Hasta hace muy poco no existían apenas referentes transgénero dentro del panorama literario. Pero poco a poco las escritoras han ido apropiándose de sus propios relatos y gracias a autoras como la argentina Camila Sosa Villada o la española Alana S. Portero, que publicó el pasado año La mala costumbre, este vacío comienza a rellenarse.
Ahora le toca el turno a Ariel Florencia Richards, que acaba de publicar en nuestro país Inacabada (Alfaguara), una novela en la que habla de su tránsito a través de un personaje, Juana, que podríamos considerar su ‘alter-ego’ a la hora de poner en primer término el fin de su anterior identidad y el nacimiento de su verdadero yo. “Es mi primera vez que me siento autora”, cuenta la autora a Infobae España.
Romper el silencio
Se dio cuenta al releer su anterior trabajo, Las olas son las mismas (2016), firmada como Juan José Richards, que el protagonista no hablaba, no decía una sola palabra, aislado en un invierno en Nueva York, solitario, melancólico. “Me pareció sintomático de cómo era yo en el pasado, porque esa la novela la escribió la persona que fui y decía mucho de mi forma de ver el mundo en ese momento. Así que quería romper ese silencio, entablar un diálogo, decir la verdad, salir fuera, conectar”.
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En el prólogo de Inacabada, la autora habla sobre el poder de las palabras, de “como nos permiten encarnarnos en nuestros cuerpos de otra manera de la que se espera”. Así, el proceso de escritura, que tuvo lugar durante la pandemia, lo encaró como una experiencia mutante, de forma que el texto fue tomando muchos títulos y diversas derivaciones.
Iba cambiando sobre la marcha sin guardar aquello que desechaba. “Me parecía que conservar los manuscritos era un proceso nostálgico, como de que ‘cualquier pasado fue mejor’, y yo quería hacer todo lo contrario. Si una frase se transformaba, si una palabra se perdía, no me importaba. Fui editando sobre un solo texto, porque quería hacer una escritura en tránsito”.
Finalmente, lo que quedó es un viaje entre una madre, M., y una hija, Juana, que acaba de empezar a hormonarse. Durante el trayecto, la protagonista espera ‘reconectar’ con su progenitora, hablar de todo aquello que no han podido, comunicarse por fin desde otro lugar. Pero lo primero con lo que se encontrará será que, durante el trayecto en avión, de tanto apretar los dientes, M. sufrirá una lesión en una muela y se le infectará. Una imagen metafórica de lo más potente y significativa.
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“Mientras yo celebraba mi tránsito como algo maravilloso, me daba cuenta de que mi mamá estaba en el polo opuesto, porque ella sentía que estaba perdiendo a su hijo, así que era como un duelo. Me di cuenta de que tenía que respetar sus tiempos, sus sentimientos, que su hijo había muerto y ahora tenía una hija trans y que tenía que lidiar con una situación muy compleja para ella”.
Abrazar la duda, el boceto
Ariel Florencia transitó a los 37 años. Cuando era pequeña en el Chile de 80, sentía que su alrededor no estaba preparado para aceptarla tal y como era, siempre generaba incomodidad. “La palabra transgénero no existía, porque se consideraba una brutalidad, un atentado contra la moral”.
Con su personaje, Juana, comparte muchas cosas, como el amor por las artes visuales como reflejo de la identidad. “Me parece que es un personaje que tiene más miedo que yo en este momento. Creo que ahora soy más temeraria, más bruta”, ríe.
En la novela, Juana es especialista en obras de arte inacabadas, inconclusas, de creadores como Alice Neel, William Turner, Cy Twombly o Kerry James Marshall. ¿Por qué tenían que considerarse fallidas? “La escritura de esta novela coincidió con que empecé a hacer un doctorado de Artes Visuales y me di cuenta de que los resultados académicos solo se pueden presentar cuando están terminados. ¿Y todos los errores anteriores que han formado parte de ese proceso? Para mí, los fracasos también son importantes, la experimentación, la duda, el boceto. Y eso entronca con mi propio proceso de construcción de la identidad de género”.