Un aura de misterio y romanticismo se posa sobre el escenario. París es la ciudad que alberga un relato que lleva representándose en el West End londinense desde el año 1986. Una sombra, una presencia inexpugnable de voz angelical, perturba los ensayos y los planes empresariales de los hombres más codiciosos de la ciudad gala con tal de llamar la atención de la joven Christine Daeé.
Entre pomposas galas y romances incipientes, Daeé tendrá que enfrentarse a una presencia fantasmagórica que capta su atención de forma intermitente, y que pondrá en peligro su vida y la de aquellos que ama. En la encrucijada de sacrificarse o imponerse a las peticiones del hombre de indescriptibles facciones que se esconde detrás de la máscara, la joven descubrirá que las apariencias son del todo engañosas.
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El fantasma de ópera, el musical creado por el compositor británico Andrew Lloyd Webber, lleva casi cuatro décadas interpretándose en los teatros más codiciados del planeta. Basado en la novela homónima de Gastón Leroux, la obra (que ya cuenta con más de 13.000 representaciones en Londres y que se ha traducido a 21 idiomas) es un clásico que siempre vuelve, esta vez, en el Teatro Albéniz de Madrid.
La capital ha traído, de la mano de la empresa Amigos Para Siempre (APS) -creada por Antonio Banderas y el compositor británico con el objetivo de brindar y promover espectáculos en castellano por todo el mundo-, uno de los musicales clásicos de siempre. Tras batir récords de audiencia (es el show con mayor permanencia en la historia de Broadway y ha cosechado 70 premios teatrales, entre ellos siete Premios Tony y cuatro Olivier Awards), El fantasma de ópera renace de forma imperante en Madrid y amplía sus funciones hasta el próximo 28 de abril.
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Muchos lo conocerán por la adaptación cinematográfica a cargo de Joel Schumacher, estrenada en 2004 y con Gerard Butler y Emmy Rossum en los papeles protagonistas de Erik, el fantasma, y Christine Daeé. Lo que éstos desconocen es que, tras un periplo de dos décadas, el musical regresa a Madrid con una calidad técnica excepcional. El escenario, la iluminación y los juegos de sombras convierten la sencillez del Albéniz en un universo de posibilidades interpretativas. Los espejos y los “trucos” mágicos llevan al espectador a un periplo visual y sonoro de clarividencia teatral.
Los veteranos Gerónimo Rauch y Talía del Val conducen con sus voces un relato de vida, muerte, amor y fantasía. Aunque el libreto pueda haberse quedado obsoleto, principalmente en algunas escenas que pueden generar cringe y rechazo por la cabezonería de Erik de “raptar” a su amada, el espectador presencia la magia del espectáculo de forma perenne.
El escenario gira, una lámpara de grotescas dimensiones aparece y los personajes se entrelazan entre el misterio y la aventura. Lo que resulta verdaderamente fascinante de la adaptación española de Lloyd Webber es su carácter pomposo. España siempre ha mirado al West End londinense y al Broadway neoyorquino con recelo, pero en el Albéniz no hay comparación que valga. La representación está al nivel de cualquiera de las elaboradas en territorio anglosajón.
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La fastuosidad de la puesta en escena, que en ocasiones llega a dar algún que otro susto al espectador (ya sea por medio de un espejo que se quiebra, de una estrepitosa caída o de un fuego que se inicia), es uno de los puntos a favor de El fantasma de la ópera, pues apenas se actúa en el mismo escenario durante más de 15 minutos. Volátil, fresco en su interpretación escenográfica y entretenido, el ‘musical de musicales’ regresa a Madrid con la premisa de hacer renacer el furor por una de las representaciones clásicas de siempre.