Coachella ha cerrado su primer fin de semana en Palm Springs (California) con infinidad de titulares. Se habló del regreso apoteósico de Lana del Rey al escenario principal una década después de hacerlo por primera vez, de la aparición de Billie Eilish para interpretar junto a ella Video Games, de la sorpresa de Shakira en el set de Bizarrap (anunciando una gira global tras el estreno de Las mujeres ya no lloran) y de cómo el festival más notorio del mundo ha contado con una magnánima presencia de música en español (en el caso de nuestro país, los representantes han sido BB Trickz y Depresión Sonora).
Entre clásicos y nuevas leyendas musicales, el certamen volvió a izar la bandera de los brillos faciales y los looks de corte bohemio. Pero no hay Coachella sin una nueva crítica a su público, una amalgama de influencers y de melómanos (pero no mucho) con bastante dinero. Esta vez ha sido Damon Albarn, vocalista de la banda británica Blur (que actuó el sábado en el desierto californiano), el que ha lanzado un dardo a los asistentes a su concierto.
Mientras entonaba las estrofas más conocidas de su clásico Girls & Boys, Albarn alejaba el micrófono del escenario para escuchar la réplica de una audiencia que no cumplió con las expectativas del cantante. Más furor, más pasión o simplemente que conociesen la letra. La languidez del público enfadó al líder del grupo, que espetó: “Nunca nos vais a volver a ver, así que más os vale cantarla”, dijo sobre el escenario.
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Sus declaraciones han generado una vorágine de opiniones en redes sociales, el nuevo Coliseo Romano en el que las cabezas ruedan de forma metafórica (y con sesiones terapéuticas de por medio). Algunos apuntan a la destrucción del ambiente festivalero en pro de acceder a una mayor audiencia, es decir, tener un cartel más amplio que pueda apelar a diversas melomanías. Otros prefieren culpar al cantante por sus expectativas. ¿Qué esperaba encontrarse en un espacio repleto de celebridades en el que la música suele estar en segundo plano? La pasividad del público en el concierto de los británicos podría responder al relevo generacional de ídolos o a un negocio musical que empieza a mostrar sus costuras.
Ir al Coachella 2024 y que un grupazo como BLUR no genere entusiasmo y que la gente no coree un himno como el Girls & Boys para asombro de Damon Albarn es bastante preocupante.
— David Webb (@DeifWebb) April 14, 2024
Como diría Dylan... “Los Tiempos Están Cambiando” pic.twitter.com/U5AUc7SMpr
No es la primera vez que una banda se queja de la escasa o poca atención que el público le otorga. El verano pasado se vivió una escena similar en el festival O Son do Camiño. Varios de los artistas que participaron en el evento se quejaron de que, mientras actuaban en el escenario que se les había asignado, en las primeras filas había gente que estaba esperando, sentada y bostezando, al concierto de otro grupo o cantante que actuaba después. El melón lo abrió Sandra Sabater, de la banda Ginebras, que denunció la actitud de los asistentes con un largo mensaje en redes sociales.
“En varios conciertos, incluido el nuestro, las primeras filas estaban copadas de grupos sentados en el suelo reservando hueco para ver a un artista que actuaba después. Algunos estaban de pie, con cara de culo, bostezando o incluso vacilando”, declaró entonces en Twitter.
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“Son la máxima expresión del ‘turbocapitalismo’”
Los festivales se han convertido en una parada cultural imprescindible para melómanos y ociosos, pero detrás del escenario se esconde un modelo de negocio cada vez más cuestionado. “En este país la administración está protegiendo constantemente al organizador y desentendiéndose de las quejas del consumidor”, indicó a Infobae España el periodista Nando Cruz, autor de Macrofestivales: El agujero negro de la música (Editorial Península). “Los macrofestivales son, para mí, la máxima expresión del turbocapitalismo en la cultura”, indicó a este medio tras el lanzamiento del libro.
En su libro, Cruz ahonda en varias cuestiones relacionadas con este tipo de evento masivo: la más importante, cómo éstos han cambiado la forma de consumir música y, por ende, cómo le han restado protagonismo a los circuitos en recintos. “Los recursos con los que cuenta un festival bien posicionado en su comunidad autónoma son infinitamente superiores a los que pueda tener una sala de conciertos”, indicó en la charla con Infobae España.
Además, el festival se ha convertido en una de las definiciones más precisas del FOMO (la sigla que habla de ese miedo irracional a no estar donde otros sí están). “Se nos ha convencido durante años, y de manera muy insistente, con la idea que el festival de música es un sitio al que hay que ir y en el que hay que estar. Son un espacio central en el nuevo modelo de ocio que hace 25 años ni siquiera existía y el eje alrededor del que pivota toda la industria musical. Y la del turismo también”, admitía Cruz.