Era el 5 de abril de 1994. Yo tenía 16 años y era ‘grunge’, o lo que es lo mismo, llevaba camisetas de cuadros, botas y pantalones anchos. Pero detrás de esa indumentaria también se escondía un espíritu generacional. Aunque no había nacido en Seattle, donde se desarrolló el movimiento, muchos adolescentes de la época nos sentíamos vinculados a ese ‘angst’ existencial, que tenía que ver con la alienación, con la falta de expectativas, con el nihilismo y con el consabido tema de ‘matar al padre’.
Recuerdo ese día con claridad. Ha muerto Kurt Cobain. Y con él, de alguna manera, se terminó una época, aunque entonces no lo supiera. Pero fue impactante, sobre todo para una generación que seguíamos la música como una forma de vida, aunque no supiéramos que las drogas y los desórdenes mentales adquirieran esa magnitud trascendental.
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Rabia, incomprensión y drogas
En cualquier caso, desde que Smell Like Teen Spirit comenzó a sonar en las radios y ‘viralizarse’ (en el concepto que se podía tener en los noventa de eso) en la cadena MTV, se entró en una nueva dimensión que conectaba con una forma de sentir, de expresarse, de canalizar las emociones a través de la frustración, de la rabia y la incomprensión.
Cuando un grupo de estirpe independiente alcanzaba ese nivel de reconocimiento, en la mayoría de los casos su esencia se perdía por el camino. Eso no ocurrió con Nirvana. Desde sus inicios hasta sus últimas aportaciones, se mantuvieron firmes y lograron encontrar canales para, de alguna manera, luchar contra el sistema de acuerdo a sus posibilidades.
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La suya fue una carrera corta, pero quizás una de las más influyentes dentro de la cultura popular. Porque hubo muchos grupos dentro de la escena ‘grunge’, desde Soundgarden, Alice in Chains hasta Pearl Jam, pero ninguno alcanzó, en su momento, la resonancia mediática de Kurt Cobain y Nirvana.
Visto con retrospectiva, Cobain fue un adelantado a su tiempo en muchos sentidos. Entonces no me daba cuenta, pero se vestía con ropa de mujer para dilapidar los géneros, algo que escandalizaba a cualquier estrella del rock del momento. No hubo otro como él en ese sentido a la hora de combatir a la industria musical desde sus entrañas. Si en la actualidad todo el mundo quiere gustar, lo que hacía Kurt Cobain era precisamente lo contrario, incomodar.
En el recuerdo, pueden quedar algunas imágenes. Aquella en la que junto a su pareja Courtney Love portaban a su hija Frances Bean dándole el biberón, su ya eterno ‘unplugged’ para MTV con su cárdigan holgado. En la mayoría de las instantáneas de la época, parecía que no quisiera estar ahí. Posiblemente, esa fuera su condena.
Club de los 27
Se suicidó con 27 años. Esa edad mágica para la tragedia de tantos ídolos, desde Jimmy Hendrix, Jim Morrison o Janis Joplin hasta llegar a Amy Whinehouse. Una especie de leyenda negra que se ha ido perpetuando en el tiempo y la crónica negra.
El día en el que murió Kurt Cobain lloré. Le contaba a mis amigas mi desasosiego, pero no me entendían. Yo era ‘grunge’, o todo lo que podía serlo desde mis circunstancias, porque en mi vida solo había entrado, como máximo, en el tabaco como forma subversiva.
Pero, lo cierto, es que Nirvana, y Kurt Cobain, se hicieron eco de una sensibilidad muy específica que solo que podría circunscribir a esa época en concreto. Y eso tiene mérito. Probablemente, no ha vuelto a pasar nunca más, un movimiento tan efímero y fugaz como importante dentro de la cultura popular.
Visto desde cierta perspectiva, fue algo auténtico que, inevitablemente, se monetizó por la industria discográfica. Pero, había algo real en todo aquello, algo que no nacía de la impostura, ni del marketing. Había dolor y suciedad. Había rabia.
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Nunca me sentí del todo identificada con las ficciones que se hicieron en torno al movimiento ‘grunge’, desde Solteros, de Cameron Crowe a Reality Bites, aunque la aproximación que hizo Gus Van Sant alrededor de los últimos días del cantante, titulada Last Days, me resultó perturbadora. Acaba de hacer Elephant, en la que materializaba una de las masacres estudiantiles que conmocionó al planeta. Y después, hizo ese retrato descarnado de un hombre en el que latía la insatisfacción y terminó acabando con todo.
La leyenda de Kurt Cobain sigue viva 30 años después. A veces, cuando en alguna serie o película aparece alguna de sus canciones, como Something in the Wave o All Apollogies, puede parecer una farsa, pero su poso es auténtico como la poesía bañada en bilis.