En ocasiones las plataformas de streaming esconden sorpresas. Es lo que ha ocurrido con Mi reno de peluche que, sin apenas promoción, gracias al boca-oreja y las recomendaciones en redes sociales, se ha convertido en la serie sorpresa de la temporada, capaz de consensuar a una audiencia de lo más diversa a la hora de reconocer que se trata de una de esas ficciones que escapan a los límites de los convencionalismos para adentrarse en territorios de lo más corrosivos a la hora de abordar temas tan incómodos como el acoso, la identidad sexual, los traumas psicológicos o los abusos dentro del mundo del espectáculo.
En siete capítulos de una media hora de duración nos adentramos dentro de una historia contada desde un punto de vista diferente, entre el humor negro y la crónica generacional más perversa.
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Una autobiografia poco convencional
Está creada y protagonizada por Richard Gadd al que, hasta el momento, habíamos visto en algún crédito de Sex Education, otra ‘rara avis’ de Netflix, y poco más, y tiene un marcado tono autobiográfico: un treintañero que trabaja en bar mientras sueña con convertirse en humorista y que utiliza sus propias experiencias en sus monólogos.
Lo que al parecer también es real es la historia de acoso que cuenta. Mientras ponía copas detrás de la barra, conoció a una mujer que se obsesionó con él hasta el punto de mandarle 41.071 correos electrónicos. Lo perseguía, le mandaba regalos, y lo llamaba ‘baby reindeer’ (bebé reno).
En la ficción, este personaje se llama Martha y está interpretado por la actriz Jessica Gunning, que tras una en apariencia inofensiva de chica con sobrepeso esconde un pasado delictivo por problemas mentales relacionados con la persecución a hombres de su entorno.
Sin embargo, lo que plantea Mi reno de peluche no es solo la historia de una ‘stalker’. Al menos, no está contada de esa manera, escapando a cualquier tópico ‘formulaico’ que pudiéramos imaginar, de forma que cada capítulo nos lleva por caminos que no esperábamos, desde los problemas de autoestima del protagonista, a un oscuro episodio con un productor que terminará en sexo no consentido, pasando por el proceso de ‘autodescubrimiento’ de su propia identidad tras enamorarse de una mujer transexual.
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Ninguno de estas cuestiones se aborda de manera habitual, sobre todo porque el propio personaje se cuestiona en cada momento, lo que ofrece una aproximación de lo más real y sincera, desarmando por completo cualquier expectativa.
Y es que a través de un dispositivo profundamente personal, se cuenta la obsesión y los desequilibrios emocionales, las relaciones tóxicas y los traumas generados de una forma muy gráfica e incómoda a modo de catarsis expositiva, algo que la emparentaría con otra serie británica como es Podría destruirte, de Micaela Cole, con la que guarda algunos paralelismos.
Gadd ya había utilizado este material para un monólogo teatral, y ese texto se convirtió en el germen de esta serie que se convierte en una de las más originales (y crudas) apuestas de ficción de este año.