Eran las 7:36 de la mañana de un jueves 11 de marzo cualquiera en Madrid. Fue el último minuto antes de que todo cambiara: entre las 07:37 y las 07:40, diez bombas explotaron en cuatro de los muchos trenes de cercanías en los que, cada mañana, miles de viajeros alcanzaban el corazón de la capital para acudir a su trabajo, llevándose por delante sus vidas y su futuro.
Ese 11 de marzo de 2004,191 personas de 17 nacionalidades murieron en Madrid y casi 2.000 resultaron heridas (la cifra aumentaría a 193 con la muerte de un agente de policía unos días después y la muerte de una víctima que llevaba en coma desde los atentados 10 años más tarde). En una España tristemente acostumbrada al terrorismo de ETA, los atentados de Atocha fueron el primer gran golpe del yihadismo en Europa tras el perpretrado dos años antes en las Torres Gemelas de Nueva York, un terror que hasta ese momento sonaba lejano.
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Pero lo ajeno se hizo propio y en ese instante comprendido entre las 7:37 y las 7:38, una triple deflagración sacude el edificio de la estación de Atocha, por donde transitan en ese momento cientos de ciudadanos con prisas de rutina: se trata de la explosión del primer tren, el que estaba entrando en ese momento en la estación procedente de Alcalá de Henares. En los cuatro minutos siguientes, otras siete bombas explotan no muy lejos de allí, dentro de tres trenes que también salieron de Alcalá: uno en la estación de El Pozo, otro a la altura de la calle Téllez (a pocos metros de la estación de Atocha) y otro en Santa Eugenia.
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La situación es de caos total. Son momentos confusos en los nadie sabe qué está ocurriendo y las radios y las televisiones empiezan a emitir los primeros boletines con la escasa información con la que se cuenta. Primero se habla de una bomba en un vagón sin pasajeros, luego de algunos heridos, de algunas víctimas.... pero en pocos instantes, Madrid comprende con pánico que lo sucedido va más allá de una simple explosión. Mientras los supervivientes empiezan a salir de los vagones aturdidos y desorientados entre el polvo, el amasijo de hierros y el humo, en las televisiones de las casas empiezan a llegar en bucle las primeras imágenes.
El pánico continúa creciendo a medida que pasan las horas y los interrogantes se suceden: los padres vuelven a buscar a sus hijos a los colegios, los hijos llaman a sus padres, amigos, abuelos para saber si están bien. En los bolsillos de los fallecidos, no dejan de sonar los teléfonos móviles. Algunas víctimas que llegaron a salir de la estación en estado de shock deambularán durante varias horas por las calles de la ciudad antes de ser atendidas, recuerdan desde AFP.
Alfonso del Álamo, el director general de Emergencias y Protección Civil del Ayuntamiento de Madrid y quien lideró la respuesta de cientos de profesionales sanitarios, bomberos o policías que consiguieron salvar vidas en la magnitud de la tragedia, explicaba en una entrevista a EFE que tiene grabada en su memoria la neblina y la sensación de irrealidad que le invadió a su llegada a Atocha a las 8.01 horas de la mañana una vez que le dieron aviso de las explosiones: “No había sonido, aquello estaba paralizado”.
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Son muchos los que hablan del silencio que impregnaba la ciudad en esos primeros instantes, un silencio que se volvió más atronador a medida que las calles se veían invadidas de sirenas de ambulancias y coches de policía que empezaban a transportar heridos a los hospitales.
Madrid, y España en general, habían vivido antes atentados terroristas de ETA por lo que, tristemente, los equipos de emergencias contaban con experiencia y sabían cómo actuar. Pero el 11-M tenía otra dimensión. Al mediodía, los sanitarios habían atendido a más de 700 heridos, de los que 247 ingresaron en los hospitales como críticos tras ser estabilizados en el lugar. “Eran heridos amputados, con lesiones pulmonares y vitales que hubo que estabilizarlos para salvarles la vida”, recuerda Del Álamo en la entrevista.
En la lista de culpables, de forma institiva, apareció rápidamente la imagen de ETA, aunque muchos pensaran que, en esta ocasión, la banda terrorista vasca había sobrepasado todos los límites. Sin embargo, los culpables eran otros: el yihadismo había ido acercándose en esos últimos años al territorio de la Unión Europea, atentando en 2003 en Casablanca y Estambul, y ese 11 de marzo eligió Madrid para convertirla en el origen e inicio de una larga serie de brutales ataques en suelo comunitario. Muchos serían reivindicados por grupos asociados a la lucha yihadista, y otros muchos serían perpetrado en los años venideros por lobos solitarios vinculados o inspirados por Al Qaeda y el Estado Islámico.
“Hoy sabemos que este atentado, el mayor de la historia en suelo español o europeo, fue diseñado para causar una matanza mayor incluso de la que tuvo lugar”, afirmó esta semana el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, que lamentó también que, “con mezquindad sin límites”, “los terroristas atacaron a la gente normal que se dirigía a trabajar o al colegio aquella temprana mañana”.
Madrid llega este 20 aniversario del 11-M huérfana también de su memorial de víctimas. Su lugar lo ocupan ahora las vallas y las grúas de las obras de ampliación de la línea 11, aunque este 10 de marzo la Comunidad de Madrid inaugurará un nuevo espacio de homenaje justo debajo del anterior monumento.
La huella del yihadismo en Europa
A los atentados del 11 de marzo le siguieron otros: un año después, el 7 de julio de 2005, cuatro explosiones, tres en el metro y una en una autobús urbano, causaron 56 muertos y 700 heridos en Londres. Otras ciudades como Ámsterdam, Toulouse, Burgas ―localidad a orillas del Mar Negro― o Bruselas son testigos de otros ataques terroristas.
Pero es en el año 2015 cuando el yihadismo se hace fuerte en Francia y, en diferentes episodios, los terroristas matan a 12 personas durante el asalto de la redacción parisina del semanario Charlie Hebdo (un día después de eso, un tercer yihadista asesinó a un policía y, al día siguiente, rettuvo a una decena de personas en un supermercado judío, donde asesinó a cuatro rehenes. Los tres terroristas fueron abatidos) y a otras 130 en una cadena de atentados simultáneos en París. Estos últimos, reinvidicados por el Estado Islámico y ejecutados en las inmediaciones del estadio de fútbol Saint Denis, en varios restaurantes y en la sala de fiestas Bataclán, fueron los más sangrientos en la historia de Francia.
Las fechas clave continúan: el 22 de marzo de 2016, tres terroristas suicidas provocaron una matanza en Bruselas y 16 personas murieron en dos explosiones en el aeropuerto de Zaventem, próximo a la ciudad, y otras 16 perdieron la vida en una tercera explosión en la estación de metro de Maalbeek. Alrededor de 300 personas resultaron heridas. Menos de 4 meses después, 86 personas murieron y más de 400 resultan heridas cuando un camión conducido por un tunecino arrolló a la multitud congregada en el Paseo de los Ingleses de Niza (Francia) para presenciar los fuegos artificiales por la Fiesta Nacional francesa del 14 de julio. Los ataques de lobos solitarios se han sucedieron también.
“¿Quién ha sido?
Entre el dolor de las víctimas y la conmoción generalizada, la España post 11-M continuó caminando, descontando días en la cuenta atrás de unas elecciones generales en las que se medían dos nuevos candidatos del PSOE y del PP: el socialista José Luis Rodríguez Zapatero y el popular Mariano Rajoy, sucesor de José María Aznar al frente del Partido Popular.
Los comicios se celebraban ese mismo domingo, tres días después de los atentados. Habían pasado dos años y medio desde los atentados del 11-S y poco más de un año (16 de marzo de 2003) desde aquella famosa foto del ‘trío’ de las Azores con la que el por entonces presidente Aznar ligó a España para siempre con el destino de la guerra de Irak.
En la imagen, Aznar, Geoge W. Bush -presidente de los Estados Unidos- y Tony Blair ―premier de Reino Unido― posaron juntos durante la Cumbre de los Azores, que resultó ser un preludio de la invasión de Irak el 20 de marzo de 2003 al lanzar desde allí un ultimátum al gobierno iraquí bajo una acusación de poseeer armas de destrucción masiva que nunca fue demostrada. La decisión de apoyar a Bush en su guerra contra Irak había provocado una ola de rechazo que en España se vivió con especial virulencia, con manifestaciones multitudinarias en las que millones de personas gritaron ¡No a la guerra! El país, por aquel entonces, se encontraba dividido.
Por eso, ese viernes 12 de marzo previo a las elecciones, España también salió a las calles, pero esta vez para preguntar “¿Quién ha sido?”. La pregunta se escuchaba entre los manifestantes frente a la sede del PP en Madrid, pero también se gritaba en otras ciudades del país.
La hipótesis de ETA que el Gobierno de Aznar impulsó y defendió en un primer momento se difuminaba a pasos agigantados a medida que se iban encontrando más pistas sobre los autores de la masacre. Los investigadores localizaron primero tres bombas en mochilas que no explotaron y que les pondrían sobre la pista de los autores y, esa misma noche, descubrirían siete detonadores y una grabación de versículos del Corán en una furgoneta robada en Alcalá. A las nueve de la noche la Brigada de Abu Hafs Al Masri, vinculada a Al Qaeda, se atribuyó los atentados en una carta dirigida al diario árabe Al Quds al Arabi, editado en Londres. Las piezas del puzzle terminaron de encajar dos días más tarde, cuando una cinta de video encontrada cerca de la mezquita de Madrid confirma la pista islamista: en ella los terroristas reivindican el atentado en nombre de Al Qaeda como “respuesta” a la participación de España en la guerra de Irak.
Sin embargo, la jornada de reflexión del día 13 amaneció con una entrevista del candidato del PP, Mariano Rajoy, en el diario El Mundo: “Tengo la convicción moral de que ha sido ETA”. Había mucho en juego y el PP se negaba a reconocer en esos momentos el origen islamista de los atentados. Ese domingo 14 de marzo, una España en luto acudió a las urnas y eligió como nuevo presidente al socialista Zapatero, que ordenó rápidamente la retirada de las tropas españolas de Irak. Y aún a día de hoy, 20 años después, algunos siguen alimentando lo que se conoce como la “teoría de la conspiración” que afirma que los autores intelectuales del atentado no fueron yihadistas.
Muchos se preguntan aún cuánto influyeron los atentados en los resultados electorales de ese 14 de marzo, pero lo cierto es que desde el Partido Popular sostuvieron durante mucho tiempo que desde el Gobierno actuaron con total transparencia durante la investigacion de los atentados.
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El foco entonces se desplazó en las semanas siguientes y la investigación siguió su curso: tres semanas después, los miembros del comando que puso las bombas deciden inmolarse con explosivos cuando estaban cercados por la policía en su apartamento de Leganés, a las afueras de Madrid y matan en el camino también a un agente de policía.
El juicio
La Justicia condenó a 18 personas, tres de ellos a penas muy elevadas de entre 34.715 y 42.924 años de prisión: Jamal Zougan, Othman el Gnaoui y José Emilio Suárez Trashorras. Solo ellos continúan en prisión, donde estarán hasta 2044.
Este veinte aniversario, además, trae consigo la prescripción de los delitos de terrorismo investigados en la causa, y con ello irán decayendo las órdenes de busca y captura que quedan en vigor y las que pudieran haberse derivado de la identificación de los perfiles genéticos de otros presuntos implicados a los que no se ha logrado poner nombre.