Escapar de la rutina, desconectar, disfrutar de la paz que se respira en plena naturaleza, sumergirse en un mar eterno… Todo esto (y mucho más) es posible en la que se considera la isla más remota del mundo. Hay más de 8.600 kilómetros que la separan de España. Es un destino se ensueño en el que, quienes se adentran, pueden gozar de la tranquilidad más absoluta. Aunque es probable que sea desconocido para una amplia mayoría de personas, todos aquellos que conocen este lugar quedan sorprendidos por su inmensa belleza y su curioso estilo de vida.
En pleno Atlántico Sur, a 3.300 kilómetros de Sudamérica y 2.816 de Sudáfrica, se localiza la mayor de las tres islas que componen un archipiélago volcánico y, además, la única que cuenta con habitantes. Mientras que en Nightingale solo viven pingüinos y focas, en la Isla inaccesible su propio nombre ya da muestras de su nivel de ocupación.
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Se trata de Tristán de Acuña, una isla que ni siquiera tiene aeropuerto, ya que sus 207 kilómetros no son suficientes para construir una pista de aterrizaje. De ahí que a ella solo se pueda acceder en barco: este ha de ser pesquero y de carga. De hecho, en el mejor de los casos y si el mar lo permite, la travesía dura ocho días. A su vez, antes de visitarla conviene conocer que, en la parte más plana de la isla, se encuentra el asentamiento Edimburgo de los Siete Mares, que componen 238 personas que actúan como una gran familia: todos se llaman buddy (colega) y su función es clave en la comunidad.
Cómo es la vida en Tristán de Acuña
En la remota isla de Tristán de Acuña, la comunidad local ha adoptado un estilo de vida único y sostenible, donde cada habitante realiza múltiples oficios, incluyendo la agricultura y la pesca, especialmente de langosta. Además, han desarrollado un sistema de intercambio intergeneracional en el que los productos frescos se cambian por servicios educativos y de cuidado, una práctica que cimienta la unión y cooperación de esta pequeña sociedad.
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Considerada la isla habitada más remota del mundo, ha logrado mantener una economía y una forma de vida estables y autosuficientes a pesar de su aislamiento. La agricultura y la pesca de langosta constituyen las principales actividades económicas, apoyadas en un sistema de trueque que fortalece los lazos comunitarios. Este intercambio permite que los jóvenes provean alimentos a los más ancianos a cambio de cuidado infantil y enseñanza, evidenciando una fuerte interdependencia entre las generaciones.
Una isla con infraestructuras básicas y muchos desafíos tecnológicos
La isla cuenta con infraestructuras básicas que incluyen un colegio con una asistencia diaria de unos 30 niños, un supermercado que recibe productos de Sudáfrica, así como un bar y una oficina de correos que también funciona como banco. Curiosamente, aunque hay vehículos, no existen gasolineras: el combustible es suministrado por barcos en fechas concretas. Este método de abastecimiento subraya la adaptación de la comunidad a su situación geográfica.
A pesar de su lejanía, Tristán de Acuña ha hecho avances tecnológicos significativos en las últimas décadas. La llegada de la televisión en el año 2000 y el acceso gradual a Internet son muestras del desarrollo y la apertura de la isla al mundo exterior. Sin embargo, el acceso a internet está limitado a ciertas horas de la noche para la población general, mientras que durante el día, solo personal clave, como el gobernador de la isla y empleados de la oficina de correos, tienen conexión. Esta limitación subraya los desafíos únicos que enfrenta la isla en términos de conectividad.
La singularidad de Tristán de Acuña y su comunidad resalta la importancia de la cooperación y la adaptabilidad en ambientes aislados. A través de un modo de vida basado en la polivalencia laboral y en sistemas de intercambio tradicionales, sus habitantes han creado un equilibrio sostenible que les permite prosperar.