Se ha convertido en una de las producciones más ambiciosas de Prime Video España y en principio contaba con todo lo que se podía esperar de un proyecto de estas características: un buen reparto capitaneado por una de las mejores actrices del momento, Vicky Luengo y por Hovik Heuchkerian, acompañados de un elenco de secundarios estupendos y dirigidos por Koldo Serra, siempre de lo más resolutivo y eficaz en sus trabajos.
Pero Reina Roja tiene un problema de difícil resolución, casi insalvable: está basada en la novela del mismo título de Juan Gómez-Jurado que, aunque sea un éxito de ventas, no deja de ser un thriller de derribo, al mismo tiempo que un batiburrillo de ideas ramplonas que beben de la tradición del género policiaco con unas dosis de ínfulas de grandeza que no se corresponden con su calidad literaria.
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Precisamente, todos los fallos que se le pueden atribuir a la serie Reina Roja proceden de su origen: espantosos y sonrojantes diálogos que los actores no saben ni cómo decir sin caer en la apatía, trama rocambolesca sin pies ni cabeza de serie B chusca, un diseño de personajes tan esquemático como casi caricaturesco que nos conduce al pozo de la desesperación más absoluta, y un tono que se toma en demasiado en serio a sí mismo, como si nos encontráramos ante una obra maestra del género cuando en realidad nos encontramos ante un subproducto sin imaginación, sin gracia ni entidad. Con mucho dinero invertido, eso sí, y un empaque dirigido a resultar ‘atractivo’.
Mujeres superdotadas, policías ‘raritos’ y monos
Todas las partes implicadas cumplen como pueden su función dentro de este disparate en el que nos encontramos a la mujer más superdotada del mundo que tiene un coeficiente intelectual imposible y que ha sido sometida a experimentos por parte de una organización secreta y que sufre de alucinaciones con monos que la persiguen. Desafortunadamente, los monos tienen presencia en la pantalla, elevando todavía si cabe más el delirio trash. Cuando aparecen los monos, uno no puede sino echarse las manos a la cabeza, reír o llorar al mismo tiempo. Pero ahí están, (los monos) para recordarnos que nos encontramos en un territorio de horror cósmico y bochorno sideral.
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También encontramos al policía que se denomina a sí mismo rarito (algo que verbalizará en innumerables ocasiones), solo porque es homosexual, algo que en la novela se explicita de forma todavía más infame, describiéndolo como una persona que se adentra en territorio oscuros para, a continuación, poner entre paréntesis que es gay. La homofobia implícita no tiene ni por qué explicarse.
Referencias obvias y trucos de artificio
¿Cómo defender todo esto sin caer en la vergüenza ajena? No se puede, es imposible. Si a eso añadimos a un asesino de nombre Ezequiel que quiere vengarse del sistema torturando a los hijos de los poderosos, nos encontramos con un revoltijo indigesto que, para más inri, hace alusiones directas a obras como El silencio de los corderos, como si la referencia estuviera apelando directamente a la poca inteligencia del espectador. Evidentemente, quedan claras sus fuentes, ni como guiño sirve, sino como símbolo de prepotencia trasnochada.
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Todo está demasiado visto y todo resulta irritantemente vulgar y trillado, sin ideas. Resulta incluso doloroso asistir a ese cúmulo de trucos efectistas que no hacen sino que parezca un parodia ridícula de cualquier procedimental televisivo.
Seguramente tenga éxito, pues está formulada dentro de este mainstream de plataformas que parecen querer pasar lo malo por bueno, con sus campañas de marketing excesivas. Y no deja de ser una lástima que se siga jugando así con un público que si quiere evadirse con una serie como esta, al menos, al menos tenga un mínimo de calidad que la distinga, no para mal, sino para bien.