Son las 19.30 horas del 30 de abril y el termómetro en Ausserd, uno de los cinco campamentos de refugiados saharauis ubicados cerca de Tinduf, en Argelia, marca casi 30 grados. Pero hoy el calor es lo que menos le importa al público, que se prepara para recibir el evento más importante del año: el Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara), único en el desierto y una de las pocas experiencias de ocio a las que puede acceder esta población que ya suma 49 años viviendo desplazada después de que Marruecos ocupara sus tierras.
Nadie se quiere perder el festival, especialmente las mujeres, que acuden ataviadas con sus coloridas melfas, la prenda tradicional saharaui, junto a sus hijos e hijas pequeñas, que juegan y saludan a los extranjeros con su mejor sonrisa. Bajo el lema “Nuestra jaima en el cine: Resistir es Vencer”, esta edición número 18 se extenderá hasta el 5 de mayo con el objetivo de establecer nuevas relaciones y vínculos entre artistas y activistas saharauis y sus homólogos en otros países y regiones.
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Así, este año participan actrices como Carolina Yuste y Nathalie Poza, el actor Guillermo Toledo, el cantautor Pedro Pastor, que se encargará del concierto de la clausura, o la activista Soraya Bayuelo, Premio Nobel de la Paz en Colombia. Y en esta primera jornada, además de la proyección de la película Insumisas, que pone en valor la resistencia de las mujeres activistas saharauis en los territorios ilegalmente ocupados por Marruecos, le velada ha transcurrido con la proyección de Calle de la Resistencia, que con un formato musical narra la devastación de Puerto Rico tras el huracán María y las revueltas populares que obligaron a dimitir al gobernador Ricardo Roselló.
“Esta edición es un grito hacia la paz y la conciliación en un mundo de guerras, xenofobia y racismo”, ha indicado el ministro saharaui de Cultura, Moussa Salma Labid, entre los aplausos del público, al tiempo que varias mujeres también destacaron en el escenario que el festival es una “muestra de la lucha del pueblo saharaui, de su resistencia y, sobre todo, de su victoria, porque desistir es perder”. Y es que este pueblo vive en una resistencia diaria desde que España lo abandonara a su suerte en 1975 sin haber convocado un referéndum de independencia. Desde entonces es objeto de disputa entre Marruecos, que lo ocupó, y el Frente Polisario, el movimiento de liberación al frente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) que pide recuperar su territorio con apoyo de Argelia.
El Gobierno de España, además, cambió de postura en 2022 y decidió apoyar a Marruecos en el plan de autonomía para el Sáhara Occidental que plantea Rabat como salida al conflicto, lo que supone delegar en el territorio una serie de competencias administrativas, jurídicas y judiciales propias, y facultades en el ámbito económico, tributario, de infraestructuras, cultural y social. Este cambio del Gobierno español es considerado por muchos saharauis como una “traición”.
El camino a los campamentos
Llegar a los campamentos de refugiados en Tinduf no es sencillo, tal y como ha podido comprobar Infobae, que ha viajado en un vuelo charter hasta esta zona desértica del sur de Argelia junto a otra decena de medios de comunicación, numerosos activistas y público que quería acudir a esta nueva edición.
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Una vez se aterriza en el aeropuerto de Tinduf, hay que armarse de paciencia para pasar los controles, aunque por suerte esta vez, según indicaron los compañeros que ya han venido en otras ocasiones, ha sido más rápido. Tras esos trámites, aún quedaba un rato largo en carretera hasta llegar a las casas de las familias donde nos alojaremos y ya se aprecian las duras condiciones en las que vive la población, pues hasta donde alcanza la vista no se ve ni rastro de vegetación y apenas hay unas precarias construcciones, polvo y arena, una enorme extensión de arena. Una vez llegamos al destino, nos reciben las mujeres con un té, la bebida indispensable en el desierto con su correspondiente ritual. De repente el cansancio disminuye ante la amabilidad y calidez de nuestras familias anfitrionas. El desierto se hace también menos hostil.