Un amasijo de política, amor, comedia y términos que harían palidecer a cualquier usuario de TikTok. Un hipster en la España vacía llega este miércoles a Prime Video con la premisa de ironizar sobre un estrato político obsesionado con el compostaje y lenguaje inclusivo, pero se queda en una caricatura que sólo destaca por el cuestionable empleo de una palabra que hace 10 años se escuchaba en todos los comercios del barrio madrileño de Malasaña. ¿Acaso queda algún hipster en pleno 2024 que siga dejándose el bigote como Salvador Dalí?
La película dirigida por Emilio Martínez-Lázaro (Ocho apellidos vascos, Las 13 rosas) es un ejemplo más de la crisis que atraviesa el género cómico en nuestro país: guiones que se sostienen por medio de lugares comunes y de bromas que sólo apelan a un estrato social afincado en las canalladas de siempre. Su caso no es tan grotesco como el de La familia Benetón, 90 minutos de racismo empedernido que se elevan al número uno de la taquilla española. Se habla mucho del monopolio de Santiago Segura en las salas de cine, pero más allá de su imperante interés por reproducir comedias familiares francesas, las cintas coyunturales que pretenden generar la carcajada se atascan en espacios que no ofrecen frescura.
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Lalo Tenorio, Berta Vázquez, Paco León, Macarena García, Rober Bodegas, Tito Valverde, Miguel Rellán y Lucía Díez protagonizan una película en la que Quique, un peón de una formación política (que bien podría representar a cualquier diputado de Más Madrid), es destinado a Teruel para liderar el cambio de la España rural. No sabe por dónde empezar y se encuentra con una población reticente a la novedad. En una guerra que se asemeja a cualquier cena navideña que cuente con un marcado relevo generacional, el joven tendrá que comprender que, para transformar, antes hay que entender y valorar lo que conforma una comunidad y sus tradiciones.
El mensaje de la cinta de Martínez-Lázaro es evidente: en la esfera política todo va mal porque nadie escucha, que es un poco el síntoma acuciante del personaje de Lalo Tenorio. Se cree más listo que una población jubilada y dedicada a las labores tradicionales por saber usar el género neutro y haber paseado por Ámsterdam en bicicleta. La caricatura de la izquierda millennial se fusiona con los apellidos compuestos de aquellos que todavía no han pisado una cocina, pues para eso ya están las mujeres. Este retrato (o guerra entre bandos opuestos) no sólo queda obsoleto, también viene acompañado de término cuyo estilo de vida será dudosamente rescatado en un par de años.
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No hay nada mínimamente interesante en Un hipster en la España vacía más allá de la versión de orquesta de pueblo de Despechá, la canción de Rosalía que hace dos veranos se escuchó en las verbenas de todo el país. Quizá es el único elemento que nos despierta de un letargo que parece haber sido rodado hace una década, cuando las camisas estampadas y los conocimientos de bandas de rock difuntas eran clave para la supervivencia animal del macho alfa. Todo en el largometraje de Martínez-Lázaro resulta caduco: su premisa, las interpretaciones e incluso la historia de amor entre Tenorio y Vázquez. Quizá el problema sea la base. Quizá sea un ímpetu por mantener vivo el espíritu de una tribu social que ahora vive a base de smash burguers.