“Voy a vivir toda mi vejez con dolor”: las kellys, las limpiadoras de hotel que luchan por una jubilación digna

El colectivo de las camareras de piso, conocidas como las kellys, sufre múltiples enfermedades, raramente reconocidas como profesionales, que les obligan a una jubilación anticipada

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Mar Jiménez y Anna Latka, camareras de piso y miembros de Kellys Unión Madrid
Mar Jiménez y Anna Latka, camareras de piso y miembros de Kellys Unión Madrid

Mar Jiménez pasó 35 años como camarera de piso en varios hoteles madrileños. A sus 62 años, tiene reconocida la incapacidad por enfermedad común, pero todas sus dolencias tienen relación con el trabajo. “Voy a vivir toda mi vejez con dolor, y además con dolor crónico”, comenta a Infobae España. La lista de enfermedades es larga: “Tengo tres hernias, quistes de tarlov, tendinitis crónica, epicondilitis crónica y tengo los dos metatarsianos para operar”, cuenta la mujer. También tiene dañados los pulmones, a causa de los sprays que se utilizan para limpiar, pero al no trabajar para una empresa química, no entra como enfermedad laboral en la Seguridad Social. “A mí la Mutua no me ha dado nunca una baja”. Admite que no mucha gente es consciente de los dolores que padece, porque ella no se queja. En lugar de ello, lucha junto a las Kellys Unión Madrid para garantizar mejores derechos dentro de la profesión.

El colectivo Kellys coge su nombre de un popular juego de palabras dentro del sector (la Kelly viene de “la que limpia”). Desde su fundación en 20114, estas mujeres han unido fuerzas para reclamar mejores condiciones laborales para un puesto marcado por la precariedad, el estrés y la externalización del trabajo, que han llevado al Senado y hasta Bruselas. Entre sus reivindicaciones está la jubilación anticipada a los 58 años sin perjuicios en la pensión. El sector parece que así lo requiere: según cálculos de la asociación, apenas el 5% de las trabajadoras llegan a la edad de jubilación. La baja tasa responde a las secuelas que dejan en estas mujeres un trabajo intenso y en condiciones precarias. “En los veinte años que trabajé en mi último hotel, creo que he visto jubilarse por su edad a dos personas”, asegura Mar.

Unas reclamaciones que llevarán este viernes de Atocha a Colón, en la manifestación madrileña del 8M, para defender los derechos de las mujeres trabajadoras. Su grito es claro: “orgullosas de cuidar, orgullosas de cuidarnos”.

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Anna Latka no tiene tanta experiencia como su compañera, pero tampoco se queda corta: lleva 15 años en el servicio de limpieza de hoteles madrileños. A diferencia de Mar, ella trabaja a través de empresas de trabajo temporal (ETT), siempre con contratos de “cubrir bajas, cubrir vacaciones o por necesidad”. Ambas kellys hablan de jornadas estresantes, en las que tienen entre 10 y 20 minutos para limpiar una docena de habitaciones al día. En los establecimientos de menor estatus (de menos de cuatro estrellas), se pueden alcanzar las 25 habitaciones diarias.

La ‘uberización’<i> </i>del sector se aprovecha de las más vulnerables

Imagen de archivo de una limpiadora en un hotel de Mallorca. (EFE/CATI CLADERA)
Imagen de archivo de una limpiadora en un hotel de Mallorca. (EFE/CATI CLADERA)

La última “moda” en los hospedajes es utilizar una aplicación que publica las habitaciones pendientes de limpiar. “Si tú tardas más de diez minutos el móvil empieza a pitar, ya te empiezan a estresar nada más entrar”, comenta Jiménez. Además, el sector está cada vez más externalizado: la mayoría de las camareras de piso no trabajan para los hoteles, sino para empresas multiservicio. Eso supone un convenio distinto (el de hospedaje y no el de hostelería) y unas retribuciones diferentes, aunque realicen el mismo trabajo. Con esta mecánica, las kellys reciben de media sesenta céntimos por cada habitación que limpian, aseguran desde el colectivo. Jiménez denuncia que muchas no son conscientes de este abuso. “No las convences de que ellas no están contratadas por ranking de habitaciones, sino por horas. Las empresas les han metido a fuego que tienen que hacer un ranking (número de habitaciones) y eso es ilegal”, asegura.

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La veterana lo tiene claro: “Lo que no se pelea, se pierde”. Pero cada vez resulta más complicado que las compañeras protesten estas situaciones. “La mayoría son mujeres migrantes y además monoparentales”, explica Jiménez. “Ellas tienen que criar a sus hijos, no les queda más narices que tragar”. Los contratos para muchas se reducen a cuatro o seis horas, “y en cuatro horas tienes que hacer veinte habitaciones, es imposible de hacer”, apunta. Para cubrir el cupo de productividad, en muchos hoteles “te dicen ‘a las cuatro horas bajas, fichas, subes y terminas el trabajo’”. Esas horas, por supuesto, no se remuneran. Son “horas alternativas”, según las empresas, pero si no se realizan “no te vuelven a llamar”, denuncia Jiménez. Con este panorama, Anna explica que “hay chicas que vienen y trabajan al destajo. Directamente les saltan 20 habitaciones y van a hacer las 20″, por miedo a quedarse sin trabajo.

Los tiempos reducidos de jornada se traducen también en sueldos bajos: según cálculos del colectivo, las camareras de piso cobran 5.000 euros brutos al año.

“Hablamos de patriarcado”

Estas exhaustivas jornadas provocan un largo historial de enfermedades en las camareras de piso. Las dolencias relacionadas con la profesión de las kellys son numerosas (síndrome del túnel carpiano, problemas de articulaciones en hombros, codos y muñecas, lumbalgia, síndromes neurológicos...), pero apenas se reconocen como enfermedades profesionales. Mar se ha peleado varias veces con los especialistas (médicos generalistas, traumatólogos, neurólogos), que han infravalorado su dolor. “Y te juro que yo la hernia no me la he hecho, como me dijo un traumatólogo, por hacer muchas camas en casa. Son las 45 o 50.000 camas que lleva mi espalda hecha”, recalca Jiménez.

El sueldo medio de las mujeres en España es un 16% inferior al de los hombres y todavía existe brecha salarial.

Ambas trabajadoras defienden que sus reivindicaciones no son únicamente laborales, sino que se ligan intrínsecamente con la lucha feminista. “Hablamos de patriarcado”, asegura Jiménez. “Las enfermedades laborales se rigen por un baremo de hombres, cuando tú, yo y esta señora no tenemos el mismo cuerpo que un hombre, ni tenemos las mismas enfermedades que un hombre”.

El debate de la jubilación sigue abierto. Las conversaciones comenzaron a principios de la semana en el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones para ampliar los colectivos que podrán prejubilarse sin penalización, pero las camareras de piso temen quedarse fuera al no considerarse un sector tóxico ni peligroso. Fue una de las razones por la que Mar entró en las kellys y el objetivo que, de conseguirse, hará que deje la lucha colectiva. “Mientras tanto, estaré ahí peleando. Porque ya que no lo conseguí para mí, que lo consiga para ellas”.

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