En los últimos años, el cine parece estar poniendo cada vez más su mirada sobre algo que siempre ha estado ahí, pero de lo que nadie quería hablar, como es la llegada de refugiados a países europeos. Swimmers en Reino Unido, la reciente nominada al Oscar Yo, Capitán en Italia o Mediterráneo en nuestro país son solo algunos de los ejemplos de que cada vez más cineastas se interesan por contar este tipo de historias. El último en sumarse ha sido nada menos que Benito Zambrano, ilustre director que ganó el Goya por Solas y que ahora ha vuelto poniendo el foco nada menos que en la valla de Melilla.
El salto, que es ese resultado final, es una película que no arranca en la ciudad española situada al norte de África, sino que lo hace en Madrid. Desde la capital conocemos la historia de Ibrahim, un hombre de Guinea Conakry que lleva varios años viviendo en España, sin papeles pero con muchos trabajos, sin matrimonio de por medio pero prometido con su pareja, y lo más importante de todo: esperando su primer hijo, al que pretende dar un futuro mejor que el que tuvo su padre. Sin embargo, Ibrahim es interceptado por la policía en una improvisada redada, procesado y posteriormente llevado a un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) con un pronóstico muy desfavorable: lo van a deportar a su país.
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“Yo no sabía todo lo que pasaba, cuál era la complejidad, por ejemplo, del tema de los papeles. Ahora lo sé, el tema de tener papeles, los problemas para conseguirlos, estar sin ellos, lo que es vivir con el estrés, la tensión y el miedo de que en cualquier momento, en una esquina, te aparezca un policía, te los pida y te veas implicado”, relata Benito Zambrano en una entrevista a Infobae España, en la que describe todo lo que él mismo aprendió desde el principio. “Lo más desagradable de todo es que si eres una persona migrante sin papeles, cualquiera puede hacer contigo lo que le da la gana. Eres una persona vulnerable. Eres una persona precaria, eres una persona necesitada y cualquiera te puede utilizar o se puede aprovechar de ti”.
Tras ser deportado a su país, Ibrahim intenta volver a España, aunque se exponga a una expulsión por mucho más tiempo, y originalmente prepara el viaje en patera con destino Cádiz. Como le sucede a los jóvenes senegaleses de Yo, capitán, Ibrahim se encuentra un obstáculo en su camino con el que no contaba: los africanos magrebíes que controlan el acceso al mar, quienes se aprovechan de las ilusiones del resto. “Lo que encuentran en esos países, ya sea Marruecos, Argelia o Túnez, es de un trato terrible, casi de esclavitud en algunos casos. De una violencia y de un racismo hacia el africano... como si ellos no lo fueran”.
En la película, Ibrahim y los que le acompañan acaban finalmente en un campamento cerca de Nador, en la frontera con Melilla, y ahí descubrimos otra realidad muy desconocida para el gran público, como es la situación previa a ese salto, con los campamentos de refugiados de todas partes de África, que a su vez se esconden de la policía marroquí. “Recuerdo cuando hablé con alguna gente, que se pasaban dos y tres años para poder conseguirlo (el salto de la valla), porque había gente que lo había intentado varias veces. Gente que incluso la policía la había cogido y la había mandado otra vez al desierto de Argelia”, explica el andaluz.
Racismo, migración y fútbol
La parte central del filme tiene lugar precisamente en uno de esos campamentos clandestinos en los que los refugiados esperan su momento para saltar la valla. Es ahí donde surge la mayor preparación para el reto que se les viene -practicando con las ramas de los propios árboles- pero en el que también hay lugar para algún que otro momento de respiro. Precisamente el que se permite la película cuando introduce una maravillosa secuencia de fútbol entre los distintos integrantes del campamento. Una secuencia que Zambrano confiesa que sacó de un documental llamado Les Sauteurs, también en torno a la valla de Melilla, pero que sirve como reflexión de cómo el deporte integra y ayuda incluso en los momentos más críticos.
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Zambrano, que se marchó joven a estudiar cine a Cuba y terminó casándose y formando familia allí, cree que el racismo es un problema arraigado que se puede explicar tan bien por el cine como por el fútbol: “Cuando estuve en Cuba, me sorprendió que hubiera también tanto racismo en un país que es mestizo. Después haber hecho supuestamente una revolución que quería cambiar la conciencia, está ahí, está pegado. En el fútbol, yo tengo en mi equipo de fútbol a un negro, pero es mi negro. Porque los del Madrid no le dicen a Vinícius mono, pero igual sí le dicen mono al otro que viene, porque ese ya no es mi negro. Ahí está esa cosa de las películas americanas sobre esclavitud, de a mi negro no lo toques, a mi negro lo pego yo”, considera Zambrano.
En una llamada a la empatía y la reconciliación, el director tira de memoria para exponer su teoría de que la migración actual que pasa por Melilla no es del todo muy distinta de la que vivió España en su día, cuando miles de españoles a causa de la Guerra Civil, y los que les sucedieron después, se marcharon para encontrar un futuro mejor. “Toda la migración que hubo en España fue a causa de la guerra Civil. ¿Cuántos españoles se fueron buscando refugio? ¿Vas a cambiar el concepto de refugiados? Igual no se aplicaba tanto, pero en el fondo, cuando las madres y los padres metieron un montón de niños en los barcos a Morelia, se fueron a México por miedo, por miedo a que a que les cayera una bomba, no lo hicieron por gusto, y hay muchas familias que se rompieron de aquello”, reflexiona.
“Y después, en los años 60 o 70, los negros de este país eran los pobres andaluces, los que iban a buscarse la vida a Madrid o a Cataluña y que formaron parte importante del desarrollo de de esas comunidades”, continúa el director, quien en última instancia se pone como ejemplo. “Yo soy emigrante, yo soy andaluz, y afortunadamente estoy aquí porque quiero. Pero tengo una hija que es de madre cubana y de padre andaluz. A lo mejor la madre de mi hija no quiso salir de Cuba, quiso quedarse en Cuba, pero por problemas políticos y por problemas económicos se tuvieron que ir. Quien sea casto y puro, que levante la mano”, concluye el autor de El salto. La película ya se encuentra disponible en cines para aprender de esa odisea que viven tantos miles de africanos cada día. Historias que, gracias al cine (y a veces también al fútbol), cada vez pasan menos desapercibidas.