Terminaba el siglo XVI cuando el marinero, escritor y político sir Walter Raleigh, le aseguró a la reina Isabel I de Inglaterra que era capaz de medir el peso del humo. Ante el escepticismo de la monarca, Raleigh cogió uno de sus cigarrillos -fue él quien popularizó el tabaco en Europa- y lo puso sobre una balanza, anotando el peso que marcaba. Luego lo cogió, lo encendió y, poco a poco, fue fumándoselo, asegurándose de que toda la ceniza cayese en la balanza. Del mismo modo, cuando se lo terminó, allí depositó cuidadosamente la colilla. La diferencia entre el peso del cigarrillo entero y el que marcaba ahora la balanza era, tal y como Raleigh le explicó a la reina, el peso del humo.
Esta anécdota es explicada al principio de la película Smoke (1995), cuyo guion e historia original fueron escritos por el famoso escritor estadounidense Paul Auster, fallecido este martes a causa de un cáncer de pulmón. Así, la historia de Raleigh, contada por un escritor en la película, es importante por dos razones. La primera, porque encarna bastante bien la pasión que Auster sentía por el tabaco, tal y como nos explicó en Infobae hace ya 12 años, esa misma pasión que le acabaría pasando factura. La segunda, y la más importante, porque al medir el peso del humo, Auster nos mostraba cómo el peso verdadero de las cosas, o de las personas, solo puede medirse cuando estas ya no están.
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‘Smoke’, una película ‘made in Auster’
El autor de La trilogía de Nueva York fue siempre un gran amante del cine. No en vano, cuando se mudó con 20 años a París intentó acceder, sin éxito, al Instituto de Altos Estudios de Cinematografía (IDHEC), y escribió guiones de películas mudas que jamás llegaron a rodarse, pero que sus lectores pudimos leer en El libro de las ilusiones. Sin embargo, no fue hasta 1995, ya con casi 50, cuando Auster logró por fin introducirse en el mundo del cine con una película que conquistó a la gran pantalla.
Se trata de Smoke, una producción que cuenta la historia de varios residentes de Brooklyn durante el verano de 1987: un tendero -interpretado por Harvey Keitel-, un escritor-encarnado por William Hurt- y un adolescente -un joven Harold Perrineau- en busca de su padre -Forest Whitaker-. Los distintos encuentros, fortuitos en muchas ocasiones, y desencuentros de estos personajes va construyendo una historia muy emparentada con los libros del escritor. Así, tramas parecidas, con una gran presencia del azar y con temas como el papel que juegan otras personas conocidas y desconocidas en nuestras vidas, están presentes en novelas como El palacio de la Luna, 4321 o su última publicación, Baumgartner. Pero, además, se trata también de una película muy personal para su creador, que incluso le da al personaje del escritor el nombre de Paul Benjamin, siendo Benjamin el segundo nombre de Paul Auster.
Una época lejos de las novelas
Paul Benjamin es también un famoso novelista. Sin embargo, lleva dos años sin poder publicar a causa de un bloque creativo tras la muerte de su esposa. Lo curioso es que, en aquella época, Auster también estaba en un periodo en el que no publicaba ficción. Así, entre sus novelas Mr. Vértigo y Tombuctú mediaron cinco años, un lapso inusualmente prolongado para tratarse de un escritor reciente. A pesar de ello, Auster no dejó de trabajar, y aprovechó ese tiempo para escribir y codirigir con Wayne Wang esta película y así cumplir con sus aspiraciones cinematográficas.
De hecho, no fue la única colaboración entre Wang y el escritor de La música del azar -de la que, por cierto, también existe una adaptación cinematográfica en la que Auster hace un cameo-. Ese mismo año se pudo ver también en los cines Blue in the Face, aunque no tuvo el éxito de su predecesora. También, tres años más tarde, Auster tomaría los mandos de la dirección en solitario en Lulu on the Bridge, película en la que volvió a trabajar con Harvey Keitel, además de con otros actores como Mira Sorvino, Willem Dafoe, Gina Gershon o Mandy Patinkin.
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De este modo, no es casualidad que, cuando se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, el jurado destacase que Auster había “innovado el relato cinematográfico”, además de su incuestionable labor de “renovación literaria”. También el premiado hizo alusión a esta doble pasión que tenía, al explicar que el ser humano necesita historias “sea cual sea la forma en que se presenten”. Al fin y al cabo, ya fuera “en la página impresa o en la pantalla de televisión, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas”.