche para poder venderlo más caro y así hacerse con un visado para marcharse fuera”. No se trata de una estadística oficial, pero así es como resume Said Abdalla, saharaui de 28 años, cómo se siente una generación que no ha conocido su tierra y que carece de oportunidades en el desierto al que su pueblo tuvo que huir hace 49 años. Cuando los jóvenes saharauis que viven en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia) terminan sus estudios, no encuentran empleo o, como mucho, desempeñan trabajos temporales que por lo general no duran más de varios días o algunas semanas. Por eso, muchos de ellos solo piensan en emigrar a Europa, a España, principalmente, para tener una oportunidad y conocer una vida alejada de las condiciones extremas del Sáhara. Como cualquier otro joven, se las arreglan como pueden para encarar su día a día.
Said se considera afortunado. Con tan solo 6 años salió del campamento de refugiados de Ausserd para pasar un verano en Almería gracias al programa Vacaciones en paz, que consiste en la acogida temporal de niños y niñas saharauis durante los meses de verano, los más duros en el Sáhara, donde se alcanzan temperaturas de más de 50 grados. A partir de esa experiencia, cuenta a Infobae España desde los campamentos bajo un sol abrasador pese a que solo es el inicio de mayo, su familia española “hizo lo imposible, un sinfín de trámites” para que se pudiera quedar de forma permanente y lo lograron. Said vive en España desde 2009, estudió ingeniería mecánica y actualmente trabaja en Vitoria.
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Que los jóvenes saharauis solo piensen en comprarse un coche, explica, responde a las necesidades del propio territorio, ya que si en los campamentos “no se dispone de medio de transporte, es difícil moverse al centro para comprar algo y siempre hay que estar llamando a amigos o familiares para que te acerquen o pagar a alguien”. “Es normal que quieran irse a Europa y así ayudar a la familia porque aquí no hay trabajo, se vive de la ayuda humanitaria. Aquí te estancas, tú estás mal y tu familia también”, añade este joven ataviado con la daraa, el traje tradicional que llevan los hombres saharauis.
Said, que acaba de comprar unos refrescos en un pequeño puesto en el que también venden tela para hacer turbantes, tarjetas telefónicas, teteras o gominolas, ha viajado hasta Ausserd para pasar unos días con la familia. Aquí “no hay mucho más que hacer”, explica, porque la vida en estos campamentos nada tiene que ver con la de ninguna otra parte del mundo y hoy el día ha vuelto a comenzar de la misma forma que los anteriores, temprano con la llamada a la oración y con un cielo despejado, polvo y arena. Y aunque admite que no cambiaría su vida en España, sí echa de menos la tranquilidad del Sáhara y la amabilidad de su pueblo. “Aquí todo el mundo te recibe bien y allí no conoces ni a tu vecino de enfrente”.
Said tiene otros seis hermanos y todos viven en los campamentos de refugiados aunque trabajan en la ciudad de Tinduf, salvo una hermana que vive en los territorios ocupados por Marruecos, país que a finales de 1975 invadió el Sáhara Occidental después de que España lo abandonara a su suerte, lo que hizo que decenas de miles de personas huyeran a Argelia y se refugiaran en campamentos. Desde entonces, es un territorio en disputa entre Rabat y el Frente Polisario, el movimiento de liberación nacional saharaui que lucha para acabar con esa ocupación con el apoyo de Argelia.
Salumi Abdalahi, de 21 años, ha tenido menos suerte que Said. Regresó hace unos meses del frente y desde entonces no ha podido encontrar empleo. Además de pasar tiempo con la familia tomando té, queda con sus amigos, que también están desempleados en su mayoría, y nunca deja de mirar su móvil, como cualquier otro joven. Cuenta que le gustaría emigrar a España “para poder trabajar y tener un mejor futuro”. “Aquí no hay mucho que hacer, todos queremos irnos”.
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En los campamentos de refugiados el trabajo es voluntario y es el gobierno de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) quien paga generalmente los servicios de agua y electricidad. No obstante, el salario (por ejemplo de un profesor) suele situarse en unos 25 euros al mes, cantidad que se recibe cada tres meses, mientras que el de un albañil dependerá de quién pague: si es una ONG será una cantidad mayor, pero si lo contrata una familia, recibirá mucho menos.
Abrir un negocio propio
Si abrir un negocio nunca es tarea sencilla para una persona joven, hacerlo en los campamentos de refugiados es casi imposible. Lo sabe bien Amhamed Mohamed, un joven saharaui de 19 años al que le gustaría abrir su propia pizzería algún día, aunque de momento se conforma -y se siente afortunado- con poder trabajar en la que regenta su tía en Ausserd, un pequeño local con aire retro, completamente azulejado y con sillas algo destartaladas que se llena de clientes por la noche, cuando el sol da una tregua en el desierto. Sabe, sin embargo, que para hacer realidad su sueño, tiene que “marcharse a España y ahorrar”, una posibilidad que ahora mismo ve lejana.
Otros jóvenes saharauis también acuden a la universidad pública de Argelia y, aunque muchos admiten que en algún momento les gustaría vivir fuera unos años para vivir otras experiencias, también creen que terminarían volviendo a los campamentos junto a su familia, un elemento fundamental en la cultura árabe, y para poder aplicar en la hamada argelina todos los conocimientos aprendidos y así ayudar a la causa. Es el caso de Malouma Bahia Mzeidef, una joven saharaui de 19 años que está estudiando Periodismo en la universidad pública de Bèchar, en Argelia. Ella tiene claro que regresará a la que de momento es su casa, el campamento de Ausserd, donde ha pasado toda su infancia y adolescencia. “Este lugar tiene algo que no sabría cómo definir, pero que hace que siempre quiera volver”, asegura, si bien también cree que los jóvenes saharauis deben compartir su causa en otros países para que se conozca la situación de este pueblo.
Además de estudiar Periodismo, Malouma también es creadora de contenido y las redes sociales le han servido precisamente para contar cómo viven en los campamentos: “Son mi herramienta para alzar la voz”.
El Polisario necesita “relevo generacional”
La vida de los jóvenes saharauis sigue siendo tan complicada como la de sus padres y abuelos porque siguen dependiendo de la ayuda humanitaria, pero sus anhelos y expectativas tienen poco que ver con las de sus antepasados. Las redes sociales les han abierto una ventana a otro mundo, uno más mucho más amplio y diverso, y quieren planificar un futuro, aprovechar el tiempo como cualquier persona de su edad en otros lugares.
Estos cambios entre generaciones, explica la activista feminista saharahui Zarga Abdalahe, se explican por varios factores. “El primero de ellos, a nivel global, es que no somos los mismos de hace 20 años. Ahora influyen el fenómeno de la inmigración e Internet, al igual que el propio capitalismo mientras que cuando se fundó el Polisario [en 1975] había un contexto revolucionario, un contexto progresista importante de unos pueblos que se revolucionan en toda África y también es simultáneo a toda esa revolución en el sur de América”, indica la también integrante de la Red Ecosocial Saharaui. Por tanto, añade, de donde nace este movimiento ha marcado el nacimiento y los posteriores 20 años de esa juventud, que “estudió en Estados Comunistas”. Sin embargo, “ese movimiento revolucionario, reivindicativo y comunista ha sido aniquilado por el sistema capitalista” y, por tanto, hay diferencias entre las generaciones.
La activista también considera que el Frente Polisario necesita un relevo, pues sus dirigentes no han cambiado desde 1975. “El traspaso generacional es un fenómeno al que creo que hay que prestar especial atención, pues llevamos muchos años con la misma fórmula y con los mismos [dirigentes]. Yo los llamo dinosaurios y no me cansaré de decirlo”, asegura y pone como ejemplo lo difícil que ha sido que en esta 18ª edición del Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara) hayan sido personas jóvenes las encargadas de presentar el certamen, “pues capacidad hay de sobra”.
Esa falta de relevo generacional en el Frente Polisario, indica Abdalahe, “ha provocado una decepción y una lejanía entre el ciudadano de a pie, esa población juvenil, un desentendimiento total con quien les representa”. No quiere decir, sin embargo, que se desentiendan de la causa saharaui o de su identidad ni de los objetivos de independencia, añade. “Somos el reflejo de 49 años de resistencia”.
Abdalahe considera que “emigrar es humano” y que no hay que justificarse, porque, además, “la lucha y la resistencia siempre tiene que nacer desde la voluntad y desde la convicción, no desde la imposición, por eso también la gente emigra”, explica esta mujer, quien divorciada y con dos hijas decidió regresar a los campamentos de refugiados después de vivir muchos años en España y ya vive de forma permanente en el desierto desde 2016. “Sé que en España tendría una vida más fácil, pero esto es una elección que he hecho porque creo que mis hijas se tienen que desarrollar en otro tipo de sociedad, valorando otro tipo de cosas como el agua”, añade, si bien asegura que no hay que “romantizar” la situación en los campamentos, pues las condiciones de vida son muy duras y pueden suponer “una cárcel a cielo abierto”.