Los miedos, como todo en esta vida, cambian con el tiempo, y conforme uno se hace mayor deja atrás una serie de inquietudes para enfrentarse a unas nuevas. No es que de mayor se tenga menos miedo, sino que ‘el Coco’, ‘el Hombre del Saco’ o cualquier otro monstruo bajo la cama se transforma en hipotecas, accidentes, pérdidas familiares o cualquier otra desgracia que quizá no tenga tanto de paranormal, pero que provoca la misma o mayor ansiedad. La vida no nos prepara la mayoría de veces para enfrentarnos a este tipo de situaciones, pero cuando uno es niño todo es más fácil porque siempre cabe refugiarse en otro mundo, en el mundo de las ideas y de la imaginación.
Sin embargo, existen muchos factores que pueden hacer que esa infancia llena de ilusiones y creatividad sirva solo como vía de escape para una serie de traumas que pueden quedarse enquistados para toda la vida. Y sobre eso precisamente habla Imaginary, la nueva película de terror que llega a los cines este viernes y que viene avalada por Blumhouse, el estudio de alguno de los fenómenos más recientes del género como Five Nights at Freddy’s o M3GAN. Con ambas comparte precisamente dos temas troncales como son los osos y los muñecos animados, aunque en Imaginary estos cobren una nueva dimensión en su condición de imaginarios, invisibles. Un hándicap a la hora de sembrar un miedo más inmediato, pero una valiente apuesta por otro tipo de terror, más psicológico y que a la larga cala más en la mente.
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La película arranca paradójicamente con la secuencia más propia de Blumhouse y llena de sustos en una película que, durante el resto de su metraje, apostará por cocer a fuego lento su terror y brindar la menor cantidad de screamers posibles. Tras esa secuencia onírica y terrorífica que siembra la confusión más absoluta, se nos presenta la historia de Jessica, la protagonista a la que da vida DeWanda Wise (Jurassic World: Dominion). Las recurrentes pesadillas de esta escritora de cuentos infantiles se ven interrumpidas cuando tiene que mudarse de casa junto a su pareja (Tom Payne) y las hijas de este, quienes arrastran sus propios traumas, pues su madre se encuentra en ayuda psicológica. Las pesadillas de Jessica cesarán con la vuelta a la que fue su hogar de niña, pero no los problemas: tendrá que lidiar con la actitud de la adolescente Taylor (Targen Burns) pero sobre todo con la pequeña Alice (Pyper Braun), quien descubre en el sótano de la casa un osito de peluche al que apoda Chauncey y del que se vuelve inseparable.
El sueño de la creatividad produce monstruos
Dirigida por Jeff Wadlow, quien viene de hacer todo un hit para Blumhouse como fue Verdad o reto ―la película que costó apenas 3,5 millones de dólares―, lo cierto es que Imaginary tiene más que ver con lo que ahora se llama “terror elevado” que con el gran éxito de su director. No porque la película aspire a ser inscrita en esa corriente en la que se ha querido meter propuestas tan diferentes como las de Robert Eggers (La bruja, El faro), Ari Aster (Hereditary, Midsommar) o Jordan Peele (Déjame salir, Nosotros). Se ha desdibujado tanto el sentido de ese término hasta el punto de que está mal visto, pero lo cierto es que, en su mejor sentido de la palabra, Imaginary es un buen ejemplo de terror elevado. ¿Por qué? Porque es capaz de integrar un comentario social y hablar de temas profundos y muy presentes en nuestro día a día sin por ello renunciar a la atmósfera de terror enunciada o buscarle las cosquillas al espectador.
Porque Imaginary va mucho más allá de ositos de peluche y amigos imaginarios. La película indaga en los traumas infantiles heredados de familias desestructuradas, en la incomunicación familiar y especialmente en la problemática de dejar correr la imaginación hasta el punto de vivir solo de ella. No es que Imaginary plantee la creatividad desde un punto de vista negativo, sino que reflexiona sobre cómo a veces un exceso de ella nos puede llevar a alejarnos del mundo terrenal. Y con ella, la película apuesta por la creatividad dentro de unos límites, ya sea tirando de imaginarios conocidos ―el Otro mundo de Escher o los propios ositos de peluche― u otros nuevos por explorar.
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La cámara de Wadlow deja en muchas ocasiones que sea el propio miedo del espectador el que se proyecte sobre la pantalla, en un recurso que podría recordar el de una de las grandes películas de terror de los últimos años, The Night House. Si en ella una mujer perdía el juicio tras el repentino fallecimiento de su esposo, llegando a imaginar que su espíritu seguía presente de alguna manera en la casa, Imaginary hace lo propio con Chauncey, que en el fondo no deja de ser otra metáfora de esos traumas del pasado que uno ha ido escondiendo debajo de la cama y a los que ya no se atreve a enfrentarse de adulto. En definitiva, una película para mirarse en el espejo, reflexionar sobre los posibles traumas del pasado y abrir un diálogo hacia el presente, pero en la que los sustos como tal quedan en un segundo plano. Al fin y al cabo, cuando uno se hace mayor hay cosas que dan mucho más miedo que un osito de peluche o ‘el Hombre del Saco’.