Carrie Bradshaw (interpretada por Sarah Jessica Parker) es intensa, imperfecta y fashionista. Sería capaz de no comer durante un mes con tal de permitirse unos Malono Blahnik, sus tacones predilectos, y no soporta que las cámaras no la capten en su esencia más boyante. Cae sobre la misma piedra al escoger su amor por Mr. Big (Chris Noth) como el salvavidas que da sentido a su vida, cometiendo todo tipo de errores que llenarán su existencia de altibajos emocionales. Sus experiencias están por encima de las de sus amigas, que la escuchan y aconsejan pese a no poder meter baza cuando quedan los domingos para hacer brunch.
Por otro lado estaba Samantha Jones (Kim Cattrall), el personaje más exótico de las cuatro amigas, una mujer sin complejos que, en el año 1998 (cuando se estrenó la primera temporada de la serie), era considerada un rara avis en la sociedad neoyorquina (y global). Hablaba abiertamente del sexo como un trámite del que exprimir cada gajo de placer y no titubeaba a la hora de dar consejos para hacer la mejor felación a un hombre. Detrás de la fachada de femme fatale se encontraba una mujer segura de sí misma con un envidiable catálogo de consejos.
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La más ajena al resto era Charlotte York (Kristin Davis), una apasionada del arte y del amor romántico cuyo objetivo vital era sortear los hombres infieles e infelices de la ciudad que nunca duerme. Dulce y crítica con algunas de las actitudes más libertinas de sus amigas, su relación con Harry Goldenblatt (Evan Handler) es la más estable de toda la ficción (un romance que continúa en And just like that..., la nueva entrega que se sitúa 20 años después de la original y que se puede ver en HBO Max).
Por último está Miranda Hobbes (Cynthia Nixon), un pozo de verdad y racionalismo, el apoyo indispensable en cualquier tipo de amistad. Abogada y exitosa, aunque quizá demasiado autoconsciente de su orden mental, no es de las más afortunadas en lo que a amor se refiere (algo que se explica posteriormente cuando intenta experimentar con su sexualidad). Es la más directa de las cuatro, por lo que no tendrá problema en leerle las cartas (y no precisamente las del tarot) a sus compañeras vitales.
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Uno de los buques insignia de HBO, además de una de las grandes series de las últimas décadas, ha aterrizado en Netflix. Parecía imposible dado que se trata de una de las ficciones originales clave de Home Box Office, pero las necesidades de la compañía audiovisual han llevado a la venta de sus derechos a la plataforma enemiga. Las seis temporadas de la serie creada por Darren Star han aterrizado al gigante del streaming después de que Warner Bros. firmara con la plataforma los derechos de emisión de la icónica serie de los 2000, que ahora llega a un nuevo público, la generación Z.
Delgadas y poco diversas: ¿qué pensará la ‘gen Z’?
Los centennials se enfrentan a una amalgama de diálogos que en su momento fueron revolucionarios, pero que no han envejecido del todo bien si se tiene en cuenta la cultura de la cancelación y los reclamos de diversidad y realismo de las nuevas generaciones. La ‘gen Z’ no quiere divineo y glamour, más bien sentirse identificada con un personaje principal que es imperfecto y que roza la bipolaridad, que habla de salud mental y que desbarata cada lugar al que llega.
Las chicas ya no quieren ser como Carrie Bradshaw porque saben que ir detrás del hombre que les ha roto el corazón en un par de ocasiones no es lo ideal. Tampoco quieren gastarse todo su salario en un armario que desecharán en un par de años (principalmente en la era del consumo sostenible) y, sobre todo, no quieren convertir a la figura masculina en el centro de su universo. Los jóvenes quieren ser Phoebe Waller-Bridge en Fleabag, imperfectamente fabulosos y con un infinito listado de facturas y problemas. Para las nuevas generaciones, el universo audiovisual debe reflejar a la perfección (o en un grado alto) la realidad.
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La falta de diversidad es uno de los elementos más polémicos de la serie de Star, que sí ha incorporado perfiles distintos en And just like that…, la continuación de la ficción original: así, la serie se plantea cómo es la vida de cuatro mujeres de 30 años, heterosexuales, blancas, delgadas (y además saben que, para triunfar, han de estarlo) y con el dinero suficiente como para sobrevivir en una ciudad en la que el smoothie de plátano vale casi tanto como una noche en el hotel más lujoso. También hay un ejercicio de idealización de la ciudad capaz de causar rechazo en una generación que encuentra cada vez más problemas para vivir dignamente en las grandes urbes.
En definitiva, los centennials se van a topar con un proyecto audiovisual canónico para los millennials que, de haber sido creado en la coyuntura actual, sería completamente distinto. Habrá que esperar unas semanas para comenzar a ver los primeros tuits en los que éstos despotrican las actitudes tóxicas de las protagonistas de Sexo en Nueva York. La batalla puede ser grandiosa.