A Paul Auster le interesó el cine desde su juventud. De hecho, se presentó a un examen de ingreso en el Instituto de Altos Estudios de Cinematografía, en París, durante su etapa francesa, y suspendió. Era la época de las vanguardias, de la ‘Nouvelle Vague’, de la que sin duda se empapó en su obra literaria.
Eso no fue óbice para que siguiera relacionándose con el formato y escribiendo guiones, en un principio a través de las películas mudas, un artefacto que utilizaría para desarrollar El libro de las ilusiones.
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Además, en sus novelas, eran frecuentes las referencias cinematográficas, a películas de Yasuhirō Ozu, de Vittorio de Sica o de Sayajit Ray, como ocurría en Un hombre en la oscuridad (2008). En Invisible (2009), citaba explícitamente Ordet (La palabra), la obra maestra de Carl Theodor Dreyer.
Además, desde sus inicios, homenajeó la novela y el cine negro en su primera novela, Jugada de presión (1982), desde su particular perspectiva a través de la que intentó renovar las bases estilísticas de ese tipo de relatos.
Sin embargo, la primera vez que se adaptó una novela suya al cine fue en 1993, en pleno apogeo de su éxito como autor de prestigio. Se trataba de La música del azar, fue dirigida por Philip Haas y protagonizada por James Spader (actor fetiche de David Cronenberg).
Idilio cinematográfico en su época de esplendor
Con el guion de Smoke, la figura de Auster pasó a primer término en cuestiones cinematográficas. Se trataba de una producción independiente, pero que alcanzó una enorme resonancia, hasta el punto de alcanzar el Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín en 1995.
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La película, dirigida por Wayne Wang y protagonizada por Harvey Keitel se ambientaba en los años ochenta a través de una serie de personajes que se relacionaban a través del humo del tabaco. Poco después, el propio escritor, debutaría como cineasta en una especie de secuela emocional titulada Blue in the Face, una mezcla entre ficción y documental ambientada en Brooklyn, el lugar donde siempre tuvieron lugar sus novelas, y en la que los protagonistas, entre cigarro y cigarro, hablaban sobre la vida y sus circunstancias.
El primer trabajo que dirigió en solitario y que partía de un guion propio fue Lulu on the Bridge, de nuevo con Harvey Keitel y con Mira Sorvino en los papeles principales. En ella, abordaba la música y también la depresión a través de la crisis existencial.
La siguiente y última vez que se puso detrás de la cámara fue en La vida interior de Martin Frost, protagonizada por David Thewlins, Irene Jacob y en la que participaba su propia hija, Sophie Auster, fruto de su matrimonio con Siri Hustvedt y que ya había colaborado en Lulu on the Bridge.
Esa película se presentó en el Festival de San Sebastián en 2007, donde el propio Paul Auster fue presidente del jurado. Casualidades de la vida, o no, la película galardonada fue Mil años de oración, de Wayne Wang, director con el que el escritor estaba íntimamente unido.