Los hermanos Jorge y Alberto Sánchez-Cabezudo acaban de estrenar uno de sus proyectos más ambiciosos y también más delicados: Nos vemos en otra vida, miniserie de seis episodios basada en el libro de investigación de Manuel Jabois que se centra en la figura de Gabriel Montoya Vidal, alias Baby, un joven menor de edad que pasó en pocos meses de fumar porros en un banco a involucrarse en una intriga terrorista que terminaría desembocando en los atentados del 11-M de Madrid.
Se la conoció como ‘la trama de Avilés’ y estuvo orquestada por Emilio Suárez Trashorras (encarnado por un inmenso Pol López), un exminero con problemas mentales que trapicheaba con drogas y explosivos y que, después de ponerse en contacto con los yihadistas (gracias a su cuñado Antonio Toro, que había coincidido en la cárcel con uno de ellos), accedió a proporcionarles todo el arsenal de dinamita que terminaría causando la masacre.
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Nos vemos en otra vida narra precisamente ese proceso de captación por parte de Trashorras de toda esa red de jóvenes sin futuro que no era capaz de imaginar las consecuencias de sus actos y que, prácticamente, vendieron su alma al demonio.
En la serie se narran varios capítulos fundamentales para entender cómo pequeños actos a cientos de kilómetros de Madrid desembocaron en los atentados más mortíferos de la historia de España. Entre esos episodios, destaca la noche en la que Trashorras, para lavarse las manos, encargó a Baby (encarnado por el debutante Roberto Gutiérrez) que condujera a los terroristas a las minas, donde previamente les había enseñado dónde se encontraba escondido el cargamento.
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El trayecto nocturno a Mina Conchita
En una noche lluviosa, dos coches, uno de ellos pilotado por Gonzalo, se dirigieron a Mina Conchita, en Belmonte de Miranda. Un camino repleto de curvas y de alertas de peligro que cruzaron a todo gas sin apenas visibilidad. Al llegar a su destino, los yihadistas se adentraron en el camino entre matorrales que los llevaría a donde se encontraban los explosivos, mientras que el adolescente les esperaba en el coche para guiarlos de vuelta.
Todo este proceso queda plasmado en el Capítulo 4 y abarca prácticamente todo su metraje, ya que constituyó el momento decisivo en el que la operación comenzó a adquirir los tintes de tragedia. Por eso está contado como un thriller nocturno, tenso, incómodo, como si detrás de cada imagen, la realidad de los atentados se hiciera presente.
Si los terroristas no se hubieran encontrado con un desequilibrado como Emilio González Trashorras, probablemente el destino hubiera sido diferente. La primera reunión tuvo lugar en un sitio tan reconocible como un McDonald’s del barrio de Carabanchel. En principio, el trato era intercambiar explosivos por hachís, pero las cantidades no eran elevadas, quizás porque los terroristas quería probar a Trashorras y su capacidad para ofrecerles lo que pedían. Hasta que le pidieron todo lo que pudiera conseguir para orquestar su plan.
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Más adelante, Trashorras tampoco quiso mojarse a la hora de transportar los explosivos a Madrid, así que intentó movilizar a sus chavales de confianza, entre ellos Baby, para que se encargaran de llevarlos en coche o en autobús en una mochila deportiva. Fue principalmente por lo que fue juzgado y condenado en Gonzalo Montoya Vidal. No preguntó qué había en esa mochila, imaginaba que era droga, pero cuando se enteró, ya era demasiado tarde.