Marisa odia su trabajo. Cuando puede, y nadie le molesta, abre una página de Excel falsa que relega a una esquina de su escritorio mientras se adormece del caos de las calls y los meetings viendo vídeos de YouTube. Pasa 40 horas semanales en una empresa de publicidad que consume su espíritu vital, un menú que completa con la ingesta de un Orfidal cada ocho horas. En El descontento (Temas de Hoy), Beatriz Serrano (Madrid, 1989) conforma el relato de una protagonista que, a través del humor, ironiza sobre los faux pas del mercado laboral: un laberinto de anglicismos, de apariencias y de tentáculos preciosistas que culminan en una insatisfacción generacional.
“El trabajo se había convertido en una conversación habitual en mi vida”, dice Serrano en una entrevista con Infobae España. Sus diversos grupos de amigos confluían en una única vertiente: el desdén que la vida laboral les producía en su esfera privada “Estaban todos hasta las cejas de ansiolíticos”, apostilla. Fue entonces cuando la periodista y podcaster (conduce Arsénico Caviar junto al escritor Guillermo Alonso) se percató de la tendencia quejicosa en su entorno. “Nos estamos replanteando nuestra relación con lo que hacemos y lo que somos, se está produciendo una especie de disociación generalizada”, indica la autora.
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Además de la tendencia de monopolizar las conversaciones en torno al compartimento laboral, Serrano se percató de que “hay muy poca literatura centrada en el trabajo”. Tiene sentido, pues las élites aristocráticas e intelectuales han sido las que, históricamente, se han dedicado a cultivar su pluma. El descontento ya va por su quinta edición en España y Serrano acaba de vender los derechos de la obra a Estados Unidos y Reino Unido, la potencia del mercado anglosajón. Alemania, Italia, Francia, Portugal, Hungría y Holanda se han sumado al carro de Marisa. “Creo que en 2025 voy a ser como Willy Fog”, bromea la autora. “Supongo que con la segunda novela me llevaré la hostia y todos contentos”, ironiza.
El éxito de su primera novela va más allá del boca a boca entre millennials, centennials y desquiciados laborales. “No tenía ninguna intención de que esto fuera el Manifiesto Comunista”, dice sobre una lectura, y una protagonista, que desmiembra los arquetipos del empleo y sus implicaciones en la rutina coyuntural. Que su obra haya generado preguntas, y haya llevado a los lectores a cuestionarse sus realidades y su entorno, es una victoria. El descontento es “un runrún que tienes dentro” y que pretende explicar el hastío vital que apuñala a las nuevas generaciones, sumergidas en un abismo en el que el futuro juega con sus ilusiones. Serrano admite que podría haber titulado su novela La rabia, pero cree que el sentimiento compartido también “adormece”, una suerte de hechizo que inmoviliza a la víctima.
‘Jugar a las oficinas’
Marisa es talentosa, pues es capaz de convertir su despacho en un escenario en el que interpretar sus mejores versos. Cuando sale por la puerta de la oficina en la que crea campañas para generar felicidad en el ajeno, su máscara cae con el dramatismo de una obra de William Shakespeare. En El descontento, Beatriz Serrano habla de ‘jugar a las oficinas’, un pasatiempo en el que, a veces, ganamos. “Me hace mucha gracia esta expresión porque cuando somos niños jugamos a las casitas y cuando nos convertimos en adultos nos damos cuenta que tenemos que jugar a las oficinitas”, afirma.
Caras de agradecimiento, buena actitud y un abandono del lamento. Ningún comentario arruinará la jornada laboral y la pulla que tu jefe acaba de lanzar no te hará pedir una sesión extra de terapia. “Nuestros padres han pasado 40 años en el mismo trabajo, pero nosotros ya no tenemos esa relación de pertenencia a ninguna empresa”, indica la autora. “Se han precarizado mucho los salarios y se ha usado a las profesiones más vocacionales y creativas para explotar a muchísimos trabajadores”, explica la periodista, consciente de que la declaración anterior se amolda a algunas de sus experiencias laborales en el mundo de la comunicación. “Tú eres periodista. ¿Cuántas veces habrás dicho ‘venga, me voy a cubrir esto porque quiero’ sin que luego te compensen esas horas?”, explica.
“Se han precarizado mucho los salarios y se ha usado a las profesiones más vocacionales y creativas para explotar a muchísimos trabajadores”
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El precio de los alquileres, el hecho de que los millennials y las generaciones sucesivas no puedan permitirse la entrada de un piso y que el término ‘ahorro’ haya mutado en una suerte de exorcismo ha generado “desilusión” en las Marisas de carne y hueso. “Al final dices ‘¿para esto es para lo que estoy levantándome todos los días, por un salario de mierda que no me permite llegar a fin de mes, para compartir piso con 30 años, para no tener dinero para irme de vacaciones?’”, comenta Serrano. El descontento lleva a los más jóvenes a ejercer el derecho del “capricho”: “Unas cervecitas con amigos, nuestro vermutito, nuestro Netflix, comprarse un librito”, enumera la autora. “Hacemos una especie de performance de clase media a la que no pertenecemos”, sentencia.
La protagonista de la obra, Marisa (que también podría ser una Laura, una Ana, un Jaime o un Jesús), está sumida en la vorágine optimista de la vida en una gran urbe. Ha vendido su alma al diablo del capitalismo voraz y hostil de las ciudades, enclaves “hostiles que se han convertido en una jungla” inmobiliaria y laboral: “Planes carísimos y todo privado. Madrid está haciendo unos funambulismos” que la van a convertir en la nueva Londres o Nueva York, todo el mundo haciendo cola para no quedarse fuera del trend de TikTok o de la salubridad mínima de una vida digna. “Hay una especie de aesthetic generalizada en todas las ciudades del rollito Brooklyn y Copenhague”, un retrato con forma de tostada de aguacate en pan de masa madre que resulta en una pérdida de identidad. “Parece que para sobrevivir en la ciudad tienes que estar dándote de hostias todo el día”, afirma Serrano.
“Parece que para sobrevivir en la ciudad tienes que estar dándote de hostias todo el día”
En El descontento, su protagonista no sólo vive en la vorágine del contrato indefinido, también experimenta el vacío y la soledad de la ciudad. Marisa es un algoritmo literario con el que quiso dar forma a un perfil de ciudadano que está “loco por una conexión, porque si no, no estaría todo el día poniendo corazones en Instagram”.