Pese a que ha comido paella (un plato innegociable tras una visita transoceánica), su barriga evoca un estruendo similar al de los fantasmas que caza en su nueva película. “Una vez probé el ayuno intermitente, todo el mundo lo estaba haciendo por aquel entonces”, dice. El infortunio y el hambre provocaron que, durante un rodaje, su estómago rugiese con la fuerza del que asiste al fin del mundo. “Estábamos haciendo una escena muy intensa y tuve que parar para comerme un plátano”, añade con una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso de haberse impuesto a la dictadura del bienestar cuqui.
Paul Rudd (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1969) fue una figura indispensable en aquellas carpetas millennials que vibraron con Clueless. También tuvo su particular ‘quesito’ del Trivial Pursuit en comedias americanas como Anchorman, Virgen a los 40, Lío Embarazoso o This is 40, para acabar siendo una de las caras más notorias en los blockbusters de la nueva milla dorada de Hollywood. Entre la saga de Ant-Man y los reboots de Cazafantasmas, Rudd tiene su porvenir más que atado. “Cada una tiene su propio tipo de presión debido al espacio que ocupan en la cultura pop y en la adoración de los fans”, dice sobre las exigencias de las cintas dirigidas a la audiencia del universo Marvel y a los nostálgicos del culto ochentero.
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El intérprete estadounidense prefiere no darle muchas vueltas a la presión que supone estar a la altura en roles que pretenden apelar a espectadores globales. “No puedes pensar en eso demasiado porque sería debilitante”, indica en una mesa redonda en la que participa Infobae España. “Esperas lo mejor y pones tu fe en los directores y los estudios que están haciendo la película”, dice. Para Rudd, el verdadero triunfo es poder sacar un largometraje adelante, una gesta que, tras la huelga de actores y guionistas del año pasado, adquiere un mayor porcentaje de épica. “Es milagroso que algo funcione, que alguien gaste dinero para rodar una película. Es muy difícil. Así que miras todo lo que hay en el personaje, cruzas los dedos, te lanzas y el resto está fuera de nuestro control”, afirma.
“Es milagroso que alguien gaste dinero para rodar una película, así que cruzas los dedos y pones tu fe en los directores y los estudios, el resto está fuera de nuestro control”
Entrando en materia, el actor no escatima a la hora de dirigirse a directores como Martin Scorsese, un mastodonte de la industria que considera que las cintas de superhéroes “no son cine”. No ha sido el único crítico con el universo Marvel. “Fastidia cuando los directores que me gustan tanto hablan de eso, porque mataría por poder trabajar con ellos”, afirma. “Nunca nadie me ha ofrecido un papel en una de sus películas”, añade irónico, para hablar de una “generalización” injusta de este tipo de largometrajes. “Se puede hacer una muy buena película en cualquier género, con cualquier tipo de presupuesto, y hay muchas historias por contar. En las películas de superhéroes se tratan emociones y relaciones humanas, de eso se trata”, apostilla. Aunque muestra su “desacuerdo” con las “evaluaciones” vertidas por el director de Los asesinos de la luna, “entiendo lo que están diciendo”.
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Como hombre hormiga, que no hormiga atómica, Rudd afirma que no le importa leer lo que el público y la prensa opina de sus películas. Eso sí, sin exceder el ratio de la obsesión. “Si algo va a funcionar, la gente te lo dice”, afirma. “No leo toneladas de críticas”, explica, pero sí se aventura al vacío de ver qué opina la gente de las cintas en las que participa. Eso no le ocurre en el mundo del teatro. “Cuando estoy haciendo una obra no las leo en absoluto, porque entonces tendría que subir al escenario la noche siguiente tras leer comentarios como ‘este tipo no vale’ o ‘este lugar es terrible’”, bromea.
“Cuando estoy haciendo una obra de teatro no leo las críticas, porque tendría que subirme al escenario la noche siguiente tras leer comentarios como ‘este tipo no vale’”
Nostalgia futura
Paul Rudd no sólo salva el mundo con un traje hipoalergénico que reduce su tamaño, también con un mono de color beige que acompaña con una mochila de protones. El actor visita Madrid para presentar Cazafantasmas: Imperio Helado, la continuación de Cazafantasmas: Afterlife (2021), una cinta con un toque más gélido y cargada de acción (al más puro estilo de la vieja escuela). Es la primera película en la que Ivan Reitman no participa, pues falleció en febrero de 2022. Su hijo Jason, que había dirigido el regreso de la saga, le cedió el testigo a Gil Kenan (que ya había colaborado con él en Afterlife) tras la muerte de su padre. “Pienso mucho en él, incluso en estos días hablando de la película”, dijo el cineasta a también a este medio.
“Sentimos su presencia”, añade Rudd sobre el creador de la historia original, llevada a la gran pantalla en 1984. El actor hace un precioso símil para homenajear al director que dio órdenes a Bill Murray, Harold Ramis, Dan Aykroyd o Ernie Hudson. “Cazafantasmas es un negocio familiar y, de repente, el patriarca ya no está ahí para supervisarlo”, admite. En la nueva entrega, los Splenger (Mckenna Grace, Carrie Coon y Finn Wolfhard) volverán a Nueva York junto con el profesor Gary Grooberson (Rudd) para enfrentarse a los nuevos peligros esotéricos de la ciudad en la que, en términos audiovisuales, siempre acontece el fin del mundo. Esta vez, sin embargo, la amenaza no es un espíritu libre que aterroriza la ciudad que nunca duerme, más bien un peligro ancestral capaz de desatar, de forma concentrada, la maldad más oscura.
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“‘Cazafantasmas’ es un negocio familiar y, de repente, el patriarca ya no esta ahí para supervisarlo”
La nostalgia es una pulsión fuerte que marca los reboots de los últimos años. El de Cazafantasmas no se aleja de dicho sentimiento. “Hollywood tiende a volver al pozo con algunas de estas cosas”, dice sobre la coyuntura actual, marcada por los eternos retornos. Sin embargo, y consciente de que la nueva hornada de cazadores de espíritus puede apelar a las nuevas generaciones, espera poder encontrar “nuevas formas de hacerla fresca y diferente para el público que tal vez no creció” con las cintas de los años 80. “A pesar de que es nostálgica y de que estamos trabajando junto a los cazafantasmas originales, la historia que estamos contando es sobre la familia Splenger”, añade.
Más allá de ver a Murray sacando una petaca en el icónico parque de bomberos en el que comenzó todo (un edificio real en Nueva York que sigue activo y que se reconstruyó desde cero en Reino Unido para las grabaciones de la nueva película), Rudd (al igual que el director y que el resto del reparto) cree que la película va más allá de ese espíritu que tanto gustó a la audiencia en 1984. Sea como fuere, y más allá de los fantasmas de color verde que recuerdan al slime, “los humanos son los que dan auténtico miedo”, concluye entre risas.
“Hollywood tiende a volver al pozo de la nostalgia”
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