Pasión. Si hubiera que buscar una palabra con la que resumir el cine de Vincente Minnelli, no podría ser otra. Ya sea en un alegre y colorido musical, en un melodrama en un pequeño pueblo de la América profunda o una comedia ligera sobre los designios del matrimonio, en todas sus películas se transmite una infinita pasión por la vida. Una pasión que lo llevó a convertirse en uno de los directores más exitosos del Hollywood clásico, pero que con el tiempo ha sido sepultada por la fama de otros directores contemporáneos a él como Alfred Hitchcock, Billy Wilder u Orson Welles. Y eso a pesar de que en vida Minnelli fue capaz de conquistar al público tanto o más que cualquiera de ellos.
Quizá por eso no había hecho mucha falta hasta ahora que fuera reivindicado como otros cineastas que sí vivieron más al margen, pero no por ello Minnelli merecía menos respeto y atención. Eso mismo han pensado en la Filmoteca Española, desde donde le rinden homenaje con el ciclo Vincente Minnelli: La belleza en todas partes, una extensa retrospectiva que han anunciado para este primaveral mes de abril pero que se extenderá durante cinco meses más hasta llegar al caluroso mes de agosto. Cinco meses para descubrir o redescubrir a uno de los directores más importantes del cine clásico, pero también alguien cuyas películas reverberan más que nunca en nuestro tiempo.
“Minnelli realizó más de cuarenta películas, muchas de las cuales deben contarse entre lo más rico y sugerente que emergió de esa entelequia que aún nos empeñamos en llamar el Hollywood clásico”, explica el crítico y periodista Carlos Losilla, quien acierta en señalar algo que diferencia a Minnelli tanto de los directores modernos como de sus coetáneos, y es su constancia y su capacidad para cultivar tantos géneros a un ritmo tan vertiginoso. Ello se debió en gran medida a su contrato con la Metro Goldwyn Mayer, la cual por un lado le aseguró una estabilidad laboral y por otro le permitió ir depurando su estilo e introducir nuevos elementos como figura reputada del estudio que era, al contrario que otros cineastas que iban transitando de una productora a otra en busca de mayor libertad.
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Mucho más que el padre del musical moderno
Lo cierto es que Minnelli, que creció en una familia de origen siciliano amante del teatro, llegó a Hollywood después de cosechar grandes éxitos sobre las tablas de Broadway, una experiencia que sin duda le serviría para dar el salto a la gran pantalla. Fue precisamente en el terreno del musical en el que Minnelli comenzó a trabajar en Hollywood y donde obtendría sus mayores éxitos, desde la navideña Cita en San Luis y la apabullante El pirata hasta Un americano en París, en la cual trabajaría con otro prodigio del musical como Gene Kelly. Por sus novedosas coreografías y su increíble capacidad para integrar los números musicales dentro de la narrativa de las películas, Minnelli se ganaría el título de “padre del musical moderno”, y continuaría depurando su técnica en otros títulos maravillosos como Melodías de Broadway (1953), Brigadoon (1954) o Gigi (1958), con la que ganaría nada menos que 9 Premios Oscar, entre ellos el de Mejor película y dirección.
Pero sería un error quedarse solo con la idea de que Vincente Minnelli fue un revolucionario del musical de los años 40 y 50, ya que fue eso y mucho más. La mencionada estabilidad laboral del director bajo la Metro le permitió probarse en otras áreas como el melodrama, la comedia o incluso el biopic, donde destaca su acercamiento a la vida de Vincent Van Gogh con El loco del pelo rojo. En todas ellas Minnelli se rodeó de algunos de los mejores actores de su generación, desde Shirley MacLaine y Elizabeth Taylor a Robert Mitchum o Kirk Douglas, pero también descubrió a jóvenes intérpretes como Leslie Caron o John Kerr. Todo ello sin olvidar que estuvo casado con Judy Garland, con quien trabajó en varias películas, y concluyó su carrera dirigiendo a la hija entre ambos, Liza Minnelli.
Una sensibilidad fuera de época
Como sucediera con otros directores que trabajaron un género tan denostado históricamente como el melodrama, Minnelli realizó algunas de sus obras más maravillosas y profundas en este terreno, quizá menos vibrante y colorido que sus musicales pero no por ello menos valioso. Entre ellas destacan títulos menos conocidos de su filmografía como Con él llegó el escándalo, La tela de araña o Té y simpatía, películas en las que diseccionaría la podredumbre y contradicción de la América profunda y temas tan adelantados a su tiempo como las enfermedades mentales o la homosexualidad o la masculinidad tóxica.
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Porque al contrario de otros directores queer de aquel Hollywood clásico como George Cukor, Dorothy Arzner o James Whale, Minnelli nunca llegó a declararse homosexual, a pesar de que sus películas sí tenían una sensibilidad que hoy en día sin duda sería percibida de esta manera. Su estética, sus protagonistas mayoritariamente femeninas y los temas que trataba en sus películas demuestran que es un director muy vigente por su deconstrucción, pero que quizá fue un incomprendido durante mucho tiempo.
Té y simpatía es quizá el mejor ejemplo de esto, una película sobre un joven marginado por sus compañeros de clase y profesores dada su personalidad dulce y introspectiva, que sin embargo encontraría el consuelo en una mujer que vive su propio drama en su monótono matrimonio con el maestro de gimnasia, paradigma de la masculinidad tóxica y antítesis del joven protagonista, quien bien podría ser un álter ego del propio Minnelli.
Al final da igual cómo fuera en su vida Minnelli, ya que sus películas hablan de sobra por él. Como sus personajes, el director derrochaba valentía, desparpajo y sobre todo esa pasión por la vida que es palpable en cualquiera de sus obras. Una pasión que ahora volverá a contagiar a todos aquellos que se desplacen durante estos meses al Cine Doré para bailar, reír, llorar de tristeza (o emoción) y en general disfrutar con cualquiera de sus películas.