American Fiction se llevó el Oscar a ‘Mejor guion adaptado’ en la 96.ª edición de los Oscar, celebrada el pasado domingo en el Dolby Theatre de Los Ángeles. En la categoría peleaban gigantes de la talla de Barbie (que nadie entiende muy bien qué hacía ahí), Oppenheimer, la gran favorita para alzarse con la estatuilla, o La zona de interés. Sin embargo, la historia dirigida por Cord Jefferson se alzó con uno de los galardones más peliagudos de la noche.
La cinta está basada en la novela Erasure, escrita por Percival Everett en 2001. Más de dos décadas después de su publicación, su relato resulta más notorio que nunca. En American Fiction, Thelonious ‘Monk’ Ellison (interpretado por el fantástico Jeffrey Wright) es un profesor y escritor tan amargado como descontento con el panorama literario que le rodea (y con su vida, aunque le cueste admitirlo). Pese a sus esfuerzos de escribir la mejor novela posible, los bestseller resultan insípidos, insulsos e insultantes. Lo básico se corona como extraordinario y la calidad, que normalmente vende menos, queda relegada a las estanterías que cogen un polvo que nadie limpia.
Te puede interesar: Los 10 momentos de los Oscar 2024: del desnudo de John Cena a la explosión pop de Ryan Gosling, pasando por dardos políticos contra Trump y el conflicto de Gaza
Su frustración le lleva a hacer una novela con pseudónimo en la que volcará todos los estereotipos posibles sobre la comunidad afroamericana en Estados Unidos, dado que parece que eso es lo único que interesa a las editoriales y a los lectores blancos con casa en los Hamptons. En el país, los negros no van a universidades buenas ni tienen una vida decente, todos están en la calle y acaban muertos por un disparo de un policía blanco. Divertida, ácida y un retrato que va más allá de la hipocresía woke del salvador blanco, American Fiction es también un retrato del triunfo de la tontería.
Entre el juego y la ironía, Thelonious se percata de que la novela que menos se ha trabajado, y que cae en más lugares comunes, es precisamente la que triunfa entre su catálogo de obras. Desde la sombra, pues la ha escrito con un pseudónimo, irá aumentado aún más la narrativa de la opresión que tanto gusta en el público medio, llegándose a inventar que el autor es un fugitivo buscado por la policía. Incluso antes de su publicación, las productoras se pelean por adquirir los derechos y adaptarla a la gran pantalla. Desde luego, la cinta de Cord Jefferson merece más de un visionado para desengranar la parafernalia de chistes que, entre broma y broma, hacen la verdad asomar.
Te puede interesar: La ‘maldición’ del ganador: 10 películas que no se llevaron el Oscar y que son (y serán) más recordadas que las vencedoras
Dos coles malas, una buena
La obra ‘falsa’ de Thelonious, llamada Fuck (Joder), es una amalgama de estereotipos que funcionan, un poco como esas comedias románticas que siguen perpetuando los clichés más manidos y que se coronan como las más vistas en cualquier plataforma coyuntural. Ciudadanos afroamericanos sumergidos en la droga, que no tienen estudios, que viven hacinados con sus familias numerosas y que terminan viviendo de la criminalidad en los barrios periféricos en los que habitan.
Al escritor y profesor le da absoluta vergüenza comprobar que lo que ha escrito tiene acogida entre un público aparentemente culto. El pseudónimo, por lo menos, le permite no desvelar la triquiñuela, pero la conciencia le reconcome por las noches al ver que su peor escritura es la más exitosa. ¿Por qué nadie alabó las obras complejas, profundas y redondas que escribió en el pasado, si eran claramente mejores?
Te puede interesar: Cillian Murphy admite que no suele ver la mayoría de películas que protagoniza, excepto una de ellas
Sonrojado por la novela, ‘Monk’ acude a su editor Arthur (interpretado por John Ortiz) para desahogarse. Entonces se produce una de las escenas más reales de la cinta. El ejemplo nace a partir de tres botellas de Johnnie Walker, una de las marcas más conocidas de whisky escocés: una tiene la etiqueta roja, otra la etiqueta negra y otra la etiqueta azul. Cada una de ellas presenta un color asociado a un precio, así, la roja es más barata que la azul, que cuesta en torno a los 180 euros (y es la más exclusiva).
Con tres botellas, Arthur le explica a ‘Monk’ que, hasta ahora, sus novelas eran la etiqueta azul: muy buenas y curadas, casi exclusivas y no aptas para todo tipo de público. Sin embargo, ahora había escrito una obra de etiqueta roja, más barata y con mayor demanda. En medio está la negra, que fusiona ambas ideas. De esta forma, su editor intenta hacerle ver que no debe sentirse mal porque la gente prefiera el mismo producto, pero en su versión más popular y accesible.
Te puede interesar: Pol Granch: “Agradezco que mi edición de ‘Factor X’ no tuviera tanta audiencia porque me encasillé menos”
No habrá periodista que no se haya sentido identificado con dicha escena de American Fiction, pues la profesión atraviesa un oasis similar tras la época boyante en la que se fumaba en las redacciones y se salía a comer con los mandatarios gubernamentales. Los grandes reportajes, o las historias que marcan la diferencia, son la excepción, pues el gremio ha evolucionado hacia el podio de la velocidad. Lo importante no es tener la mejor escritura, más bien ser los primeros.
No sólo es cuestión de la industria desde un punto de vista empresarial, el lector parece no interesarse por las complejidades y las varietés que se alejan de su diccionario ético. Al igual que con Fuck, los temas más leídos en las cabeceras nacionales suelen ser los más simples (lo cual no significa que no hagan un servicio público de interés general o que estén mal escritos, es una evolución inevitable). Antes, todo equivalía a la etiqueta azul de la botella de Johnnie Walker. Ahora, el periodismo navega en las aguas rojas y negras de su envasado, con la modalidad anterior apareciendo de forma esporádica.
Te puede interesar: Russian Red: “La cultura del ‘meme’ es superemo”