Abordar lo que ocurrió con los atentados del 11 de marzo en Madrid en 2004 no era tarea fácil. Se podría haber plasmado desde múltiples puntos de vista, seguramente en muchos casos, a través del sensacionalismo. Pero, si algo ha caracterizado a los hermanos Sánchez-Cabezudo, Jorge y Alberto, ha sido el rigor a la hora de enfrentarse a cada uno de sus trabajos, desde el thriller La noche de los girasoles a la adaptación de la gran novela de Rafael Chirbes, Crematorio, que se encargaba de destapar las intrigas del boom inmobiliario en Benidorm, hasta la ‘distopía’ ‘postapocalíptica’ La zona. Y esa solidez de principios se ha mantenido en Nos vemos en otra vida, la miniserie que cuenta uno de los episodios que han marcado la historia reciente de nuestro país y que se caracteriza por el respeto a la hora de acercarse a un tema tan delicado que todavía resuena en nuestro presente.
¿Cómo sumergirnos en el horror del terrorismo y la masacre indiscriminada sin caer en el morbo y las teorías ‘conspiranoicas’? La cuestión es en teoría muy fácil, pero en la práctica muy complicada. Lo que hacen Jorge y Alberto Sánchez-Cabezudo es analizar de forma casi psicoanalítica todo el cúmulo de circunstancias que desembocaron en la mayor tragedia que ha vivido nuestra sociedad en los últimos tiempos, siendo fieles a los hechos y, por encima de todo, respetuosos con las víctimas.
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Y es que los ‘Cabezudo’ son especialistas en hacer cabriolas con las dificultades inherentes a sus proyectos y extraer de ellos la esencia para hablar de cuestiones que alcanzan dimensiones políticas, pero también íntimas a la hora de abordar el mundo en el que vivimos.
Por eso, para vertebrar esta historia, eligieron a Gabriel Montoya Vidal, alias ‘Baby’, un joven asturiano menor de edad que pasó en pocos a meses de fumar porros en un banco con sus amigos a involucrarse en una trama que sería la clave para entender de dónde sacaron los yihadistas los explosivos para cometer el atentado.
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“En nuestras otras ficciones, siempre habíamos tenido una distancia de seguridad. En este caso, no era así, porque hay víctimas con nombres y apellidos y eso nos generó una responsabilidad a la hora de tratar el tema. Así que la ecuación que había que resolver era desde dónde queríamos contar esta historia y, nos pareció que, la novela de Manuel Jabois, que se aproximaba al testimonio de ese chico que fue el primero en ser juzgado y condenado por los atentados, era la mejor manera de hacerlo”, cuenta Jorge Sánchez Cabezudo a Infobae España.
La apuesta por un único punto de vista
En efecto, Nos vemos en otra vida se basa en Nos vemos en esta vida o en otra, el libro en el que el periodista Manuel Jabois consiguió entrevistar Gabriel después de cumplir su pena radiografiando su periplo: el de un adolescente procedente de una familia desestructurada que coqueteaba con la delincuencia hasta que se cruzó en su camino Emilio Suárez Trashorras, un ex trabajador minero con problemas mentales que lo introdujo en una espiral demencial que terminaría marcándolo para siempre.
“En el libro de Jabois había una cosa que nos interesaba mucho: los atentados se observan como una especie de nubarrón fatalista que lo impregna todo y que está presente desde el principio, aunque no se especifiquen. Porque sabes que, al final de todo ese trayecto, está la catástrofe”.
Los creadores de la serie se empaparon de toda la documentación del ‘macrojuicio’, contrastaron el sumario, se pusieron en contacto con los testigos para encontrar el tono adecuado y construir una arquitectura narrativa en la que todas las piezas encajaran. “Queríamos que fuera una serie muy naturalista, que no fuera solemne ni que pareciera artificial, así que pulimos todos esos detalles para que los diálogos y las situaciones fueran de verdad”, continúa Alberto Sánchez-Cabezudo.
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Siempre tuvieron claro que no querían filmar el atentado. Sabían que estaban tocando teclas demasiado sensibles y no había necesidad de reflejar la sangre y el horror. Pero, sin embargo, esto está siempre presente en cada acción de los protagonistas y en las declaraciones que aparecen de las propias víctimas en las que se visualiza sin necesidad de imágenes la dimensión de la tragedia.
“Necesitamos que se entienda que no se trata del viaje de redención de un muchacho, ni que hubiera intención de ensalzar o blanquear a los protagonistas. Es cierto que el punto de vista nos lo da un adolescente desubicado que se metió donde no debía y cuya vida cambió en apenas ocho meses, pero eso nos servía también para adentrarnos en una radiografía social de la marginación, del desarraigo, que también es una mirada política”.
Un serie política sin debates partidistas
También tuvieron claro que no querían introducirse en debates partidistas. “No tenemos miedo en entrar en cuestiones políticas pero, este no era el caso, queríamos centrarnos en el relato de los hechos a través de la figura de una persona que estuvo involucrada, que acompañó a los yihadistas a conseguir los explosivos de una mina y que fue un observador de excepción de ese proceso, pero siempre nos hemos querido ceñir a la verdad judicial a través de un testigo”
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La serie aparece precisamente en el 20 aniversario de los hechos. Después de todos los bulos vertidos alrededor de lo que ocurrió, por fin han quedado despejadas las dudas en torno a la manipulación política y periodística que se produjo. Sin embargo, los hermanos Cabezudo llevaron en absoluto secreto la comunicación de la serie para no despertar suspicacias dentro de un clima social y político de lo más polarizado. “Teníamos claro que el 11 M es uno de los momentos más importantes y trágicos de nuestra democracia, por las muertes, por lo que provocaron los atentados y por la fractura social brutal que produjo. Por lo tanto, nuestra misión fue asentar el relato fidedigno y hacer un poco de memoria histórica”, añade Alberto.
Reconocen que era un tema polémico y que después de 20 años se dieron cuenta de que el relato de los hechos no estuviera normalizado. “Fue un terreno de juego permanentemente embarrado, con dudas aquí y allá, pero todo es tan sencillo como que la dinamita que se usó en los trenes salió de la Mina Conchita gracias a Emilio Suárez Trashorras. Y eso ha sido lo que hemos contado”.