Nuria Rueda es maestra de primaria en un colegio público del barrio madrileño de Aluche. El CEIP se enorgullece de fomentar los valores de igualdad y la coeducación en sus aulas, donde los estudiantes reciben talleres sobre género de parte de asociaciones e inciden durante sus clases en la erradicación de los estereotipos y los contenidos sexistas.
A las 12 del mediodía, los alumnos salen al recreo a descansar y divertirse tras tres horas de clase. Mientras, Nuria se reúne con sus compañeros en el patio para vigilar que los niños se relacionen, sociabilicen y no ocurra ningún problema entre ellos. En el colegio existen tres espacios en los que los niños pueden jugar: el primero de ellos incluye diferentes juegos populares pintados en el suelo, el segundo es una zona de naturaleza con árboles y plantas, y el último se centra en torno a una pista de deporte.
Este tipo de patios son muy difíciles de ver. Desde pequeños, nos hemos criado en espacios que, por falta de recursos, contaban con zonas simples y concentradas, en su mayoría, en una pista de fútbol. Para aquellos niños que por alguna cuestión no quisieran jugar al futbol, baloncesto o balonmano, no había otra opción más que quedarse rezagados a una esquina a hablar con los compañeros.
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Por desgracia, durante muchos años las niñas no han tenido cabida en el mundo del deporte, y esto es algo que, tras mucho esfuerzo, parece que comienza a cambiar. Sin embargo, a día de hoy los patios en nuestro país siguen enfocados al deporte y no permiten a los niños desarrollarse en otras disciplinas, como puede ser el arte, la lectura, la agilidad, etc.
Las arquitectas polacas Ewelina Jaskulska y Honorata Grzesikowska publicaron recientemente datos reveladores en un informe en el que se encuentran trabajando, que reflejaba la realidad de los estudiantes en el patio de dos colegios de la ciudad de Barcelona. Durante este estudio, se mostró la segregación y discriminación que sufren el 50% de los alumnos. Aunque cada vez se suele dar más un sistema mixto, por norma general las niñas se enfrentan a un patio en el que no pueden expresarse, mientras que los niños tienen actividades que focalizan el centro de la atención del espacio, que en su amplia mayoría en nuestro país se trata de una pista de fútbol. Estos pueden correr, desarrollarse y sociabilizar con sus compañeros en un espacio diseñado por y para ellos.
Según Statista, en España se encontraban registradas en la Federación de Fútbol más de 1 millón de personas en 2022; sin embargo, solo 87.000 eran mujeres. Por esto mismo, las niñas tienden a quedarse relegadas a pequeñas superficies para hablar, jugar en pequeños grupos y relacionarse de forma más íntima. No solo ocurre en cuanto al sexo de los más pequeños, pues aquellos niños que no muestran tanto interés en el deporte no encuentran otra opción más que aceptar que se trata de un espacio no diseñado para ellos.
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Un problema de convivencia
Sandra Molines (Florida Universitària) es doctora en Psicología y experta en coeducación y patios, y ha realizado más de 100 diagnósticos en diferentes colegios del país para detectar este tipo de discriminación estructural. Molines comenta que existe un cambio muy drástico entre la educación infantil y la primaria: “Cuando hacemos el diagnóstico en infantil, niños y niñas se mueven igual. No existe un especial empoderamiento de ninguna zona por ningún sexo, no existe segregación, juegan conjuntamente los niños con las niñas. Porque no hay diferencias respecto del tiempo en actividad física de ellos o ellas, es decir, infantil. Es justo e igualitario. Ahora bien, cuando pasamos a los patios de primaria, que son fútbol centristas, claro, en todos en los que yo he podido hacer una intervención han sido así el rey de la pista”.
La doctora señala que es en ese momento cuando aparecen las diferencias entre los niños, quienes por un lado comienzan a apropiarse de las grandes superficies, a la vez que el resto pasa a ocupar espacios periféricos sin otra alternativa. Empieza a haber un empoderamiento masculino sobre las zonas y las niñas inician la práctica sedentaria de una manera muy preocupante. “Es que eso es muy grave. Ojalá vieran en esto un problema de convivencia”, alerta Molines.
Para la doctora, hay muchas variables que explican este fenómeno. Una de ellas es que los menores que practican deporte en el recreo posiblemente también lo hagan en una actividad extraescolar tras el colegio. En este punto es necesario que los ayuntamientos intervengan y propongan una alternativa para fomentar una mayor variedad de géneros en sus actividades, lo cual implicaría que se sumaran también durante la escuela: “Aunque tiene muy mala prensa, un sistema de cuotas podría estar muy bien. Es decir, que un ayuntamiento dijese: no vamos a permitir matrícula de más de un 60% de un sexo determinado a una actividad. Porque en la infancia no se tiene que practicar la segregación. Porque es muy empobrecedor que tú empieces desde los seis años a no relacionarte con personas de sexo diferente al tuyo”.
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¿Qué soluciones hay ante esta situación?
Molines realiza un análisis a las escuelas y los espacios que ofrecen para el desarrollo de los niños; tras este, entrega una serie de recomendaciones a adoptar para crear un patio mucho más inclusivo y que permita aumentar las capacidades de los estudiantes en todos los ámbitos. Algunos de los espacios que propone son: una zona de circuito perimetral en la que se pueda pasear, correr, patinar, montar en bicicleta, etc. También aconseja una zona de arena en la que encuentren utensilios para construir, cavar y desarrollar la creatividad. Y un espacio en el que hacer manualidades y expresarse artísticamente mediante escenarios e instrumentos musicales.
Por otro lado, para los niños es muy importante el contacto con la naturaleza, por lo que una zona de huerto con plantas aptas para que aprendan a cultivar favorece la comprensión y el aprendizaje de las ciencias sociales. Estas son algunas de las 13 propuestas que ofrece Sandra Molines en su Guía de patios coeducativos, basándose en las premisas de Aitziber Benito, Beatriz Nui y Yon Sorarrain.
Josetxu Linaza es doctor por la Universidad de Oxford en Psicología y catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. Linaza ha estudiado durante más de una década los espacios de juego en diferentes países, y el pasado diciembre viajó a China para adentrarse en la metodología que se daba en la educación infantil del condado de Anji. Allí, cerca de 2 millones de niños persiguen una metodología en la que el juego es el fundamento de los estudios entre los tres y los seis años: “Tienen unos patios enormes en los que hay agua, hay barro, hay una colina, escaleras, etc. Los alumnos sacan los materiales que quieren. Al llegar al colegio construyen lo que les da la gana y los profesores son capaces de dar un paso atrás, de quedarse quietos, escuchando y grabando. Porque después el trabajo pedagógico se hace sobre esa experiencia, lo que han hecho y lo que querían hacer”.
Los niños aprenden las diferentes materias mediante el juego. Por ejemplo, comprenden lo que es la gravedad lanzando un balón por una colina y viendo cómo este atraviesa los objetos que habían puesto al final de la línea recta: “Ese patio es sin duda la mejor aula de todo el colegio, donde pasan más tiempo al aire libre con unas habilidades motrices espectaculares”, explica Linaza.
“El recreo es el aula más importante”
En 1959, la ONU aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, en la cual se reconocía por primera vez el derecho de los menores al juego. Estos mecanismos permiten que desarrollen las habilidades motrices y adquieran la capacidad de imaginar, ser creativos y fantasiosos, lo cual les ayuda a crear mundos posibles para conseguir estrategias. “En muchos casos se dice: el recreo es el aula más importante, y realmente lo es”, indica el psicólogo. Sin embargo, ¿somos conscientes los adultos de lo importante que es para los estudiantes un buen espacio de recreo que les permita adquirir todas sus capacidades?
Para Linaza, la discriminación por género viene dada de la visión que muestra la sociedad adulta a los menores. Por ello, la solución es ofrecer a los niños la oportunidad de decidir y diseñar por sí mismos los espacios en los que van a jugar. De esta manera, comprenden qué es lo que necesita su compañero y consiguen llegar a un punto común en el que se gestiona el calendario de deportes y provoca una mayor integración de ambos géneros: “Los colegios organizan sus espacios en función de los intereses y los conceptos de los adultos, pero quienes los usan son los niños; y por tanto, deberían ser los niños quienes participaran de verdad en esa toma de decisiones”.
Este tipo de decisiones deben de ser aprendidas lo antes posible, ya que, comenta Molines, en algunas ocasiones los niños no quieren renunciar a sus privilegios. Aun así, “hay que explicarles muy bien que no es justo que un 8% del alumnado esté ocupando un 50% del espacio. Claro, porque eso es una regla tan sencilla de mostrarles y tan fácil de medir. Entonces, cuando conciencias al alumnado, y consigues también darles más propuestas... porque lo que no sirve es un castigo y decir ya no hay fútbol. ¿Por qué? ¿Qué opciones hay?”. Por esto mismo, es importante poner en valor el resto de opciones y oportunidades que pueden conseguir los alumnos si se decide crear un patio más inclusivo.
Patios de recreo como los que permite el colegio público de Nuria Rueda son muy difíciles de encontrar aún en nuestro país. Aunque, gracias a la integración del feminismo en la educación y la sociedad, parece que cada vez son espacios más escuchados. Sin embargo, Molines indica que aún queda mucho trabajo por hacer: “Lo vemos en Secundaria, donde hay un retroceso, sobre todo en los chicos. Porque sienten que se les está atacando, porque no hemos alfabetizado suficientemente al alumnado y a las familias para que entiendan que estamos hablando de derechos humanos. Que estamos hablando de beneficios para todas las personas, para los hombres también, para los niños también, que están socializados de manera horrible en la agresividad, la competitividad, el protagonismo, el individualismo, y no están socializados en los afectos y en los cuidados. Entonces, hacerles ver que se están perdiendo muchísimas cosas es un reto aún pendiente de la coeducación y del feminismo”. E insiste en que es fundamental que sea una materia a estudiar durante todas las etapas formativas, ya que se trata de un tema fundamental de derechos humanos.