El caso Asunta, que este año cumple su 11º aniversario, es uno de los más conocidos que se ha vivido en España. Ahora vuelve a estar en la cabecera de muchos medios debido a la serie creada por Netflix que va a estrenar, protagonizada por Candela Peña y Tristán Ulloa. Ambos actores interpretan a los padres adoptivos de la niña, que fueron condenados por su asesinato.
Ambos fueron sentenciados a 18 años de prisión en 2015, al ser considerados culpables de haber sedado y asfixiado a Asunta Basterra Porto en septiembre de 2013. Esta sentencia fue confirmada por el Tribunal Superior de Justicia de Galicia, desestimando los recursos de apelación presentados por los abogados de los condenados.
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El padre sigue cumpliendo su condena en la cárcel de Teixero, mientras que la madre apareció ahorcada el 18 de noviembre de 2020 en la celda en la que se encontraba de la prisión de Brieva, Ávila, tras haber tenido varios intentos de suicidio.
La denuncia de desaparición por parte de los padres
El caso comenzó el 21 de septiembre de 2013, cuando los dos padres, que en ese momento ya estaban separados, denunciaron la desaparición de su hija. El cadáver fue encontrado tan solo un día más tarde, a las 1:15 de la madrugada. Fueron dos personas las que lo encontraron en una pista forestal cercana a un chalet propiedad de Porto. Junto al cuerpo había restos de cuerda, iguales a los que los agentes encontraron más tarde en este chalet.
Los agentes esperaron a la cremación de la niña para detener a la madre, acusada de un presunto delito de homicidio, principalmente debido a “las incongruencias y ambigüedades” en las diferentes “versiones contradictorias” que dio en sus declaraciones. Tan solo un día más tarde fue imputado su exmarido por un presunto delito de homicidio y el juez decretó prisión provisional sin fianza para ambos.
Un revés en la investigación
La investigación siguió a los dos acusados, pero se vio interrumpida en 2013, cuando se detectaron restos de semen en la camiseta que llevaba puesta Asunta en el momento de su muerte. El perfil genético coincidía con el de un hombre de nacionalidad colombiana que fue imputado en el caso.
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Él negó en todo momento su participación, alegando que en esos días no se encontraba en Galicia y finalmente quedó absuelto al considerarse este descubrimiento como un error ocurrido en el laboratorio.
Un plan premeditado
Durante la investigación, gracias a los análisis toxicológicos, se revelaron dosis elevadas de ansiolíticos en el cadáver, no solamente en el momento de la muerte, sino desde por lo menos tres meses antes, y el estudio forense confirmó que la muerte de la menor había sido violenta. Dos expertas que declararon en el juicio, aseguraron que Asunta había ingerido por lo menos 27 pastillas de Orfidal de un miligramo el día de su muerte.
El juez concluyó que el asesinato de la niña respondía a “un plan premeditado, ejecutado de forma gradual”, y que resultaba “imposible sin la participación, o al menos el consentimiento de ambos imputados”.
Los padres llevaban desde julio de ese año comprando grandes cantidades de lorazepam e iban suministrándoselo en dosis cada vez más alta a su hija, como si de un experimento se tratará. La niña fue poco a poco mostrando episodios de somnolencia. El peor incidente ocurrió el 22 de julio, cuando Asunta confesó a sus profesoras que sus padres la “engañan” y que su madre le dio “unos polvos blancos que la hacen dormir durante días”.
El día de su muerte los tres comieron juntos, momento en la que la hacen ingerir las 27 pastillas. Más tarde abandonan la casa para dirigirse al chalet de la madre, en el coche de ella, en el que según la sentencia, también iba el padre escondido en la parte trasera. En esa vivienda no se sabe del todo que ocurrió, pero si que la hija salió ya muerta y atada de manos y piernas, para ser abandonada en la pista forestal donde fue encontrada.